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Cultura 12 de junio de 2018

“Estamos más acostumbrados a los golpes que a las palabras”

En su paso por Argentina, el napolitano Erri De Luca no elude hablar del poder de las palabras, de la importancia de la infancia y de la adolescencia y de su condición de gran lector.

El napolitano Erri De Luca en la Feria del Libro en Buenos Aires.

por Angie Gómez
Especial para LA CAPITAL

Habla lentamente pero cada una de sus palabras tiene un significado profundo. Erri De Luca, italiano, escritor, traductor, poeta, el hombre de los más diversos oficios: obrero, camionero, albañil; aprendió idiomas como el yiddish y el hebreo antiguo como autodidacta.

Es autor de obras que fueron traducidas a más de veinte idiomas. Estuvo recientemente en Buenos Aires y deleitó a sus lectores y lectoras con una charla amena y cálida donde agradeció a la escritura por haberle hecho compañía, consideró a Jorge Luis Borges el mejor escritor del novecientos y afirmó que su libro preferido entre todas las literaturas es El Quijote de Miguel de Cervantes Saavedra.

Aquí algunas de las ideas que desarrolló.

Memoria y escritura

“No soy propietario de mi memoria, mi memoria es un glaciar, un lugar donde viven las cosas que han desaparecido. El glaciar cada tanto se retira y deja salir algún pedacito y yo me siento tan contento de esa porción de memoria que me pongo a escribir, así dura un poco más. Como dijo Borges, en el pasado los que amas no mueren, están todos vivos. Y esta es una de las posibilidades de la escritura y de la literatura: que esos muertos no estén muertos, la literatura le quita a la muerte el derecho a tener la última palabra”.

Palabras

“Cuando escucho a alguien que dice que no hay palabras para decir algo le contesto: ‘Sí, hay palabras, buscalas, no te resignes’. Las palabras ayudan a defenderse de las mentiras oficiales. Cuando escucho que los poderes constituidos dicen que Italia está viviendo una invasión de extranjeros, yo digo: ‘Un momento, ¿qué palabra es ésta?, ¿invasión?; el verbo invadir es un verbo que significa fuerzas armadas de un país que traspasan una frontera y van a ocupar ese lugar, eso es invadir. No se puede llamar invasión refiriéndonos a personas que llegan desarmadas, semidesnudas, sin ningún tipo de ofensa, buscan simplemente una legítima defensa contra las adversidades. ¿Cómo invasión? Si, además, los nuevos residentes extranjeros en Italia son menos de los que se fueron a vivir al exterior, Italia es un país en vías de evasión.

En otros casos escucho hablar de “misiones humanitarias” cuando enviamos tropas a otros países. No, las misiones humanitarias se hacen con personal no militarizado. Las otras son intervenciones militares.
Es así como regularmente encuentro este espíritu de contradicción de mi vocabulario contra el vocabulario falso oficial”.

Infancia y adolescencia

“La infancia y la adolescencia para mí son épocas legendarias. A esa edad, la criatura, el ser humano, contiene todas sus posibilidades futuras. Todo lo que sucede en esa edad tiene eco en la vida sucesiva al punto de que ciertos momentos de esas edades pueden ser como profecías; hay momentos en los cuales el futuro se abre como sucede con las nubes en la montaña que repentinamente se abren y se ve el cielo.

La imagen que utilizo es la de una escalada. Cuando estás en la base, la montaña es gigantesca y, cuando comienzas a subir, las posibilidades son innumerables y, cuanto más subes, la montaña se hace cada vez más pequeña. La infancia es el momento en el que estás en la base de la montaña”.

Lecturas

“He tenido la fortuna de nacer en una familia de lectores. Mi padre era un lector empedernido. Cada semana llegaba a casa con un paquete de libros. Así, crecí en una habitación llena de libros. Es más era una habitación muy pequeña llena de libros y antes aún de que supiera leer, de que pudiera saber lo que estaba escrito, a esos libros yo los respiraba. Además esos libros hacían que esa pequeña habitación fuera el lugar más silencioso en una ciudad ruidosa como Nápoles, una ciudad que gritaba; entonces, desde siempre, he sentido gratitud por ese material aislante. Más adelante, leyendo, comprendí que era un material todavía más aislante, y así me convertí en lector.
La lectura siempre me hizo compañía y este ha sido un hermoso gesto, un hermoso servicio que me dieron la lectura y la escritura. Me permitieron defenderme mejor del cansancio de los días de trabajo; tener un libro en la mano en el colectivo que tomaba a la mañana, a las cuatro y media para ir a la fábrica al primer turno de las seis, era el modo de salvar ese tiempo, de defenderme de esa jornada. Mis compañeros de trabajo en el colectivo cerraban los ojos y trataban de aferrar un poco de sueño para salvarlo. Pienso que todos hacíamos lo mismo: tratábamos de no mirarnos a la cara.

La escritura siempre ha sido para mí lo contrario del trabajo. Era tiempo festivo. Si llegaba al final de la jornada y lograba escribir algo que me había pasado por la cabeza, eso justificaba todo el día. Después pasó a ser algo que misteriosamente le hace bien a quien la lee, pero no sé por qué.

Como lector soy muy exigente. Para mí la relación entre el libro y el lector está en la respuesta a la pregunta: ¿quién lleva a quién?, ¿yo llevo al libro o el libro me lleva a mí? Cuando después del trabajo en el colectivo tenía un libro en la mano y ese libro era capaz de hacerme olvidar todo el peso que había pasado por mi cuerpo, me hacía olvidar mi día, me hacía olvidar hasta la parada en la que me tenía que bajar, entonces, ese libro me llevaba. En cambio, si sentía que el libro me pesaba en la mano, era yo el que tenía que llevarlo. Yo quería que el libro me llevara. En la cárcel, cuando un preso tiene un libro delante de su nariz, no se siente preso. Hay dos momentos en los que un preso no está en la cárcel: cuando duerme y cuando lee un libro.

La literatura muchas veces nos ofrece un par de anteojos y nos hace ver con otra luz cosas que antes no habíamos visto. Yo leí dos veces El Quijote, una cuando tenía catorce años y otra a los cincuenta. Una vez leí una poesía del poeta turco Nazim Hikmet en la que llamaba a Quijote el caballero invencible. ¿Invencible? ¿Quijote? ¿Que no ganó ni una vez? Y el poeta me puso en la nariz ese par de anteojos. ¡Eso es lo que era el Quijote! ¡Invencible! Porque invencibles no son los que ganan siempre sino los que no se rinden nunca, los que se baten hasta el final. La literatura hace esto: te pone un par de anteojos y le da nueva luz a cosas que creías conocidas”.

(*): Profesora de italiano, Laboratorio de idiomas, Humanidades, UNMdP.