A los 83 años, falleció en las primeras horas de este viernes el periodista, poeta, músico y compositor Pedro Leguizamón. Dueño de una gran trayectoria, desarrolló el periodismo en este diario como secretario de Redacción y editor del suplemento dominical de Cultura, espacio en el se lució con su prosa fina y profunda.

Guitarrista, muy conocedor de los ritmos nativos, desarrolló en paralelo a su vocación periodística un camino en la música. Fue letrista de gran inspiración compositiva, formó parte de la legendaria peña Rueda de amigos, que en forma semanal se reunió durante cuarenta años con Federico Fico, Carlos Bertuzzi y Roberto Cambaré.

También se destacó en la poesía, disciplina a la que sumó varios poemarios, uno de ellos “De la tierra y el tiempo” publicado en 1986. Un libro celebrado por su “armónico castellano argentino, vivos aún los arcaísmos de la lengua madre y las voces indígenas castellanizadas” y por su tono nativo que siempre tenía como horizonte a la pampa y al sentir de la tierra.

Otro de sus libros fue “La luz, la voz”, también publicado por la Fundación Argentina para la Poesía. Su obra poética fue celebrada por personalidades académicas como Jorge Vocos Lescano, Elías Carpena, Jorge Calvetti, entre otros pares como Bernardo Ezequiel Koremblit y Alberto Blasi Brambilla. Posteriormente el sello Torres Agüero le editó su tercer libro de poemas “Los vinos viejos“.

Dominaba el latín, el francés y el italiano, por lo que conocía a los poetas clásicos, como así también a los grandes escritores decimonónicos.

Recordó el escritor Sebastián Jorgi la admiración de Pedro a “Lugones, José Hernández y Borges, a quién llegó a hacerle tres entrevistas, una de ellas en la calle Maipú, la casa del autor de Ficciones”.

Había nacido en la ciudad de Laprida, en la provincia de Buenos Aires, el 14 de diciembre de 1936.

Gran conversador, gran amigo, le gustaba -ya jubilado- visitar a sus compañeras y compañeros de la redacción No era raro verlo llegar una tarde con su andar de pueblo, sus gruesos anteojos y el diálogo siempre listo para atravesar con él los dilemas de la existencia humana, que tan a flor de piel sentía.