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Cultura 5 de julio de 2020

Lutereau: “El amor es una manera de que los conflictos se transformen”

En su libro "Galanes in/maduros entre el sexting y el viagra", el psicoanalista Luciano Lutereau trabaja la figura del varón de la segunda década del siglo XXI, atravesada por un proceso de deconstrucción que lo separa del machismo de la figura paterna y crea conflictos en el deseo masculino que repercuten en sus vínculos íntimos.

Buenos Aires: El psicoanalista Luciano Lutereau, en su libro "Galanes in/maduros entre el sexting y el viagra",trabaja la figura del varón de la segunda década del siglo XXI, atravesada por un proceso de deconstrucción que lo separa del machismo de la figura paterna y crea conflictos en el deseo masculino -sobre todo a partir de la segunda mitad de su vida- que repercuten en sus vínculos íntimos al disminuir la potencia juvenil y la intensidad del deseo. Foto: Télam

En su libro “Galanes in/maduros entre el sexting y el viagra”, el psicoanalista Luciano Lutereau trabaja la figura del varón de la segunda década del siglo XXI, atravesada por un proceso de deconstrucción que lo separa del machismo de la figura paterna y crea conflictos en el deseo masculino -sobre todo a partir de la segunda mitad de su vida- que repercuten en sus vínculos íntimos al disminuir la potencia juvenil y la intensidad del deseo.

En este entretenido y ágil -sin dejar de ser profundo- ensayo publicado por la editorial “Letras del Sur”, el autor, Doctor en Filosofía y Psicología, centra sus observaciones -mientras explora las crisis personales de los varones de más de cuarenta- en la familia, el sexo, el amor romántico en la vigencia del varón en tiempos de deconstrucción.

Télam: ¿Cómo ves la figura del varón hoy en la segunda década del siglo XXI?

Luciano Lutereau: El varón del siglo XXI no es una figura homogénea. Hay diversas masculinidades hoy en día, situadas en relación a un modelo hegemónico de virilidad, que también tiene distintos matices, pero que podría unificar en torno a la demostración de la potencia; en la medida en que ciertos actos (la destreza, el riesgo, etc.) simbolizaban una posición que, en un contexto con otros varones, definía a un varón como tal. En estos últimos años, definirse como varón, hacerse reconocer como uno, cambió completamente de signo. No es la misma experiencia la que viven los jóvenes, que se repiensan a partir de poner en cuestión conflictos que antes introducían en la masculinidad (por ejemplo, los celos posesivos, típicos del amor romántico) que la que, por otro lado, atraviesan varones adultos que ya están constituidos con un modelo machista.

En el libro me dedico a los conflictos del varón de mediana edad que, para el caso, ya atravesó diversas relaciones y se encuentra con que es una especie del pasado, en un mundo que cambió; varón al que eventualmente le gustaría amar, pero se encuentra con sus propios límites y dificultades.

T.: ¿Cómo se produce y qué conflictos internos y externos produce el proceso de deconstrucción?

LL: La deconstrucción es una meta aspiracional, destinada a demostrar su imposibilidad; es decir, el varón “deconstruido” es una trampa, más bien se vive “en deconstrucción”, con los límites que tenga para quien. Dicho de otro modo, deconstruirse no es un imperativo o una obligación, sino un método para reconocer conflictos; no es para llegar a un “ser” sino para ubicar ciertos síntomas: por ejemplo, el varón adolescente padece el conflicto de enamoramiento y, en la medida en que en el primer amor reedita la relación temprana con la madre (es decir, con alguien que actualiza su dependencia primera), es común que esa vulnerabilidad se exprese de manera agresiva, posesivamente, con temor a la pérdida. Es cierto que hay quienes no salen nunca de esa posición adolescente, pero por lo común, el varón de mediana edad ya sufre otro tipo de conflicto, le toca más bien el “amor después del amor” (como diría Fito Páez), cuando el deseo ya no tiene la misma fuerza que tenía a los 20 y, a veces, entra en cortocircuito con los intereses narcisistas, con la estabilidad de una vida consolidada.

Hasta hace unos años, una forma que tomaba este conflicto, cuando los varones tenían parejas matrimoniales y, en algunos casos, también amantes, cada tanto alguno dejaba todo para irse con esa mujer que representase una suerte de última oportunidad para el deseo. Hoy en día esto ya no es tan común, aunque siga pasando, porque la forma actual del varón de mediana edad es el “separado”, es decir, el varón que logró una suerte de armonía entre, por un lado, la vida familiar y, por otro lado, el erotismo. En este punto ¿cuál es el conflicto? Poder atravesar esa armonía artificial para volver a vivir un vínculo amoroso con profundidad, que no sea un eterno noviazgo y, por ejemplo, que la actual pareja se integre a la vida con los hijos, que comparta la vida cotidiana y no sea sólo una visita, en fin, volver a tener una familia.

T.: ¿Por qué crees que muchos hombres prefieren autodenominarse “separado”?

LL: Lo interesante de la autodenominación “separado” es que muchos varones la utilizan aunque estén en pareja; es decir, se siguen definiendo por la relación en la que, por ejemplo, tuvieron hijos, mientras que las parejas actuales es como si no contaran. No es raro que un varón en análisis se refiera a su “ex mujer” para hablar de la madre de sus hijos, mientras que tuvo otras parejas después, antes que la actual y a las que no toma en cuenta. Por un lado, entonces, hay algo melancólico o de duelo no elaborado en la posición de quien se define de ese modo. Por otro lado, también hay algo defensivo, es una manera de preservarse, como la que se encuentra en aquellos varones que de antemano dicen “Yo ya tuve” (familia, mujer, hijos, etc.) como forma de aclarar que no quieren nada, que no buscan nada, que no se les puede pedir mucho…

También es común entre los separados la elección del trabajo como pareja, que –si me permitís el chiste malo– puede ser una esposa fiel, que nunca los va a dejar, a la que pueden darle todo. Los varones separados muchas veces son los que se casaron con su profesión y, a veces, se olvidaron de la mujer que tenían al lado, hasta que el tiempo para vivir ciertas cosas ya fue suficiente y no hay retorno. Este es un dolor común en varones de mediana edad, el encuentro con lo irrecuperable del amor, luego de una fuga crónica en escenas de seducción que no nunca tuvieron la función de realizar un deseo, sino de hacerse reconocer como deseantes en otros vínculos.

T.: Respecto de esto último, desde lo afectivo y lo sexual ¿hay un momento de madurez en el hombre o siempre es un in-maduro?

LL: En psicoanálisis los términos madurez, adultez, etc. a veces son vistos de mala manera. Para mí nombran algo, implican la necesidad de que los conflictos se reemplacen con el tiempo. Después de todo, el amor es una manera de que los conflictos se transformen y, en cada relación, lo importante no es solo volver a amar, sino hacerlo de otra forma. Claro que esto no quiere decir que haya modos obligatorios de amor, en el sentido de un ideal al que haya que llegar para ser sano o normal. Pienso más bien que en el amor siempre se trata de cuidar al otro de uno mismo. Creo que esa puede ser una forma de entender qué llamo “madurez”. El punto es cómo ciertos cambios de hábitos produjeron una mayor vulnerabilidad en los vínculos actuales. Por ejemplo, la deconstrucción no se tiene que confundir con lo que también llamo “destitución masculina”.

Poner en cuestión cierto modelo de masculinidad no creo que vaya de la mano de una renuncia a la virilidad y esta no creo que pueda ser entendida sin ciertos afectos básicos, como la honestidad y la vergüenza. Lo que de un tiempo a esta parte se llama “irresponsabilidad afectiva” va en esta dirección. A mí me parece interesante que desde ciertos feminismos hayan tomado esta expresión, para poner de manifiesto algo que en los consultorios escuchamos de manera cotidiana: el uso instrumental del vínculo con el otro.