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Cultura 8 de agosto de 2017

Lo que todavía no nace

por Odda Schumann

Tres lugares. Un sillón. Lámpara del lado izquierdo. Una foto. Un año después, muerte. Tres lugares, dos vacíos. No hay llanto. No hay nada. Dos años más tarde ronda de apoyo, pintar techos y fumar en pipa. Pasar horas en el sillón, recordando. Al cuarto año volver al trabajo. Te comen la cabeza. Decís que sos feliz y practicás tiro con el revólver que le compraste al chino del supermercado. Al año siguiente hablás con la periodista que hizo el libro. Te contacta con él. Lo buscás. Lo encontrás. Lo seguís por varios meses. Conocés a su esposa e hijos. Sabés qué helado come y dónde practica esgrima. Te acercás a su esposa, se vuelven amigos. Los hijos te adoran, los llevás al colegio. Él no sabe nada. Su esposa te ve como un viejo agradable. Tenés pura mierda adentro. Nadie sabe nada. Pasan dos años, psicopateás a los hijos.

Trabajo de hormiga. Te compraste a la esposa, le dicen Patsy. Antes se llamaba Angélica, te dijo la periodista. También te dijo que él se llama Samuel. Te metés en el matrimonio. Ella te sigue, opina como vos. Se pelea con él. Los hijos quedan por fuera. Ella se obsesiona y comienza a odiarlo. Dice que te extraña. Quiere verte más seguido. El marido se entera. Se va todo al diablo. Ahora él la sigue a ella, la psicopatea. Un día la faja. Luego una vez por semana, los sábados, que tiene el día libre. Ella se harta. Ahora lo odia. Vos le contás la verdad. Le contás que él atropelló a tus hijos. Ella queda en shock. No la ves más. Pasan meses. Ella te llama. Vos vas a la puerta del departamento y los hijos no están. Son grandes y estudian fuera de la ciudad. Golpeás la puerta y abre él. Reclamás por su esposa. Él se vuelve loco. Lo amenazás. Llega ella. Es imparcial. No reconoce nada de los últimos años. Quiere que todo esté bien. Él quiere llamar a la policía. Le retorcés el brazo y cae al suelo. Abre el primer cajón y agarra el revólver. Es igual al tuyo. Agarrás el destornillador de la mesa y se lo clavás en el cuello. Ella no dice nada. Sigue en shock. Preguntás por sus hijos.

Te das cuenta de que no es tu familia, que estás solo con un destornillador en la mano. También te das cuenta de que en realidad no hay ningún destornillador.

(*): www.paramatarlapoesia.com