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Cultura 10 de junio de 2025

Entretextos: dos cuentos de la escritora cubana Lissette Hernández

Se trata de "Deja que el agua regrese a la tierra" y "Otra mujer sin sombrero".

Lissette Hernández.

Por Lissette Hernández (*)

Deja que el agua regrese a la tierra

“Hay cementerios solos, tumbas llenas de huesos sin sonido” (‘Solo la muerte’, Pablo Neruda).

Nada era como antes: las calles eran espacios desolados y la casa no se llenaba de vecinos. Solo unos pocos se asomaron, de los más allegados, y desde la puerta pudieron ver a Jimena.

Era una suerte si aparecía una ambulancia que recogiera el cadáver, puede que demorara muchas horas, o que no apareciera hasta el día siguiente. Y esas horas eran las que tenía la familia allí en la sala de la casa, para estar junto a Jimena; porque seguramente la llevarían directo al cementerio. Ya nada era como antes: cada vez menos velorios y menos entierros, con pocas personas, con escasas flores.

Una sola vez Jimena pensó en dejar aquella casa. Eso fue cuando era muy joven, ya casada, recién salida de su pueblo; agobiada por la ciudad, la cocina y tres hijastras mayores que ella. Una vecina le advirtió que la señora de la casa nunca abandonaba su hogar y menos por cuestiones que nada tenían que ver con la relación entre ella y su esposo. Y todavía Jimena seguía allí, sesenta años después de aquella conversación. Tendida así: con la cara de un amarillo raro, la cabeza más grande que el cuerpo, y un amarre sosteniendo su quijada para que no se le quedara la boca abierta, no se parecía a ella.

No se parecía a la Jimena que me acompañaba al baño por las noches cuando yo era niña. Por aquel tiempo el baño quedaba apartado, me daba miedo bajar las escaleras desde la sala, pasar la cocina y atravesar el patio sola. Después, cuando arreglaron la casa, el antiguo baño desapareció. En su lugar quedó una fosa a la que fueron a parar los escombros de la construcción. Aquel espacio se convirtió en un patio amplio con macetas, canteros y una planta de uvas que trepó dos pisos hasta alcanzar la terraza, y que aún se llena de frutos cada mes de Julio.
Vistieron a Jimena con una blusa blanca y una saya de arabescos oscuros, le pintaron los labios de rojo. Pero qué importaba ya, si la muerte se burla hasta de los trajes más finos y los labios carmesí. La muerte te roba los sonidos hasta silenciarte, te reduce a huesos.

La ambulancia no iba a llegar, ya era tarde. El olor a tierra mojada contuvo el olor a muerte, entonces la lluvia llegó con fuerza. Hacía meses que no llovía y habían rezado mucho por un poco de agua. La lluvia pegó por el frente, así que la casa estaría anegada en agua mientras durara el torrencial.

Desde muy lejos, cuando no me enseñaron más por el teléfono, preferí imaginar el resto: el portal se inundaba , el agua acumulada se abría paso por la sala arrastrándolo todo hacia la cocina; empujando el cuerpo de Jimena escaleras abajo, partes suyas indescifrables, colgajos de piel, en un remolino de mugre y hojas secas atravesaba la cocina hasta llegar al patio, y se hundía en la tierra por el tronco de la planta de uvas. En la cama solo quedaban los huesos bajo la blusa blanca y la saya de arabescos. La muerte ni sospechaba que la señora de la casa nunca abandona su hogar.


Otra mujer sin sombrero

1930

Una mujer sin sombrero salió por la puerta del frente sin quitarse el delantal. Dobló a la izquierda y tomó la calle que iba derecho al puerto. Era la primera vez en años que se alejaba tanto. Se dio cuenta que ya el sol había pasado la mitad del cielo, pero no podía caminar más rápido. Avanzó dos o tres cuadras, se le coló el salitre por la nariz y la saliva pegajosa le supo a erizos, ya estaba cerca. Olvidó el cansancio, aceleró el paso. Se detuvo, solamente se detuvo para revisar su zapato y sacar la piedra que desde hacía mucho la lastimaba. Desde el puerto, alcanzó a ver cómo se alejaba el barco al que debió subirse.

2023

Una mujer sin sombrero sale por la puerta del frente sin quitarse el delantal. Dobla a la izquierda y toma la calle que va derecho al puerto. Es la primera vez en años que se aleja tanto. Se da cuenta que ya el sol pasó la mitad del cielo, pero no puede caminar más rápido. Avanza dos o tres cuadras, se le cuela el salitre por la nariz y la saliva pegajosa le sabe a erizos, ya está cerca. Olvida el cansancio, acelera el paso. Se detiene, solamente se detiene para revisar su zapato y sacar la piedra que desde hace mucho la lastima. Desde el barco, los edificios se le hacen cada vez más pequeños.


(*) Lissette Hernández nació en Cuba en 1971 y desde 2005 reside en Miami, donde ejerce como enfermera. Es integrante del Taller de Escritura Creativa de Hernán Vera Álvarez. Algunos de sus cuentos han sido incluidos en la antología de autores del sur de la Florida “Vacaciones sin Hotel” (Ediciones Aguamiel, 2021), y en “23 relaciones imperfectas”, antología de autores hispanos en los Estados Unidos (Ediciones Aguamiel, 2023), ambos libros galardonados en los Florida Book Awards. Recientemente, otros de sus textos han sido publicados en “Voces mestizas” (ITA Editorial, 2024) y en la antología de microrrelatos en español “Los mecanismos del instante” (Ars Communis Editorial, 2025).