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Cultura 9 de octubre de 2023

Entretextos, literatura de acá: Dos cuentos de Mariela López

Mariela López es licenciada en Letras (UNLZ). Actualmente, se desempeña como profesora de Lengua y Literatura en escuelas medias rurales y, en nivel superior.

En esa esquina lo parió la suerte

“En esa esquina lo parió la suerte”
Manuel Scorza

En esa esquina lo parió la suerte. Unos metros más adelante hubiera tropezado con otro destino. Pero una música lo reclamaba. Entonces, cambió el rumbo.

Esa noche, en esa esquina oscura y desnuda, a Bertone lo parió la suerte.

El horror y el amor. Derecha o izquierda según se escoja. Siguió la musiquita. Supuso que era una mujer quien la ejecutaba, ¿por la cadencia? Se detuvo frente a una casa de techo a dos aguas y fachada roja. Espió por una ventana que, comedidamente y, a través de reflejos azules y anaranjados, dejaba ver dos siluetas: una mujer y un violín.

A cincuenta metros, con menos armonía y ritmo, una bala iniciaba su carrera letal para terminar en la sien de un transeúnte.
El azar o el destino -nadie lo sabe- hicieron que no fuera Bertone quien se desplomara en Justo 334. Era evidente: para él estaban reservados otros planes.

El disparo lo perturbó porque no tenía melodía. El sonido seco y rotundo y la mujer que lo ve y se estremece. Lo ve y palidece. Hace una llamada. Bertone está allí todavía, envuelto en un misterio. Podría estar observando su cuerpo, si acaso hubiera sido él a quien la bala lo alcanzara. Podría estar observando su cuerpo muerto, con mirada etérea, desde fuera, tres metros hacia lo alto, sin reconocerse y olvidarlo todo para no perderse el último viaje y entonces ingresar en un túnel (que dicen, eso es lo que se ve cuando uno muere). Pero no.

Está observando a esa mujer en penumbras. Podría haber ido a socorrer a aquel cristiano o haber huido, medroso, hacia otra esquina oscura y muda. Pero está allí, el olor a sangre y pólvora no lo distrae. Sigue allí esperando que esa puerta, ninguna otra, se abra, esta noche, para él.

María Carne

Lucía cambió las sábanas, las perfumó y me acomodó. Puso tres almohadas detrás de mi espalda para que estuviera cómoda. Peinó el mechón que, obstinado, insistía en cubrir mi ojo cerrado. Dejó sobre mis piernas tres revistas por si en una de esas… Luego, de rodillas junto a mi lecho, imploró a un Dios que mezquinaba milagros.
Ya van diez días y diez noches. Se turnan para prodigarme cuidados y compartir la preocupación por mi palidez, por la temperatura y porque no despierto todavía.

Lucía me cuida durante el día; Clara, por las noches. Yo no como ni bebo, sin embargo, la bandeja con alimentos no falta sobre la mesita de luz. Completa vuelve a la cocina cada noche.
¡Ay de estos días!

Clara es metódica y aséptica. Con ella me siento segura y protegida. Si tuviera que inyectarme, ella sabría cómo hacerlo. Me cuida diligentemente, desapegada, pero eficiente. Lucía es torpe, pero amorosa. Disimula sus lágrimas y busca mi sonrisa, se esmera en “volverme”.

El vecino golpeó fuerte la puerta hoy. Lucía lo espió por la mirilla, pero no le abrió. Clara insistía en que no lo hiciera. Las persianas también hoy estuvieron bajas. El olor es nauseabundo ya. Clara vuelve con el lampazo y la lavandina. Hoy no pudieron sostenerme entre las dos, caí y les costó muchísimo levantarme. Lucía, con el paso del tiempo, deja de ser amorosa. No es que le fastidie… no sé bien qué es.

Cada vez que suena el timbre de la puerta o el teléfono mis hermanas se estremecen. Volvió el vecino hoy mientras “mirábamos” un programa de TV. Lucía, ahora, se cubre todo el tiempo el rostro con un pañuelo perfumado, si no lo hace, vomita. Tampoco lo atendieron hoy. Volvió más tarde. Esta vez, acompañado por el comisario de la seccional, tres oficiales, dos patrulleros, ambulancia y médicos. Clara se hubiera atrincherado, hubiera disparado de haber tenido un arma en casa. Pero Lucía imploró que ya era hora.

No se las hizo fácil Clara de todos modos. Entraron, a fuerza de golpes, de barretas incrustadas en la vieja puerta de madera, entraron. Mis hermanas quisieron cubrirme, arrastrarme, ocultarme; pero mi cuerpo cada vez más difícil de manipular. No hay caso ya…
El comisario entra en el cuarto. No puede dar crédito a lo que sus ojos ven. Lo sé. Espantado sale y busca al médico, vomita en el pasillo. Lucía viene con unas tacitas de té y muffins de vainilla.

Luego todo confusión y forcejeo. Sólo puedo hacer foco en mis hermanas, en la batalla desigual que dan para reclamar mi cuerpo muerto para ellas, nada más que para ellas.

Biografía

Mariela López es licenciada en Letras (UNLZ). Actualmente, se desempeña como profesora de Lengua y Literatura en escuelas medias rurales y, en nivel superior. Dicta los siguientes espacios curriculares: Literaturas Clásicas, y Lectura y Escritura Académicas. Participa en mesas de lectura de poesía en cafés literarios. Coordina Talleres de Lectura y Escritura Creativa para jóvenes en edad escolar. Vive en El Bolsón, Río Negro, y trabaja en Lago Pueblo, Chubut.