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Opinión 24 de mayo de 2020

La discusión no es pantallas o tizas, es la educación

Foto: EFE | EPA | Laurent Gillieron.

por Victoria Morales Gorleri

La humanidad está viviendo un antes y un después en variados y profundos paradigmas de la vida social. La educación de nuestros niños y jóvenes se vio profundamente interpelada y se ensayaron medidas de educación a distancia que dejaron en evidencia desigualdades en todo el país.

Se mantuvo ese vínculo educativo con grandes esfuerzos, pocas herramientas y débiles reflexiones respecto al cómo conservar el profundo valor de la escuela en las herramientas a distancia dadas en cuadernillos o en contenidos virtuales.

Para darle un marco jurídico votamos la modificación de la ley Nacional de Educación en el Congreso de la Nación. La ley reconocía la educación a distancia sólo para mayores de 18 años y para el Ciclo Superior del Nivel Secundario Rural. Ahora ampliamos esta alternativa a todos los niveles y modalidades ante situaciones excepcionales como esta, o cuando sea inviable la educación presencial.

A lo largo de nuestra historia educativa hemos dado profundas discusiones respecto al “acto pedagógico” y en ese sentido para mí está claro que no se trata de impartir contenidos a cada persona y de manera individual. La escuela nos posibilita aprender juntos gracias a la figura y liderazgo de la maestra o maestro que logra en una relación vincular, crear algo común y acompañar a cada uno en su singularidad.

Este vínculo entre lo común y lo individual es lo que logra la escuela. En esa relación se conocen y descubren conocimientos, valores e intereses comunes a la vez que encuentran la riqueza e importancia de lo “qué aporto yo con mis virtudes y debilidades al grupo”. Como también “qué me aportan mis compañeros con sus singularidades”. En la escuela aprendemos qué significa “El bien común”. Es en donde uno descubre la riqueza de la singularidad y las particularidades de otros y juntos abrazamos lo común, lo de todos.

La educación en Argentina no logró aún revertir las desigualdades sociales, pero dio amplios avances en ese sentido.

La escuela le dio a toda la sociedad un punto de partida común. En ella tenemos el mismo valor y podemos proyectarnos desde ahí de manera individual y colectiva.

La educación exclusivamente a distancia o virtual dudo que lo logre. Como decía Edgar Morín: “Educar es navegar en un océano de incertidumbres sobre archipiélagos de certezas”. La certeza es la escuela.

La educación virtual debe estar regulada y garantizada en momentos de excepcionalidad como el de hoy. También ser un complemento de la educación presencial o áulica para enriquecerla y acompañar los nuevos paradigmas de este tiempo y de la cultura de nuestros niños y jóvenes. El uso de las tics en la educación vino para quedarse y enriquecerla.

Sin embargo, nos encontramos a las puertas de un escenario que corre riesgo de configurarse bajo el mismo paradigma de la desigualdad que se extiende hace décadas en la Argentina: la instancia virtual exhibe limitaciones de muchos en el acceso a las nuevas tecnologías y, como consecuencia de eso, la inevitable postergación en la incorporación de contenidos e información disponible, sujetos siempre a la conectividad o dispositivos adecuados.

Estamos obligados, entonces, a tomar los recaudos y planificar un sistema que incluya de la mejor manera a todos.

Estamos a tiempo de mostrar aquí también que la escuela es creadora de comunidad, donde nadie es excluido.

La discusión no está en si es tiza o pantalla. Si es la escuela o educación virtual. Son ambas. Es la riqueza de su complementariedad siempre que prioricemos los valores fundamentales de nuestra educación. La pregunta entonces es cómo reconstruimos una nación con personas que sueñen y tengan las herramientas para construir un futuro colectivo e individual que logre el más que nunca necesitado Bien Común.

(*): Diputada nacional de Juntos por el Cambio por la ciudad de Buenos Aires.