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Cultura 30 de marzo de 2024

Esteban Quirós incursiona en un personaje que “se resigna a ser un extranjero en todas partes”

El autor de "Negro sobre blanco" acaba de lanzar su última novela, "El lugar del error", narrada desde el punto de vista de un escritor que migra por diferentes ciudades, aunque sin hallarse en ningún lugar. Un texto minucioso e íntimo sobre las crisis de alguien que se exilia de todos lados y hasta de su propio ser.

Esteban Quirós nació en Mar del Plata y trabaja desde 2011 en Barcelona como editor de Herder, en el área de filosofía y humanidades.

Por Rocío Ibarlucía

Gestada a lo largo de quince años, la novela “El lugar del error” de Esteban Quirós, recientemente publicada por RiL Editores, incursiona en la mente de un personaje tedioso, egoísta, pasivo, poco confiable, a quien “no le pedirías -en palabras de su autor- ni que te riegue las plantas cuando te vas de vacaciones”. Su insatisfacción constante con el mundo que lo rodea lo lleva a tener relaciones conflictivas con los demás, con sus parejas y a migrar de una ciudad a otra, de Mar del Plata a París, de París a Barcelona, pero sin hallarse en ninguna de ellas.

Los capítulos compuestos por un solo párrafo larguísimo que no dejan tiempo para respirar traducen la forma de pensamiento del narrador protagonista, cuya excesiva racionalidad hace que repare en cada detalle de los espacios urbanos que transita o cada acción -por superflua que pueda parecer- de los personajes con los que interactúa.

A pesar de esa exasperante pasividad del protagonista, que piensa demasiado pero no acciona, la densidad de la atmósfera provocada por estas descripciones microscópicas y su extensión de 444 páginas, “El lugar del error” te atrapa y te arrastra al discurrir de sus razonamientos. Eso se logra gracias a la destreza narrativa de su autor, quien construye una trama que puede moverse entre hechos nimios de la vida cotidiana y sucesos vertiginosos, inesperados, con escenas de amor, de sexo, de literatura, de cine, de venganza, hasta de amenazas de muerte.

Para los marplatenses, puede resultar más que atractivo encontrar en sus páginas largos pasajes sobre las calles de barrios como La Perla o el centro. De hecho, el narrador se detiene en diferentes momentos de su vida en la ciudad, desde la juventud hasta su regreso después de vivir quince años afuera, que pueden encontrarse en las secciones tituladas Plaza Pueyrredón, Plaza del Milenio y Parque Camet.

Por ejemplo, en Plaza del Milenio el narrador describe cada paso que da el día en que la ciudad se paraliza para recibir a los presidentes iberoamericanos que participarán en la Cumbre. Barrios vallados, vigilados por la policía, el ejército, con helicópteros sobrevolando y controlando cada movimiento, son el escenario de una experiencia que vive el protagonista, entonces un joven estudiante de Letras, con su amigo Alberto, que empieza en el Bristol Center y termina con una persecución policial por amenaza de bomba.

Desde las calles de Mar del Plata hasta los rincones parisinos del Jardín del Luxemburgo o Plaza Francia de Buenos Aires, la novela delinea las topografías de cada ciudad para que su personaje pueda encontrar aquellos lugares donde fue feliz, aunque nunca se reencontrará con ellos porque ya no son los mismos.

Esteban Quirós -editor y autor de la novela “Negro sobre blanco” (2013), y de los libros de poesía “Triple frontera” (2010) y “Volver” (2016)– cuenta a LA CAPITAL las inquietudes que lo llevaron a terminar “El lugar del error” después de varios años, su experiencia escribiendo en otra tierra y su interés por explorar el duelo por el cual atraviesa un extranjero.

El lugar del error

-¿Cuál fue el disparador de “El lugar del error”? ¿De dónde nació?

-Arranqué a escribir esta novela hace 15 años, en el invierno de 2008. Acababa de volver de un viaje y empezaba a germinar por ahí la idea de hacer las valijas e irme a otro país de nuevo, pero de forma permanente. De ese proyecto salió la idea que ahora está atrás de todo el texto, y que ha servido de hilo conductor en las distintas etapas de la escritura (que tuvieron altibajos con parones de varios años): dibujar un personaje que se va, que deja todo y arranca una vida nueva en otro lugar, con otra gente y otras perspectivas. Quería pensar de qué modo le afectaría a este tipo en concreto el hecho de irse y de tener que volver, obligado tal vez por las circunstancias. ¿Qué seguiría siendo igual para él y qué habría cambiado? Era algo que me interesó siempre, que llevé incluso a otro libro que toca los mismos temas, aunque con otros personajes: qué puede hacer que una persona abandone la posición que ocupa naturalmente para ubicarse en otra que es acaso hostil. En un punto, todo se resume a la figura del extranjero, del que está todo el tiempo en un lugar que reconoce pero no domina.

¿Cómo surge la idea de utilizar plazas tanto de Mar del Plata como del Jardín del Luxemburgo como títulos de las partes de la novela? Pareciera que cada plaza es más que un espacio.

-Sabía que buena parte de la trama iba a desarrollarse en París, porque ya tenía pensados a los personajes antes de cualquier acción. Incluso antes de poner una sola línea de texto ya sabía que tenía un narrador que se va de Mar del Plata siguiendo a una mujer francesa y que vuelve años después. Necesitaba un lugar en el que organizar lo que pudiera ocurrir, un espacio que los personajes identificaran con la dicha, con una sensación de plenitud, y que también sirviera como el escenario de una tragedia. Y mirando un mapa de París me quedé con el Jardín del Luxemburgo, y con ese barrio en particular. Cuando la historia se traslada de vuelta a Mar del Plata hice más o menos lo mismo, pero elegí la plaza Pueyrredón, en La Perla. Con esa lógica continué el resto del libro: la plaza del Milenio y el parque Camet en Mar del Plata, la plaza Francia en Buenos Aires. Son lugares que me resultan atractivos porque son abiertos, públicos, de paso, pero al mismo tiempo pueden ser un refugio para la intimidad. Y en la novela hay mucho de eso, de episodios mínimos, que se dan en corto, y se ubican en espacios que a la vez significan otras cosas para los personajes: todos tienen como una compulsión por volver a los lugares en los que alguna vez fueron felices, pero ya no son los mismos.

-En varias zonas realizás una topografía marplatense, recorrés sus calles, sus lugares más emblemáticos, los barrios, la idiosincrasia. ¿Cómo describirías las miradas que presenta la novela sobre Mar del Plata?

-La novela presenta varios escenarios, ciudades que tienen en la trama un peso mayor que otras. París y Mar del Plata son, quizá, las más relevantes, las protagonistas, porque hacen que los personajes se transformen; un cambio módico, pero un cambio al fin. Y también sale Barcelona, que es un lugar que no es fácil sentir como un hogar, o Buenos Aires, más brevemente, que es una ciudad que atrae y expulsa a la vez. Pero es cierto que hay en el libro tantas miradas sobre Mar del Plata como personajes hay. Cada uno de ellos, a su manera, vive y recorre la ciudad de un modo distinto, personal. El narrador la vive de una forma visceral, porque entiende que haber vuelto a la ciudad significa haberse defraudado, no hay acritud pero sí cierta decepción. Pero es un tipo que también habita las otras ciudades con una actitud similar, como embargado por el resentimiento. El resto de los personajes tiene otro tipo de relación con Mar del Plata que es, creo, la que captura esa idiosincrasia tan típica, por la que me preguntás: te amo, te odio, dame más.

“Siempre me intrigó mucho la relación de las personas con la patria, con el hogar común, esa suerte de obligación de ser de un lugar. El personaje de la novela es reactivo a esta imposición, quiere dejarlo todo, empezar de nuevo. Pero no adopta ninguna patria sustituta, se resigna a ser un extranjero en todas partes”.

-¿Cuál fue el motivo por el cual decidiste experimentar con un estilo narrativo que apuesta por la descripción meticulosa, el ritmo lento y el detenimiento minucioso en cada microacción de los personajes? ¿Y cómo fue el proceso de escritura para sostener esta atmósfera densa y al mismo tiempo lograr que sea atrapante?

-El estilo lo empecé a decidir una vez que tuve claro cómo tenía que ser la personalidad del protagonista y narrador: un tipo que es capaz de registrar hasta el detalle más ridículo, de calcular la distancia que lo separa de todo, de medir la velocidad del viento, pero que nunca logra ver el cuadro completo y que no puede dar un paso atrás y tener cierto panorama de lo que le está pasando alrededor o de lo que está provocando en los demás. Quería que el lector quedara atrapado en el punto de vista del narrador, que está lejos de ser un tipo confiable, mínimamente honesto, y que siguiera la historia desde sus ojos para lograr una simpatía que de otro modo no conseguiría. Por eso el ritmo de la narración es reposado y no tiene grandes pausas ni espacios para respirar. El desafío técnico fue poder mantenerlo en capítulos largos, hacer que la lectura se sintiera como un recorrido mental, no demasiado pegado al corsé espacio-temporal. Hizo falta mucha reescritura, corrección, edición, lectura en voz alta para dar con el tono. Espero haberlo conseguido.

-Uno de los temas sobre los cuales habla la novela es la compleja crisis de identidad que sufre un migrante. Pareciera que el protagonista no se encuentra en ningún lado, ni en Mar del Plata, ni en París, ni en Barcelona. Hasta expresa su desprecio por su lugar de origen, su necesidad de abandonar la casa, el idioma, la patria y buscarlos en otro lugar, aunque tampoco los encuentra. ¿Por qué te interesó abordar este tema?

-Es un tema que siempre me intrigó mucho, ese costado de la identidad del que se habla muy poco en general, la relación de las personas con la patria, con el hogar común, esa suerte de obligación de ser de un lugar. El personaje de la novela es reactivo a esta imposición, se hincha las bolas, se siente desplazado, quiere moverse de ahí, dejarlo todo, empezar de nuevo. Pero no adopta ninguna patria sustituta, se resigna a ser un extranjero en todas partes, incluso en el lugar que se supone que es el suyo. El desprecio es la reacción juvenil, el combustible que lo impulsa a moverse en un principio. El narrador tiene 21 años cuando comienza la historia, quiere cambiar de espacio, ve que no avanza, que no tiene lugar, y luego ese enojo se va convirtiendo en algo distinto, más cerebral, pasa de la furia a la resignación y, quizás al final, a algo parecido a la aceptación. La crisis del migrante, del extranjero, tal como la vive mi personaje, es como la del duelo, con sus fases, y es también un caramelo envenenado: ve que puede progresar, conseguir cosas, sucedáneos del éxito, pero queda desamparado, sin casa. Es un tema que da mucho juego y que puede levantar ampollas, justamente porque es difícil apartarse del casillero de salida. Yo me quedo con aquello que Bioy Casares apuntó en su diario: «Nuestra patria es el error».

-Vos también sos un escritor que migró de Mar del Plata a Barcelona para trabajar como editor. ¿Cómo ha sido tu experiencia escribiendo en otra tierra? ¿Cuál es tu patria literaria, sentís más pertenencia por alguna o te percibís como un escritor entre dos países?

-Barcelona es mi casa, es el lugar en el que aprendí un oficio y donde nacieron mis hijos. Pero mi idioma es el que es, es una jaula de la que no se puede escapar. Y me encanta que sea así. Mi tradición (porque hablar de la patria no me gusta) es la literatura argentina y mi idioma, el rioplatense. No puedo escribir de otra manera. Acá hablo de vosotros, cojo de todo, disimulo lo que puedo el derrape de «posho» o «amarisho», es una cuestión de hábito o de supervivencia, de no llamar demasiado la atención, pero cuando escribo escucho mi voz, que habla igual que el día que me fui.

-El protagonista permanece sin nombre a lo largo de toda la novela. ¿Cuál es el motivo detrás de esta elección narrativa? ¿En algún punto se vincula con su crisis identitaria?

-El narrador es un tipo al que no le confiarías nada, no le pedirías ni que te riegue las plantas cuando te vas de vacaciones. Es una voz que se esconde en la voz de los demás, que no se muestra, que siempre se tapa, se disimula, que piensa demasiado pero nunca habla de frente, que siempre está calculando todo para saber cómo repercute en su propio beneficio. Por eso no se nombra, porque sería una forma de descubrirse, se delataría. En algún punto, podría ser cualquiera, tu hijo de puta de cabecera. Todos tenemos alguno. Y, sí, es posible que su constante habitar un lugar equivocado, la crisis de la identidad, también lo empuje a desaparecer, a fundirse con la mirada del lector.

“Barcelona es mi casa, es el lugar en el que aprendí un oficio y donde nacieron mis hijos. Pero mi idioma es el que es, es una jaula de la que no se puede escapar. Y me encanta que sea así. Mi tradición es la literatura argentina y mi idioma, el rioplatense. No puedo escribir de otra manera”.

-La novela ofrece una visión crítica sobre el mundo literario, al mostrar personajes que se enfrentan por ego, por conseguir un trabajo, por escribir textos de otros, en lugar de escribir un texto propio, por elección o placer. ¿Cómo definirías la mirada que propone “El lugar del error” sobre la literatura y hasta qué punto se vincula con tus experiencias trabajando en el mundo editorial?

-En la novela la literatura es un tema de disputa permanente, en sus diferentes facetas. Todos los personajes la encarnan desde una posición distinta, aunque ninguna resulta grata, ni para ellos mismos ni para los demás. No hay placer en el modo en que se relacionan con la literatura; hay, en cambio, obligaciones, intercambios de dinero, ambiciones, exceso de lectura de críticos posestructuralistas franceses, consumo de sustancias. Creo que tiene que ver sobre todo con cosas que escuché por ahí, que me contaron, que suenan en el folklore del mundillo de los libros, anécdotas difíciles de verificar que llevan años mutando. Algo de cierto tendrán, o eso quiero creer, para que la industria conserve algo de su mística. Seguramente hay autores divos, editores chupasangre y agentes dispuestos a cualquier cosa por plata. Por suerte, yo trabajo en una parte del sector editorial, el de la filosofía y las humanidades, donde estas cosas no se ven tanto, o están más moderadas, donde hay un cierto respeto mutuo entre autores y editores. Pero claro, a esto le falta chicha para sostener una ficción y siempre queda mejor un puñado de cretinos.

-En varias zonas de la novela, se describe la imagen del humo que provoca el cigarrillo, dejando las caras escondidas detrás de un vaho fantasmagórico. Además de ser una descripción recurrente, es la imagen de la tapa, ¿por qué? ¿Es una imagen representativa de la novela?

-El tabaco tiene en la novela un sentido de intimidad, y lo íntimo es una cuestión que organiza todo el texto. Los cigarrillos son algo que todos los personajes comparten, que los une, de algún modo; el humo los envuelve, achica los espacios y los hace más cerrados, más cargados, más propensos a los tipos de conversación que mantienen los personajes. La imagen de la cubierta fue un hallazgo de Paco Najarro, el editor, que la tenía guardada esperando la ocasión perfecta. En la imagen pesa tanto el humo del tabaco como la mirada de la mujer, que se planta ahí como diciendo «¿qué mirás?».

-¿Y ahora? ¿Estás trabajando en un nuevo texto?

-Tengo un par de personajes que me acompañan desde la misma época en que empecé con “El lugar del error”. Con suerte, en 2039 alguien publicará su historia.



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