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Cultura 21 de abril de 2020

Los días del encierro, un cuento de Yonatan Amado Tarantino

todos tenemos el privilegio de cambiar el orden de los elementos. Lo imperdonable es que salgamos ilesos de este sismo.

Por Yonatan Amado Tarantino

No sabías que a la vuelta de la esquina estaba el virus. Tampoco que el dueño del reloj estaba con su dedo apretando la manivela de nuestro tiempo.

De repente, dejaste de hacer todo lo que te gustaba y lo que no te gustaba, también. Dejaste de hacer todo para atrincherarte impaciente, alimentado por los peces que las redes sociales devuelven, quizás algún libro relegado, o cierta esperanza que provenga de ese señor que ves en la tele.

Quién sabe si aun estará esa persona que te dijo que fueras, o esa propuestaesperándote erguida. Qué cosas harías diferente, aqué lugar arrojarías ese grito ahora que volviste a aprender que de un cachetazo la página es otra y no vuelve.

Todo aquello que consideras estable, seguro y acogedor desapareció (o quedó congelado en un lugar que aunque vuelvas ya no será el mismo). Esa rutina inconsciente que venís llevando hace años se cayó por la escalera de lo dormida que estaba. Para ser sinceros, hoy no sé cuántos quieren volver a treparse a ese mismo caballo.

Cada día que pasa mueren más y más personas alrededor del mundode una forma tan cruel y mecanizada, y ves que la vida es muchísimo más frágil de lo que creías. Es por eso que esta crisis nos lleva a replantearnos cuestiones profundas y muy propias. ¿Veníamos viviendo tan bien como creíamos o solo era existir? ¿El sueño más alto sigue siendo el mismo ahora que podés ver con mayor claridad tantas cosas?

Muchas veces lo bueno es malo, y otras veces, lo malo es bueno. Ciertamente es así.

Si hacés el ejercicio de pensar qué es lo que primero harías cuando el señor dueño del reloj levante su dedoseguramente en esa pregunta encuentres varias respuestas. Es como estar parado en medio del desierto y buscar la esfinge enterrada. Lo que no creerías es que se encuentra justo bajo tus pies.

 

No hay conciertos ni funciones (de otros), hoy sos vos quien ha quedado en el centro de la escena encarnando el personaje que se transforma. No hay futbol los domingos, hoy el partido es todos los días siestás preparado para entrar a la cancha. No hay misas en la iglesia, hoy te das cuenta que Dios es generoso yestá en todas partes. No hay charlas ni vinos con los amigos, hoy sabés que no hay mejor trago que escuchar al otro y ayudarlo. No hay paseos en auto ni viajes en avión, hoy ves esa bicicleta colgada en el garaje y te acordás cuando tu madre te enseñó a usarla después de haberte caído tantas veces. No hay jugueterías abiertas, circos ni salas de videojuegos. Hoy ves a tus hijos sentados sobre una manta que imaginan mágica, y entendés que ellos te necesitan a vos y no esas cosas. No hay bancos ni escribanías, hoy caés en la cuenta cuáles son tus verdaderas deudas y que la escritura de propiedad no es más un cerrojo. En la avenida Independencia no se ven largas colas de coches detrás del difunto, hoy te das cuenta que solo tenemos este plano para acompañarnos.A la madrugada no hay bares abiertos que sirvan ginebra, esa hora te encuentra hoy mirando por la ventana cómo amanece, descalzo y con tu mate amargo en la mano. No hay maratones por la costa, calles cerradas ni primeros premios. Hoy comprendés que existe una sola carrera y es con vos mismo. En los barrios no hay florerías abiertas, pero hoy apreciás al poetacuando al hacer los mandados quedás embelesado por esas rosas blancas que crecen en la plaza. No hay salones de belleza ni peluquerías, hoy caés en la cuenta que querés dejarte el pelo largo nuevamente. No tenés forma de llegar hasta ese sitio, hoy la regla de las distancias cabe toda entera en tu mano. Tantas cosas no y tantas cosas sí sobrevuelan como pájaros en el cielo de estos días, donde el caleidoscopio devuelve geometrías enteramente nuevas y asombrosas.

No hay dudas que todos tenemos el privilegio de cambiar el orden de los elementos. Lo imperdonable es que salgamos ilesos de este sismo.