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Cultura 19 de junio de 2018

Pierrik Malebranche, perfil de un experimentador

Alejado de las etiquetas, busca un lenguaje estético particular en el que puedan convivir distintas disciplinas y, sobre todo, que requiera "entrega física".

"En la escuela de Marceau no sólo tuve una formación física sino que empecé a formarme intelectualmente", cuenta Malebranche.

por Claudia Roldós
@clauroldosmdp

Su primer acercamiento al arte fue con el cine y el teatro. Pierrik Malebranche se crió en Vilpant, en los alrededores de París, y absorbía todo tipo de películas en los cines del barrio. Años más tarde, en la escuela de verano, jugaba a ser actor y director de teatro, con puestas en las que las escenografías se dibujaban en un pizarrón.

Con sus primeros ahorros, resultado de un trabajo de verano, compró una cámara super 8 con la que realizaba películas animadas con figuras en plastilina. Luego incursionó en la carrera de cine, “muy teórica” para un joven que buscaba, desde entonces, una disciplina con “más entrega física”.

Así llegaron el circo, el mimo, la danza -como bailarín y luego como coreógrafo-, el teatro como herramienta y, siempre, la experimentación como motor en la búsqueda de su lenguaje estético particular.

Con esa ecléctica formación en la escuela de circo de Annie Fratellini, en la escuela y compañía de Marcel Marceau, en danza con Frédéric Lescure, trabajos con Philippe Chevalier y Philippe Decouflé y la experiencia de haber formado su propia compañía junto a Véronique Velsch, su primer contacto con Mar del Plata fue como docente invitado para unas actividades en la Escuela Municipal de Danzas. Luego, comenzó a experimentar la ciudad como residente, dado que hace siete años decidió radicarse para estar cerca de su hijo, hoy de 10 años.

Si bien ahora el artista está pensando en volver a su país natal, asegura que los años en Mar del Plata fueron fundamentales en el desarrollo de lo que llama su propio lenguaje artístico y estético. “Sin esta experiencia, no lo hubiera logrado”, asegura el creador de puestas que combinan lo audiovisual con la experimentación y manipulación de materiales y objetos, iluminación, sonidos y trabajo corporal, como en Moby D…q, pieza que estrenó en el Teatro Auditorium.

Hijo de un inmigrante haitiano radicado en Francia desde 1962, mayor de cuatro hermanos, desde chico, la experimentación es su sello. “Desde la adolescencia experimentaba técnicas, escritura de guión, animaciones, creación y recreación de historias”, contó el artista, quién reconoció que se aburrió durante sus estudios de cine, aunque “había cursos muy interesantes que todavía me siguen como reflexión sobre la gramática de un relato”.

– ¿Qué es la experimentación para vos, cómo se manifiesta en tus búsquedas, tus actividades?

– Siempre me sentí un poco indeterminado. Tengo nacionalidad francesa, sin duda, cultura francesa, sin duda, extraño mucho, pero lo que extraño es a mis amigos, familia, paisajes determinados, pero en un momento de mi vida me sentía muy partido. En Francia tenemos la tendencia a poner cada cosa en su caja: danza, teatro, música, pero yo me siento bien en un ámbito en el que varias disciplinas puedan dialogar al mismo tiempo. Es una experimentación, un aprendizaje nada fácil, pero un beneficio porque entendí que las cosas no son tan fáciles de definir, las fronteras son mucho más porosas o borrosas y que las cosas se mezclan mucho más de lo que pensamos. Al final, la experimentación es hacer un teatro mezclado, mestizo, mimo, danza, teatro visual, que permite varias perspectivas al mismo tiempo. Cuando encontré este trabajo es cuando me sentí en mi lugar porque no tenía que definirme. Tengo un poco de experiencia en movimiento, un poco en manipulación, el cine siempre me interesó entonces la imagen me interesa. La pintura me interesa pero no sé dibujar, sin embargo trato de informarme y de interesarme por este tipo de cosas sin ser especialista, respetándolas, haciendo lo que puedo hacer en un cierto registro. No voy a filmar una película, por ejemplo, pero me interesa entender de montaje, de gramática cinematográfica para que ésta pueda dialogar con una gramática más corporal o escenográfica.

Descubrir la danza

– ¿Esas inquietudes fueron las que te llevaron a abandonar la carrera de cine?

– Tenía ganas de experimentar lo que había del otro lado de la cámara, pero sin tomar clases de teatro. Buscaba algo con más entrega física.

– ¿Así te vinculaste con el circo, el mimo?

– Fui a la escuela de circo, muy abierta para la época, había clases abiertas, con muchos actores que las tomaban para tener una especie de entrenamiento físico. Había cursos obligatorios de danza clásica y acrobacia, también teníamos trapecio, malabares, equilibrio sobre el hilo… hice un año y medio. Fue muy interesante porque sobre todo descubrí la danza que nunca me había interesado como práctica, como arte. La profesora que teníamos me alentó a seguir más, veía que tenía facilidades en el cuerpo, la postura de los pies me salía natural. Entonces empecé a tomar más clases de danza clásica y me gustaba pero no pensaba que eso podía ser mi oficio. Lo hacía porque me gustaba físicamente y con relación a la música.

– ¿Como una herramienta?

– Sí, porque en esa época no sabía bien qué iba a hacer con todo eso.

– ¿Cuándo y cómo llegas a Marcel Marceau?

– Terminé con esta escuela de circo y el servicio militar era obligatorio en Francia así que tuve que ir, un año. Cuando estaba terminando, pensaba qué hacer y recordé que un amigo me había hablado de la escuela de Marceau. Justo había una época en la que esa escuela hacía unas jornadas de puertas abiertas, fui a ver un día y, como se dice acá, flasheé. Sobre todo porque tuve la suerte de ver una clase de Marcel Marceau, que estaba trabajando con alumnos. Con él había dos tipos de cursos, los más técnicos con una especie de repertorio, trabajo de manos, trabajo de sentimientos, etc, y lo que era trabajo de pequeñas escenas, que los alumnos creaban y mostraban a Marceau, quien hacía una devolución dramatúrgica y también de interpretación. Eso era lo más apasionante con él. Realmente me fascinó eso.

PIERRI05

– ¿Qué es lo que más lo marcó de esa experiencia?

– Yo lo conocía como estrella, pero nunca lo había visto en el escenario. Verlo por primera vez en ese contexto me gustó mucho. Y realmente en esta escuela aprendí toda la base, no conocía nada de teatro, los nombres de los dramaturgos eran completamente desconocidos para mí antes de entrar en esta escuela. En la escuela de Marceau no sólo tuve una formación física sino que empecé a formarme intelectualmente.

Los profesores nos aconsejaban lecturas, hacían referencias a autores y entre los alumnos, algunos tenían cultura teatral e intercambiábamos referencias. Fueron tres años apasionantes porque por un lado Marceau tenía su estilo, pero además la escuela estaba abierta todo el día pero en el tiempo libre, los alumnos podían quedarse a entrenar, a experimentar y realmente eso fue esencial en mi formación, una especie de dramática del cuerpo muy desarrollada.

– Estuvo también en la compañía de Marceau.

– Al salir de la escuela, trabajé un poco con Marceau en su compañía, cuando la rearmó. Estuve en la reapertura y en la temporada en París, que duró tres meses.

Después me fui a un taller de danza contemporánea con el coreógrafo Frédéric Lescure con quien después estuve 10 años en la compañía. Era un taller muy abierto, había bailarines, actores, gente de circo. Allí conocí a la bailarina Veronike Velsh, con quien luego armamos nuestra propia compañía.

– Ahí incursionó en la producción y la dirección.

– Ahí comenzó el proceso de armar obras como co-coreógrafo, co-director y empezar a pensar en la escritura escénica. El invierno pasado remonté la primera obra que habíamos hecho con esta compañía, el infantil ‘El ropero’, en el ciclo A desaburrir el invierno.

El salto geográfico

– Eso fue el año pasado, pero tu relación con Mar del Plata comenzó mucho antes.

– Vine por primera vez en el 96/97 para dar un taller en la escuela municipal de danzas, con dos amigos de la escuela de Marceau. Surgió la propuesta de armar una obra para el año siguiente, volvimos en 1998 y nos quedamos 3 o 4 meses. Ahí armamos la obra Mandarinas Negras, una especie de teatro coreográfico, teatro visual. En esa época estaba en mi faceta de bailarín y mi colega ya tenía todo el manejo del material, del teatro visual, de la escena como espacio pictórico y trabajamos a partir de eso. Mis amigos se casaron con marplatenses y yo encontré a mi ex esposa en este contexto, pero no fue entonces cuando me radiqué, sino después. Cuando nos separamos ella volvió a Mar del Plata, con nuestro hijo que entonces tenía dos y medio. Ahí decidí mudarme a Mar del Plata.

– ¿Es en esa época cuando se dedica a ‘La Forma del Mundo’?

– Fue la primera obra que hice acá. Un pedido del Teatro Auditorium. Se venía la temporada de invierno y me propusieron una obra en la sala Nachman. A partir del cuento ‘De la forma del mundo’ de Adolfo Bioy Casares, se me dispararon algunas ideas, asociaciones, de las que me valí para trabajar esta obra, en la que sigue la experimentación. Había movimientos, marionetas, títeres, sombra y un poco de proyección en video. Para mí fue como una especie de boceto de lo que iba a desarrollar a lo largo de mi estadía acá. Como si el lenguaje que quería desarrollar ya estuviera en proceso. Por eso esta obra tuvo mucha importancia para mí. Me di cuenta de que me gustaba mezclar, realmente. Cuando tenía la compañía de danza hacíamos danza con un par de cositas, con un poco de trabajo de objetos, pero no tan desarrollado. Con ‘La forma del mundo’ pude ver que realmente todas las cosas que me gustaban podían convivir y podía elaborar un lenguaje escénico singular a partir de ello.

– ¿Cómo también en Moby D…q?

– Esa obra fue, al principio, una necesidad. Nunca había hecho un unipersonal. Logré una beca del Fondo Nacional de las Artes y el apoyo del Teatro Auditorium. Al principio lo llamaba un proyecto nómade, una obra de teatro de objeto que se podía montar casi en cualquier lugar, con requisitos técnicos mínimos. La propuesta escenográfica es una pantalla detrás de mí y adelante un pequeño espacio. Hay un material audiovisual con testimonios, imágenes de Mar del Plata que tomé, que armó Demian Basualdo, que es a la vez la materia prima con la que estoy jugando, como material audiovisual, lo que se cuenta y lo que se ve y también como fuente de luz, para definir sombras y atmósferas luminosas.

El material como obstáculo y metáfora

– También practicó con la manipulación de papel. ¿Qué desafío implica interactuar con materiales en escena?

– Papel, plástico, arena, arcilla, agua, todo se puede usar, dependiendo de la temática. Cada material desviado de su función habitual se convierte en un obstáculo para el intérprete, pero como metáfora de sus propios obstáculos interiores. La idea de la proyección metafórica es muy importante en este tipo de trabajo. Hay un trabajo de asociación de ideas, podemos empezar a trabajar a partir de nada. Hay un trabajo de redescubrimiento del material. Cada uno con su textura, función, tamaño. Todo el trabajo de manipulación y de considerarlo como un partenaire, primero empieza con redescubrirlo.

El papel, que uso en Moby D…q, es un material muy práctico y sobre todo existen muchas variedades. Cada tipo de papel tiene su identidad, su voz y eso hace que la utilización sea completamente distinta.

– Ahora está trabajando en un proyecto vinculado a lo musical. ¿Más experimentación?

– Sí. Estamos trabajando en una pequeña ópera. Hace mucho tiempo que Pablo González Aguilar me propone hacer algo con él y nunca encontrábamos el momento adecuado para materializarlo. Pudimos coincidir y estamos haciendo un montaje de tres obras de Darius Milhaud: Le boeuf sur le toit (El buey en el tejado), Scaramouche y L’enlevement d’Europe (El rapto de Europa). Juntamos las tres obras en una puesta total, no en una sucesión de obras y se va a llamar: “Milhaud en el tejado”. Se va a estrenar en El Galpón de las Artes, partenaire de este proyecto, en la primera semana de julio.

– ¿Es muy diferente la forma de gestionar proyectos artísticos aquí con respecto a Francia?

– En Francia, la temporada va de septiembre a junio. Lo bueno es que cuando empieza la temporada ya sabés toda la programación del año. Eso beneficia a las grandes compañías. Lo malo es que si en mayo o junio no tenés fechas para el año siguiente, pasás lo que se dice un año blanco, sin nada.

Acá el funcionamiento es muy distinto, casi al día. Hay flexibilidad, puedo buscar fechas para uno o dos meses en adelante, tocar timbres. Pero es un continuo volver a empezar, porque la flexibilidad es precaria también. Creo que sería importante encontrar un sistema que tenga un poco de las dos cosas.

– ¿Qué te imaginás estar haciendo dentro de unos años?

– Realmente no lo sé. Estoy en un momento de cambio. Pienso volver a Francia en septiembre porque creo que el ciclo acá para mí se cumplió. Es una cuestión también económica, todo cuesta cada vez un poco más y necesito proyectarme, que es muy difícil acá, porque todo es día a día. Aunque he tenido muchas oportunidades acá, en Buenos Aires, en Rosario, nada brota de forma contundente, todo es puntual y quiero enfocarme en un proyecto a largo plazo, de formación, de creación. Y para eso la investigación es fundamental.

– ¿Cómo calificás la experiencia en estos años?

– Lo que pude desarrollar realmente es porque existe una gran libertad para crear, a pesar de la falta de recursos, que es parecida para todos los que tratan de hacer algo. Pude desarrollar lo que podríamos llamar mi estética gracias al tiempo que estuve acá. Creo que en Francia no hubiera tenido la misma oportunidad. Quizás hubiera vivido mejor económicamente como intérprete, siendo parte de una compañía, pero no hubiera tenido este tiempo para desarrollar un trabajo propio y sobre todo no hubiera tenido los espacios como el Teatro Auditorium, El Galpón de las Artes, que me permitieron mostrar, experimentar.