CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Cultura 10 de abril de 2017

El titiritero

Por Soledad Slaiman

Tan sólo era un pobre hombre caminando con su pesada carga en plena noche de carnaval. Sentía una necesidad imperiosa de estar rodeado de gente. Temblaba, no quería estar solo; algo adentro de esa bolsa que llevaba consigo se agitaba, lo golpeaba.

De pronto vio las luces de la taberna vieja del puerto, hacia allí se dirigió. Al entrar lo impregnó una ola de aire caliente, de transpiración y alcohol. No le importó, pidió permiso para sentarse y los presentes lo aceptaron.

Entre copa y copa se hacían confidencias. Cuando le llegó el turno les comentó que el dueño del circo donde él trabajaba había muerto misteriosamente y le había dejado a su cargo los títeres que traía en el saco.

La atmósfera del lugar cada vez era más espesa entre el humo de cigarrillo y el vaho de los destilados, casi ni se veían. El titiritero, entrando ya en confianza contó que sus títeres tenían vida propia. Todos se miraron extrañados, se rieron, creían que era una broma. Muchachos, créanme, cuando duermo siento ruidos raros, caminan por la casa, se pelean entre ellos, bailan, comen, se adueñan de todo, y yo inmóvil. Tengo mucho miedo.

Los habitués del bar miraron a los títeres y estaban muy quietitos. Todos soltaron carcajadas.
El titiritero se enojó -éstos no me creen, yo me voy de aquí-. Se levantó, cargó con el bolso y se fue dando un portazo. En sus oídos sonaban las risas.

Sintió en su rostro la brisa fresca de la banquina, penetró en su cuerpo como si fuera un bálsamo refrescante, contempló el cielo inundado de estrellas. El mar bravío pegaba muy fuerte contra el paredón. Se sentía solo, muy solo, estaba asustado.

Se paró, abrió el fardo donde guardaba los títeres. Estaban calladitos, no se movían, entonces aprovechó a juntarlos cerrando bien la bolsa y con furia los tiró bien lejos en el mar. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. Sin prisa como quien se saca un peso de encima, caminó erguido, liberado.

Su cabeza aún sufría la somnolencia del alcohol. Llegó a su casa, le extrañó ver las luces encendidas, quedó paralizado. Tan grande fue su asombro cuando encontró a los títeres enredados con redes de pescadores encima de su cama. Muy activos se libraban velozmente de ellas, estaban muy enojados.