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La Ciudad 17 de diciembre de 2019

Edificios destruidos, 150 evacuados y la hipótesis de un incendio intencional

El devastador avance del fuego en Torres y Liva dejó imágenes desoladoras. Hubo 47 viviendas destrozadas. Las personas que abandonaron sus departamentos se reconocían unas a otras por las manchas de hollín y el olor al humo impregnado en todo.

Por Juan Salas

El edificio de 20 de Septiembre y Rivadavia está al límite del derrumbe, prácticamente destruido, y donde hasta el domingo a la noche se encontraba la distribuidora Torres y Liva, hoy sólo quedan escombros. Parece el escenario de un bombardeo que se llevó puesto a civiles por error, sin embargo lo que arrasó con las estructuras fue un incendio, que pudo haber sido intencional.

Ayer por la mañana. En la zona trabajaban bomberos que no durmieron para poder apagar un fuego que en la madrugada parecía un monstruo imposible de vencer, pero que ahora, después de haber arrasado con todo lo que pudo, solo es humo que sale de los escombros.

En cada esquina de la manzana hay policías y aunque parezca mentira fueron necesarios para evitar que dos personas, de manera miserable, robaran en los departamentos que tuvieron que ser evacuados.

Hay una carpa de Cruz Roja instalada para asistir a quien sea necesario, por la que se ven desfilar bomberos con la cara manchada de hollín, como si se hubiesen pintado para conseguir la victoria en una guerra. Aunque, como en toda guerra, la victoria nunca es total, ni está exenta de derrota.

No se registraron víctimas fatales, pero el saldo de todas maneras es desolador. Las pérdidas materiales, sólo para la distribuidora Torres y Liva, son millonarias. Además, al menos 47 viviendas quedaron totalmente destruidas y unas 150 personas tuvieron que abandonar sus hogares, a los que recién -si todavía siguen en pie- podrán regresar mañana.

Todo cambia en pocos metros. La diferencia entre un edificio arrasado y uno entero son pocos metros. En la esquina de 20 de Septiembre y San Martín, el centro cultural América Libre está intacto, salvo por el obvio olor a escombros quemados.

Unos pasos más allá, siguiendo por San Martín, dos casas parecen no haber sufrido daño y la sede de la mutual argentina de hipoacúsicos está intacta, salvo por algunas quemaduras en una pared del fondo.

La situación del edificio que se encuentra en esa cuadra es todo lo desigual que puede ser la vida: los vecinos de los departamentos del contrafrente perdieron todo, mientras que los que daban a la calle no sufrieron casi daño.

Marisa estuvo toda la noche sin dormir. Es la portera del edificio y vive en la terraza. Cuando escuchó las sirenas, miró por una ventana y vio las llamas. Desesperada salió de su departamento y empezó a golpear cada puerta para evacuar el edificio. “Entre los vecinos nos ayudamos, nos apuramos todos y nos dimos una mano para bajar sin que nadie quedara atrás”, dice.

La calle 14 de Julio está cortada por la policía. Los vecinos de esa cuadra no quieren que pase nadie, prefieren estar ellos solos con su dolor, con su pérdida. Y ese duelo se les respeta y desde la esquina uno los ve llorar, abrazarse, lamentarse, acompañarse y hasta insultar por la catástrofe que les toca vivir, víctimas civiles por error, como en un bombardeo en plena zona de guerra.

Bárbara entró a su departamento para retirar algunas cosas. La policía la apuró innecesariamente y tuvo sólo algunos minutos para chequear y comprobar que todo seguía allí, más o menos igual que siempre. Su pareja trabaja en la distribuidora Torres y Liva y, al igual que los otros 55 empleados del lugar, no sabe qué pasó ni qué pasará. En la vereda se reúne con algunos de sus compañeros, que con los ojos bien abiertos se miran y mueven los hombros como diciéndose unos a otros: ¿Y ahora?

En Rivadavia y 20 de Septiembre, personal de Defensa Civil y del municipio mira hacia la “zona cero” y analiza el frente del edificio que parece estar sostenido con alambre. Se está por derrumbar, pero no se sabe bien cuándo ni hacia dónde caerá. Los hombres planifican cómo hacer para que caiga hacia el interior de la manzana, planifican controlar un poco la destrucción.

Esa destrucción se traduce en millones de pesos en pérdidas materiales. Se traduce en, al menos, 47 viviendas que quedaron destruidas, inhabitables. Se traduce en vidas que quedaron arrasadas, que deben volver a empezar sobre los escombros de lo que una vez fueron dueños.

Las víctimas de este caos están unidas por manchas de hollín y el olor del incendio que les quedó impregnado en la ropa, en el pelo, en todo. Por la mañana, la policía les permite entrar a sus departamentos, para ver cómo están, si es que están, y agarrar lo que puedan. Hay quienes se llevan valijas con ropa, documentos o alguna frazada. Elsa, de 77 años, cuyo departamento quedó en ruinas, pudo encontrar, al menos, su necesaria dosis de insulina.

Alguien tiene que hacerse cargo, repiten los damnificados, sin saber quién es ese alguien. ¿Los dueños de Torres y Liva? ¿Alguna aseguradora? ¿El Estado? No saben, pero sí saben que alguien tiene que hacerse cargo de tanta destrucción, porque ellos no pueden solos.

Ricardo perdió todo. Dejó su departamento en llamas el domingo a la noche y tiene sólo lo puesto. Con 30 años de trabajo en una compañía de seguridad, sólo le quedó un pantalón, unas zapatillas, una camperita y un pedido desesperado: “Quedé en la calle, que alguien me ayude, por favor”.

El flamante intendente, Guillermo Montenegro, estuvo presente en la zona del incendio desde el principio e intentó contener a los afectados. Además, aseguró que se inició una investigación judicial, en principio a cargo de la Fiscalía de Delitos Culposos.

En el inicio de esa investigación, se supo que bomberos hallaron dos dispositivos explosivos en unos postes de luz, que pudieron haber ocasionado el incendio. De ser así, se trataría de un incendio intencional, por lo que en las próximas horas la causa podría pasar a manos del fiscal Juan Pablo Lódola .

Saber qué pasó, quién lo hizo, quién es el responsable es el inicio para poder empezar a reparar tanta destrucción, tanta tierra arrasada, tanta vida que tiene que volver a comenzar entre los escombros que dejó el incendio.



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