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Cultura 20 de junio de 2017

“Las grandes ciudades nos riegan de soledad todo el tiempo”

Raúl Alonso entiende que la ciudad es el gran teatro en el que, a diario, montamos nuestros propios personajes. "Nos preparamos para salir a escena y la ciudad es nuestro tablado", dijo, sobre el espíritu que sobrevuela "Urbano".

Historias de su esfera íntima y otras vinculadas a imágenes de la ciudad contemporánea se mezclan en este poemario de un poco más de cien páginas, en el que su autor, Raúl Alonso, desentraña versos con humor y gran cuota de observación. En “Ascensores“, “Terrazas“, “Shopping” y “Cine“, por ejemplo, descompone esos sitios transitados por la mayoría de los ciudadanos. Al tiempo que se vuelve más introspectivo a medida que avanza el libro. “La ciudad aprende/ los números/ los palotes de hierro se suman/ casa tras casa/ la escenografía de cartón/ allí atrás/ el brutal escenario/ nos alberga/ aquí/ los actores se refugian (…)”, escribe en el texto “Rejas”. Y luego, sigue más adelante, en la poesía llamada “Especulaciones 1”: “si mis ojos no se hubiesen/ extraviado buscando alas/ si el reposo los hubiese desbordado/ tal vez/ tal vez/ te hubiese mirado/ y entonces“.

– ¿Cómo nació Urbano?

– Urbano es la unión de dos poemarios. Estación Uno, que fue pensado en Madrid por el 2006, con poesías guardadas de otras épocas y con aquellas que estaba escribiendo por esos años. Al regresar a Argentina comencé a pensar y trabajar en los muchos misterios que encierran las ciudades, quizás no tanto en aquellos rincones oscuros, un tanto previsibles, sino en aquellos lugares y símbolos que se presentan a la luz del día, y que, sin embargo, son escenarios de nuestras propias oscuridades. Pensé que era buena idea unir ambos proyectos y encaramos la publicación de ambos juntos bajo el título de Urbano.

– Parecés detenerte en la ciudad, ¿por qué?

– Siempre me llamó la atención cómo se construye la relación con nuestro ámbito, con nuestras rutinas. La ciudad es nuestro teatro, por llamarlo de algún modo. Todos los días nos preparamos para salir a escena y la ciudad es nuestro tablado. Es una especie de patio, también. Podemos jugar allí, pero también buscar un rincón tranquilo para llorar o ser más honestos con nosotros mismos. Cuando te vas a otra ciudad iniciás el mismo proceso de seducción, de conocimiento, en fin, el proceso por el cual esa ciudad te otorga el permiso para formar parte.

– ¿Qué aspecto de la ciudad es el que te interesa narrar?

– Fundamentalmente me interesa recrear ese clima de complicidad que tenemos con la ella. Hay diversos espacios en la ciudad que conocen más de nuestra vida que las personas más cercanas. Y también una cierta postura personal que tiene que ver con la nostalgia, con tiempos irrecuperables, con mi propia visión sobre los cambios que en ella se producen y que son, tal vez, nuestros propios cambios. Intento no caer en una visión triste del asunto, creo que mi poesía también tiene humor y cierta ironía.

– A la vez que poetizás la ciudad, también contás momentos personales, de soledad y carencia del ser amado. ¿Coincidís?

– Sí, por supuesto. No se trata de una pintura poética sobre las ciudades. Se trata de mi propia historia, de mis límites, de mis carencias en ese escenario. Uno lleva esa carga a todos lados, a distintas ciudades. Sin las personas, esas ciudades serían grandes estructuras de hormigón, asfalto y nada más. Todos volcamos nuestro ser en el lugar donde habitamos. A mí se me ocurrió contar, poéticamente, de qué manera lo derramo yo.

– ¿La ciudad deja huecos para esa soledad en la que te recluís a escuchar Coltrane, como decís?

– La ciudad deja huecos para todo. Cada uno los elige, decide por qué y para qué los elige. La ciudad, especialmente las grandes ciudades, nos riegan de soledad, todo el tiempo. En el departamento contiguo puede vivir un hombre del cual ignoro el nombre, estamos sentados espalda contra espalda, cada uno en su sillón, con sólo una pared de treinta centímetros de grosor que nos separa. Tal vez él también esté escuchando Coltrane y también esté evocando algún instante de dicha, o sólo esté leyendo un cuento de Borges, como yo. Pero él no sabe de mí ni yo sé de él. Son dos soledades, dos huecos utilizados de igual modo. La ciudad es la misma.

– ¿Cómo llegás a la poesía?

– Comencé a escribir poesía en mi adolescencia. Como casi todo el mundo, como una forma de terapia personal, podríamos decir. También con la intención de musicalizarlas. En ese entonces no mostraba lo que escribía y fue bastante tiempo después que comencé a compartir esas cosas, primero con amigos y luego participando en ambientes vinculados a la actividad. También escribo narrativa, pero la poesía fue la llave, creo. Y le estoy agradecido.

– ¿Cuál es el poder de la poesía en tiempos de relatos premasticados e imágenes que nos bombardean?

– Soy bastante pesimista al respecto. No soy de fácil adhesión a la poesía de las cosas bellas. Creo que la poesía tiene un poder inmenso para sobrellevar realidades, creo en la poesía como denuncia, como un aporte decisivo para que el mundo sea un lugar un poco más amable para ser habitado. Pero en el fondo creo que obra como un monumental analgésico y poco más.