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El País 7 de agosto de 2022

Massa deberá optar entre lo principal y lo accesorio

Sergio Massa.

Por Jorge Raventos

Sin tiempo para tomar aliento, Sergio Tomás Massa empieza a sentir el juego de pinzas de las expectativas y las rivalidades. El miércoles 3 de agosto llegó triunfante a la Casa Rosada. En cierto sentido, fue un retorno, pues catorce años atrás ya había reemplazado allí mismo a Alberto Fernández en la Jefatura de Gabinete.
Pero nadie se baña dos veces en el mismo río. Ahora no aterrizó como jefe de Gabinete, sino como “superministro” de Economía (como lo presentó inclusive la prensa menos adicta) y Fernández esta vez fue el que le tomó el juramento.

Aunque Massa llegaba ese día formalmente a hacerse cargo del puesto que por menos de un mes ocupó Silvina Batakis -no de la jefatura de Gabinete, donde pudo haber recalado unas semanas antes de no haber sufrido la reticencia activa de Fernández y de la señora de Kirchner-, su arribo tuvo las repercusiones de la apertura de un nuevo ciclo. Su ascenso fue interpretado por muchos casi como el ocaso final de la presidencia de Fernández y el preámbulo de un nuevo gobierno. El poder de veto de la vicepresidenta y la (magra) capacidad de movimiento de Alberto Fernández (el remanente de autoridad presidencial que ha sobrevivido a su vaciamiento) pueden impedir algunas cosas, pero no alcanzan para subordinar la realidad.

A principios de julio, el binomio CFK-Alberto Fernández bloqueó el empoderamiento de Massa, pero durante la breve, voluntariosa (aunque insuficiente) gestión de Batakis la situación se agravó. Los mercados pedían señales más rotundas de cambio de rumbo y de afirmación de un poder sensato. La incorporación de Batakis no bastaba para cerrar heridas abiertas, fundamentalmente, por el sistema de gobierno que estaba sobre ella, que se encontraba paralizado por sus tensiones internas, su desconcierto y su incomprensión de la realidad, además de por la ostensible erosión de la autoridad presidencial.

Muchos culpan a la vicepresidenta por este deterioro de la figura de Fernández, pero hay que subrayar lo que María Elena Walsh llamó en un poema “complicidad de la víctima” (“¿Qué culpa tiene una sombra?/Quise investirme de prestigio ajeno/ y el sometimiento era vínculo/ me contagiaba un solemne resplandor…”).

Mientras Batakis se encontraba en Washington la crisis se agitaba: los índices y las cotizaciones hacían resonar sus alarmas; Jorge Pablo Brito, titular del Banco Macro, anotició a Cristina Kirchner de que la situación de las reservas del Banco Central era crítica y que el tanque estaría irremediablemente vacío hacia el 15 de agosto. Fue probablemente entonces cuando la vice terminó de entender que el peligro era inminente. Ante el precipicio, la lucidez de los involucrados se perfecciona. Así, las puertas que se habían cerrado para Massa menos de un mes antes esta vez se abrieron. O, más bien, empezaron a abrirse.

En sus nuevas funciones, Massa ha quedado ubicado en el centro de la atención pública. Su ceremonia de investidura tuvo dimensiones casi presidenciales, mientras se seguía apagando el poder de Fernández y quedaban a la luz los límites del poder de la señora de Kirchner, quien han quedado lejos de la omnipotencia que suelen adjudicarle voces desubicadas o interesadas del espectro opositor.

Massa tiene la oportunidad de fortalecer las atribuciones con las que llegó a su nuevo cargo. Pero eso dependerá de distinguir con claridad lo principal de lo accesorio; tendrá que emplear la audacia y la capacidad de trabajo que no le faltan para resolver los problemas que provocaron su ascenso. Antes que hacer equilibrio en el juego de fuerzas del internismo oficialista.

Lo principal y lo accesorio

En sus declaraciones de la tarde en que asumió, el flamante ministro expuso cuatro ejes y dieciséis prioridades de su hoja de ruta. Tal vez tenga que comprimir esa enumeración y empezar por lo esencial, en que se destacan tres asuntos íntimamente entrelazados: fortalecer las reservas del Banco Central supone la necesidad de un acuerdo con el campo (el sector más competitivo de la economía argentina, el mayor proveedor de divisas y un aliado fundamental para una estrategia de crecimiento e inserción protagónica en el mundo); Massa destacó en su primera exposición como ministro la relevancia y capacidades del sector, pero todavía avanzó en las reuniones prometidas con él. Quizás ese encuentro dependa de una tercera cuestión prioritaria: la reducción de la enorme brecha cambiaria entre el dólar comercial y los dólares paralelos.

Empezar decididamente por esas prioridades tendría un gran efecto derrame sobre la actitud general de los mercados. Si bien la primera reacción de estos fue positiva (señal de que el perfil de Massa genera buenas expectativas), todavía persiste la cautela. La elección de colaboradores (Daniel Marx, Madcur, Juan José Bahillo, Delgado, Jorge Neme) es una señal clara del rumbo en el que quiere avanzar, pero la situación no requiere solo rumbo, sino también velocidad.

El programa para satisfacer aquellas prioridades incluye, claro está, temas que desatan tensiones: un acuerdo con el campo que, para acelerar la liquidación de los granos que aún se mantienen en los silos bolsa, modere significativamente las retenciones o garantice a los productores una cotización realista es un paso que pone nerviosa a mucha gente. En primer lugar, a los sectores ideológicamente más anacrónicos de la coalición oficialista.
Reacciones semejantes ocurrirán cuando Massa, que ha prometido cumplir con el acuerdo suscripto con el FMI, aplique las medidas de ajuste del gasto público que eso supone.

La posibilidad de un veto

Lo que la sociedad y los mercados observan es si el superministro puede avanzar en el sentido esperado o es frenado nuevamente por el maltrecho binomio Alberto Fernández-CFK.

La vice le concedió a Massa una foto; su hijo Máximo, un abrazo cuando asistió en la Cámara a la quema de las naves de Massa (renuncia como titular del cuerpo y como diputado); los voceros de La Cámpora advirtieron que la mayor contribución que harían sería el silencio. Ningún representante de ese sector asistió a la ceremonia de asunción de Massa, en la cual una notable porción de los invitados eran ya una encarnación incómoda para ellos del programa que el superministro se orienta a poner en práctica.

El Presidente, por su parte, mostró nuevamente su intención de exhibir su capacidad de poner límites cuando eliminó la fusión de los ministerios de Obras Públicas y de Transporte que estaba acordada. Se trató de un recordatorio de que puede seguir empleando atribuciones institucionales que, más allá de su debilitamiento político, conserva y, por ejemplo, puede postergar o negar la firma de decretos de necesidad y urgencia que el ministro de Economía requiera (Massa ya anunció en su conferencia de prensa del miércoles 3 que los necesitará).

El ascenso de Massa ha contado con una gran densidad y variedad de respaldos. Si bien para la gran mayoría de ellos el motivo esencial es la necesidad de terminar con el vacío de poder, más allá de esa demanda común, hay divergencia de expectativas entre el apoyo de -digamos- el llamado “círculo rojo” y el de muchos líderes (territoriales y gremiales) del oficialismo. Para algunos, la nueva centralidad de Massa es el anuncio de un rumbo de racionalidad económica; para otros, es un requisito hoy indispensable para coordinar la unidad del oficialismo y mantenerlo competitivo con vistas a la elección de 2023. Desde esta perspectiva, el punto de largada de la recomposición es la conciencia del peligro pero también la esperanza (o, si se quiere, la ilusión), de que la coalición oficialista se mantenga unida con vistas a la elección del año próximo.

La bifurcación inevitable

¿Qué pasará cuando esas perspectivas se bifurquen? La puesta en marcha de un programa como el que insinúa el superministro promete más bien conflictos internos, y su realización implica la ampliación y reestructuración de la base de poder (acuerdos de gobernabilidad con sectores de la oposición, por caso, como prometió al despedirse de la Cámara de Diputados).

En esa lógica, el superministro no significaría un cambio en el poder, sino un cambio de poder. Y los efectos previsibles, más allá de la voluntad de Massa, incluyen -antes de construir una nueva unidad- desagregaciones, caminos que se bifurcan -“No crean que he venido a traer paz a la tierra. No vine a traer paz, sino espada” (Mateo 10:34-36)-. Esto también atañe a la oposición que, en caso de que Massa avance en el programa que sugiere, deberá dilucidar si respalda ese rumbo, lo combate o -como optó por hacer el martes en Diputados a la hora de votar la nueva presidencia de la Cámara- solo puede mantener la unidad actual a través de la abstención.

Massa, que llega desde el seno del gobierno pero sigue empeñándose en disolver la grieta, como cuando buscaba la “avenida del medio”, es un personaje que le resulta incómodo a muchos, de adentro y de afuera del oficialismo. Por el principio de acción y reacción, esos sectores lo harán sentir incómodo a él. Pero las fuerzas que lo proyectaron a su situación actual -la hondura de la crisis, el temor al vacío, la proximidad del precipicio- seguirán durante un tiempo protegiéndolo de las represalias. La condición es que él use ese tiempo para hacer lo que hay que hacer.