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Cultura 27 de noviembre de 2018

Federico Liste: “Concibo al texto literario como una máquina productora de sentidos”

Buscó unir en una misma historia la tradición aventurera de la novela del siglo XIX con la impronta de la literatura del siglo XX, más cercana a las grandes preguntas filosóficas.

Federico Liste, autor de "Naufragio de una sombra".

por Paola Galano
@paolagalano

La leyenda del Mercante, un misterioso barco factoría que se hundió en circunstancias casi sobrenaturales en mares del Artico, y la historia del último tripulante que se embarcó en él, Ezequiel Ruiz, se ovillan en “Naufragio de una sombra”, primera novela del marplatense Federico Liste, editada por el sello Eduvim (Editorial de la Universidad de Villa María). El libro fue distinguido con el IV Premio de Novela Azabache.

Resulta indisociable la figura del poderoso capitán, sobre el que pesa la oscuridad de un enigma, con la del barco, que “pescaba temerariamente bajo las peores tormentas y nunca recala a puerto sin antes haber llenado sus bodegas, aunque tuviera que racionar su comida y agua al extremo y seguir en el mar por largos períodos”, lo describe Ruiz, también el narrador de la historia.

A ellos se suma una tripulación formada por varones naturalizados con las tormentas, con la aventura y la locura y un extranjero en ese ecosistema cerrado que es un barco, Ruiz, personaje apesadumbrado, consciente de que debe cumplir su destino en esa embarcación, para bien o para mal. “El mar había dejado de ser un horizonte infinito de promesas y se había transformado en la tumba de la mayor parte de mis sueños”, dice.

No faltan referencias y atmósferas parecidas a las de otros libros de aventuras: Moby Dick de Herman Melville y los mencionados en la novela, Un capitán de quince años, de Julio Verne, del que el protagonista se siente deudor, y Cuentos de los mares del sur, de Stevenson.

“Creo que estamos en este mundo no tanto para ser actores en él, como para ser testigos, y creo esa regla se extiende, incluso, a nuestros actos. Por eso, lejos de llevarme a despreciar mi papel de narrador, me hace darle una mayor importancia”, sigue Ruiz, con una voz a veces melancólica y otras tantas tomada por la sorpresa de lo que conoce en el Mercante. Esa sorpresa abre zonas de reflexión filosófica en el personaje. Qué es la realidad y cómo las creencias configuran lo que llamamos verdad son algunos de los interrogantes que se desprenden de la novela.

“Esta novela reúne obsesiones de toda una vida: estéticas, filosóficas, morales”, respondió Liste a LA CAPITAL. “Vivimos pensando en ese tipo de cosas o, por lo menos, yo lo hago. El proceso de narrar es interesante porque agrega una nueva dimensión a ese pensamiento, una dimensión mitificadora; uno no es totalmente consciente del significado de lo narrado y, mucho menos, del resultado de ese otro mecanismo de creación que está en manos del lector. Por supuesto, siempre hay un plan, un concepto previo, pero el lugar para lo inesperado existe siempre. La ficción, al contrario del ejercicio puramente racional, permite romper nuestra brújula, imponernos un rumbo más imprevisible”, agregó.

– ¿Cómo surgió esta historia?

– En el siglo XIX el tópico de aventuras vivió su esplendor. En oposición, la literatura del siglo XX habla, sobre todo, de la imposibilidad de la aventura misma e, incluso, de toda experiencia. Alcanza con comparar a Stevenson y Kafka para entender el abismo que existe entre esos dos mundos. Lo que traté de hacer con Naufragio de una sombra fue fundir ambas tradiciones. No pretendo ser el primero en hacerlo, pero creo que es un territorio poco explorado. Como estas dos tradiciones no pueden convivir sin entrar en conflicto, creí que ese conflicto se imponía como eje temático y argumental. La primera de estas tradiciones me impuso el mar como espacio mítico, el tono épico, el romanticismo de los personajes, y la segunda, la desesperación ante el sinsentido del mundo, la ambigüedad, la obturación constante de la acción.

– Varios relatos parecen influenciar a Naufragio de una sombra: las novelas de Julio Verne, Moby Dick, el mito de la caverna, algunos pasajes de la Biblia, el Titanic y hasta la película Piratas del Caribe. ¿Coincidís?

– Toda narración entra en diálogo con infinidad de textos, por lo que determinar qué influenció un relato y qué no, es difícil incluso para el autor. Obviamente, la novela no existiría sin parte de lo que mencionás y, sobre todo, no tendría un lugar desde dónde ser leída. Pero hay otras voces ahí con las que uno se ve obligado a ser ingrato, que el oficio narrativo obliga a mantener ocultas. Revelarlas sería como si un mago mostrara dónde esconde el conejo.

– ¿Cuánta investigación previa te llevó este libro? Teniendo en cuenta que Mar del Plata es una ciudad con puerto y que las historias de barcos y de naufragios son muy comunes entre los pescadores.

– De ese mundo me interesaba su ámbito poético. No es una novela de corte realista; el lector va a descubrir rápidamente su carácter alegórico. Si bien hubo investigación previa y hablé con algún pescador, el fin no era reflejar la vida de mar de modo documental, sino lograr la verosimilitud necesaria para que la historia funcionara. No sé qué tan reflejado se vería un pescador en esta historia.

– La novela está atravesada por la historia del Mercante y de su misterioso capitán. El capitán manda pero no está en persona. ¿Simboliza el poder, ese poder omnipresente que se despliega en las sociedades modernas y que puede centrarse en los medios de comunicación, en el control estatal, en las redes sociales, etc.?

– La ausencia del capitán, algo absurdo, imposible fuera de la ficción, ya implica un gesto de distanciamiento del realismo, nos advierte que se está en presencia de un juego de símbolos y no de una imitación de lo real. Y como diría Wilde, los que intentan descifrar el símbolo, lo hacen bajo su propio riesgo. Por supuesto, en la novela existen preocupaciones de diverso orden, pero mi objetivo principal era construir un relato que admitiese varias interpretaciones. Se podría decir que concibo al texto literario como una máquina productora de sentidos y no como un enigma a ser develado.

– A su modo esta novela es también una historia de masculinidades: ¿el narrador protagonista, Ezequiel Ruiz, se embarca para “hacerse hombre”? Por ejemplo se niega a ser un “sonso pies secos”, quiere cumplir con el destino familiar marítimo, pero una vez en el Mercante se sorprende de que lo llamen poeta y nunca logra plegarse al espíritu de los demás tripulantes del Mercante.

– La novela narra un conflicto entre dos mundos y Ruiz es el escenario de ese conflicto, por eso exigía el uso de la primera persona; lo que pasaba dentro de Ruiz era tanto o más importante que la acción misma y tenía que ser narrado por él, desde él. Ruiz quiere ser un personaje de las novelas de aventura de su infancia, pero descubre que ese deseo no está a su alcance; intenta ver el mundo como el resto de la tripulación del Mercante, desde esa perspectiva épica de la que hablábamos, desde una moral heroica, y no puede. Ese conflicto interno es el que da sentido al relato.

– ¿Qué extraña fascinación genera el mar entre los pescadores?

– El mar, como el fuego o la noche, siempre fueron fascinantes. Quizás tenga una explicación psicológica, no lo sé. Lo cierto es que la literatura se sirve de ese tipo de asombros para trasformar los objetos en símbolos, que funcionan, precisamente, gracias a esa fascinación previa. Lo interesante es que, al no saber qué hay detrás de él, ese símbolo se vuelve maleable. Leer Moby Dick, La isla del tesoro, Capitanes intrépidos o La narración de Arthur Gordon Pym, implica aceptar que el mar puede encarnar un sentido distinto en cada caso.

– ¿Por qué decidiste casi prescindir de personajes femeninos, a excepción de la madre y de la exesposa del protagonista?

– Obviamente, la novela no pasaría el test de Bechdel. En gran medida, la pauta argumental excluye los personajes femeninos, porque se desarrolla casi por completo en alta mar. Lo cierto es que el mundo de la navegación tiene una evocación poética única. Uno podría preguntarse si otro marco hubiese servido para una historia similar; francamente, no lo sé. Los personajes que mencionás aparecen en los primeros capítulos y en breves reminiscencias de Ruiz una vez a bordo. La exesposa es un personaje plano, no sabemos nada de ella y saberlo no hubiera sumado nada al plan general. En cambio, la madre tiene un peso y una complejidad enormes; es, de hecho, una contrafigura del capitán.

– El tono existencialista de Ruiz también es otra marca filosófica: la falta de certezas, la soledad, la reflexión sobre la muerte, la espera que desespera, el destino, la locura son temas en los que se detiene Ruiz, como si buscara respuestas en ese barco. ¿Te parece correcta esta lectura?

– Por supuesto. Una fábula china cuenta la historia de un hombre que había dedicado gran parte de su vida a aprender el arte de cazar dragones y después no encontraba dónde ejercerlo. Un personaje de Bioy, se lamentaba de algo parecido: de no ser el héroe adecuado para las aventuras que le tocaban. Esa es la melancolía de Ruiz, la tragedia de nuestro tiempo. El quiere creer en los dragones, pero no los encuentra, no puede verlos porque no son parte de su mundo.

– ¿Un barco casi al garete con una tripulación dispuesta a inmolarse es también metáfora de un país? ¿El Mercante es Argentina? Ya sabemos que la ciencia ficción habla más del presente que cualquier otro género.

– Si bien predomina un interés metafísico, la política no estuvo ausente mientras concebía el argumento. Una lectura de ese tipo no puede quedar descartada nunca y el lector, por supuesto, no necesita ser autorizado para hacerla. Como escritor, busco crear símbolos que me trasciendan en tanto individuo y que trasciendan también el momento histórico en el que vivo, pero no puedo evitar ser quien soy: tener una patria, hablar un idioma, vivir un tiempo determinado en el que el rumbo de nuestro barco no parece muy promisorio.

– ¿Te interesa lo fantástico y el misterio como elementos para explorar literariamente?

– Como lector siento un placer infantil cuando la trama se aparta de lo que se supone que es la realidad, como si el relato se rebelara contra un deber ser, algo que no alcanzo a definir, pero que siento presente y opresivo. Es probable que, por eso, como escritor, nunca me haya sentido cómodo dentro del realismo. En cierto modo, el autor realista se postula como alguien que revela la naturaleza del mundo. Esto implicaría que su verdad es la única válida, y que el propósito de la literatura es el adoctrinamiento. Por supuesto, hay escritores que saben escapar de eso, pero el peligro siempre está presente. Cuando uno se aparta del realismo, el riesgo de dogmatismo disminuye; ya no se trata de determinar qué es el mundo, ni de convencer a alguien de que tal o cual cosa son verdaderas o falsas, sino de crear mundos posibles donde nuestras obsesiones, todo eso que nos hace humanos, pueda quedar expuesto. La visión de un escritor no debería intentar corregir la del lector y, mucho menos, suprimirla, sino ponerla en cuestionamiento y, en todo caso, enriquecerla.