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Cultura 10 de julio de 2018

“En la Justicia penal la mujer solo puede ser víctima”

Verónica Boix abandonó su rol de abogada penal para dedicarse a la literatura. En su flamante primera novela, cuenta los recorridos de su personaje, una joven defensora oficial, por la Justicia.

Verónica Boix, autora de "Libertad bajo palabras".

A modo de relato iniciático “Libertad bajo palabras” de Verónica Boix narra la historia de una joven defensora oficial que comienza a recorrer los tribunales penales de la Provincia de Buenos Aires, y a medida que advierte las tensiones del poder político en juego, la protagonista descubre las grietas menos visibles de un sistema judicial viciado de valores y convicciones de una sociedad patriarcal.

“Lo que me interesa es construir una mirada que hable desde adentro de la Justicia y desde una mujer, de un sistema desigual, arbitrario, pero que también está hecho de gente valiosa que se juega a diario para que funcione”, dice a Télam Boix, que al cumplir 40 años y tras ejercer durante veinte como abogada penal abandonó su profesión para dedicarse enteramente al periodismo y la narrativa.

Sin embargo esta breve e intensa obra no es solo el testimonio de un universo que no juzga con la misma vara el destino de mujeres y varones; también es el relato de la degradación de la inocencia de quien creía que a través de la Justicia podía “cambiar el mundo”. En ese recorrido, el peso literario recae cuando la protagonista interpela a su infancia y descubre su cuerpo. “Libertad bajo palabras”, editada por el sello Letras del Sur, es la primera novela de Boix.

– ¿Cuánto de autobiográfico hay en esta historia?

– Me apasiona la zona difusa que se arma entre lo real y lo imaginario. Mi experiencia en la Justicia penal fue el motor inicial para escribir, trabajé 20 años en el conurbano bonaerense. El año que empecé en la mesa de entradas de un juzgado penal la jueza me obligó a pasar el verano frente a un ventilador cosiendo causas con hilo sisal y aguja de colchonero. Yo tenía dieciocho años y quería cambiar el mundo. Ella necesitaba ocultar su ineficiencia. Llené un despacho, del piso hasta el techo, de casos sin respuesta. La imagen contiene algo premonitorio. ¿Qué importancia tiene si me pasó o lo inventé? Lo que de verdad me interesa es construir una mirada que hable desde adentro de la Justicia y desde una mujer, de un sistema desigual, arbitrario, pero que también está hecho de gente valiosa que se juega a diario para que funcione.

– ¿Dónde se cruzan Justicia y literatura?

– Me sentía impotente en el caos de las leyes. Y lo que alguna vez busqué en la Justicia, es decir, la posibilidad de transformar el mundo, finalmente lo encontré en la literatura. Esa idea de que hay inocentes y culpables empezó a borrarse a medida que me involucraba con las personas. Mi mundo se desordenó de tal manera que para comprenderlo solamente pude sentarme a escribir. Y la Justicia cobró un sentido nuevo en la literatura. Estoy convencida de que hay cuestiones que solo el arte puede mostrar. Alcanza con leer “Emma Zunz” de Borges para darse cuenta de que la inocencia depende de una mirada.

– En tu novela se explora también el rol de la mujer en el campo penal hecho “a medida de los varones”. ¿Cómo es esa relación?

– Las leyes llegan siempre un poco más tarde que los cambios sociales. Y la Justicia penal no es una excepción, el sistema penal es un territorio eminentemente masculino, por suerte eso está cambiando. Ya en la Facultad de Derecho si querías seguir esa especialización te decían que lo pensaras dos veces, si eras una mujer mejor te dedicabas a familia o civil. ¿Por qué? Porque implicaba poner el cuerpo y se supone que el cuerpo de las mujeres es frágil, vulnerable. La empatía, la posibilidad de conmoverse parecían defectos femeninos a la hora de decidir un caso. Si en la literatura la mujer es el objeto de deseo de un hombre o casi no tiene voz, en la Justicia penal la mujer solo puede ser víctima. Me rebelo contra ese lugar de víctima.

– ¿Por qué la decisión de darles voz a los castigados por la ley y los abogados que pierden?

– Es la voz de los que no tienen voz. Creo que es necesario dejar de ver al distinto como un enemigo. No es necesario ser experto para saber que los más vulnerables al sistema penal son los pobres, simplemente no tienen poder suficiente para actuar por fuera de la ley. Para construir una convivencia más equitativa tenemos que ir un poco más allá del miedo, dejar de mirarnos el ombligo. Y para mí, una buena manera de hacerlo es experimentar lo que otros experimentan a través de la literatura. Ser por un rato un castigado, un perdedor, un idealista o un mentiroso. Por ahí puede empezar el cambio.

– Tu novela arranca con un epígrafe de Silvina Ocampo sobre la inocencia imaginada, abriendo de ese modo una puerta de lectura: el relato iniciático de la protagonista en el mundo judicial, el de las relaciones amorosas y de su propio pasado. ¿Es esta una obra sobre el descubrimiento?

– Es una novela sobre el descubrimiento, sí, pero más aún sobre las transformaciones que acarrea animarse a poner el cuerpo. La narradora empieza a trabajar en la Justicia penal y sus ideas se chocan con la crudeza de los casos que investiga. Se sienta cara a cara con acusados de crímenes, con Fiscales y Jueces y comprende algo que solo puede verse de cerca. En ese camino la vida pública de su trabajo va contaminando su mundo privado. Ni su sexualidad queda a salvo. Pero no va a resistir mucho tiempo detrás de esas máscaras. En la tensión entre el miedo y el deseo se descubre.

– ¿Cuál es ese descubrimiento?

– Lo veo más cerca de una constelación de descubrimientos chiquitos que de una gran revelación. Lo interesante es que esos detalles mínimos están ahí para que cada lector los vea a partir de su propia experiencia. El barrilete que remonta con su papá, las charlas con sus amigas en el Juzgado, el gesto rapaz de un abogado, la primera visita a la cárcel. ¿Cómo decirlo? Ella descubre los bordes inciertos, oscuros, a veces crueles de un medio como la Justicia que le devuelve una imagen de sí misma. En ese pasaje entre el afuera y lo más íntimo encuentra el vértigo de reconocer su deseo más allá de los mandatos sociales, de clase, de género. Quizás eso la lleva una y otra vez a buscar en su infancia como si pudiera reencontrarse con la inocencia.