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Opinión 14 de agosto de 2022

Planes de Massa y planazos de Carrió

Por Jorge Raventos

Sergio Tomás Massa, un superministro casi flamante, empieza a sentir el juego de pinzas de las expectativas y las rivalidades.

Compensa en parte esos inconvenientes el alboroto que reina en la oposición, amplificado por el “fuego amigo” descargado minuciosamente por Elisa Carrió sobre su propia coalición.
Conviene ir por partes.

Massa: el tiempo apremia

Apenas han transcurrido diez días desde que Massa asumió como “superministro”: en sus nuevas funciones ha quedado en el centro de la atención pública y los otros dos socios de la coalición oficialista empiezan a disfrutar de ese nuevo pararrayos, aunque su instalación implique que ellos han perdido cuotapartes en la UTE gobernante.

Es importante mirar el bosque, no sólo el árbol más cercano. El periodismo y las redes generan una visión alienada en los sucesos. La política necesita centrarse en los procesos, que no se despliegan con el “tiempo real” de las noticias, sino con los ritmos (a veces lentos, a veces vertiginosos) de las relaciones de fuerza y los balances entre las decisiones y la realidad; con hechos, no con sucesos; aunque a veces los hechos producen sucesos.

El proceso de evaporación del poder de Fernández fue extenso y, tras el paso necesario de empoderar a Massa como “superministro”, avanzó; la presunta omnipotencia de la señora de Kirchner y sus poderes de veto quedaron seriamente relativizados ante la eclosión de una extendida crisis y se debilitaron más ante los reveses que sufre por obra de otros procesos (en la esfera judicial).

No se podría afirmar que el nuevo ministro haya estado quieto estos diez días, si bien por comparación con el ritmo de la crisis que lo proyectó al cargo a veces parece detenido.

Entre sus logros más destacables están la refinanciación de una pesada deuda en pesos con vencimientos inminentes ($615.862 millones en agosto, $1.123.801 millones en septiembre y $807.068 millones en octubre), frente a la cual la oferta de canje presentada por Economia obtuvo un 85 por ciento de aprobación; las obligaciones se postergaron por un año a cambio de tres bonos que naturalmente ofrecen a sus tenedores garantías (sea contra inflación o contra devaluación). Se trataba de conseguir un respiro al Tesoro, sofocado por la cercanía de los compromisos. Y eso se logró. Posponiéndolos.

Otro logro importante: Massa consiguió hacerse con el control del área de Energía, una plaza que muchos consideraban vedada para él, ya que allí campeaban figuras próximas a la señora de Kirchner, como el subsecretario Federico Basualdo ( a quien Martín Guzmán y el propio Alberto Fernández quisieron pero no pudieron apartar) y Darío Martínez, un secretario del área que, sin ser explícitamente kirchnerista, se acomodaba a los dictados de esa tendencia.

Massa consiguió sus renuncias y colocó allí a personas que sintonizan con su criterio, que prioriza la reducción marcada de los subsidios, tantra para bajar el gasto público como para inducir un mayor control del consumo.

Fernández desafina

Vale la pena tomar nota de la retórica desafinada con la que el presidente acompaña las políticas y las intenciones del ministro de Economía convocado para dinamizar su estancado gobierno.

La última semana, con Massa sentado a su costado en Cañada de Gómez, en el restablecimiento del ramal ferroviario que une esa ciudad con Rosario, Fernández pareció querer ponerle un límite al recorte del gasto público que el “superministro” se propone (necesita) ejecutar, y dijo: “”Sergio sabe como yo la obligación que tenemos y no va a parar ninguna de las 5 mil obras públicas que estamos haciendo a lo largo y a lo ancho del país”. Ahora que parece relevado de la responsabilidad de gobernar, Fernández dicta agenda desde el palco.
En un acto de hace cinco días relacionado con la puesta en marcha del gasoducto Néstor Kirchner, Fernández exhortó desde el micrófono: “Estamos en Argentina y tenemos gas, ¿por qué vamos a pagar a precios internacionales si tenemos gas que podemos distribuir entre los argentinos y que los argentinos paguen a precios razonables'”.

Se trata de un argumento facilista, de eventual penetración para quienes quieren verse reflejados en el ejemplo de Arabia Saudita, que regala en el campo doméstico el petróleo en el que nada; pero es un razonamiento por demás inoportuno para un ministerio de Economía empeñado en achicar los precios políticos y aproximarse a los precios de mercado, tanto para reducir el peso de los subsidios sobre el presupuesto como para alentar la inversión con reglas objetivas, comprensibles y adaptadas a la normalidad internacional.

Aliviado de otras responsabilidades por el protagonismo de Massa, Fernández parece haber abandonado el traje de seriedad presidencial con el que defendía el rumbo de Martín Guzmán para hablar con una informalidad militante vecina a la de algunos portavoces del Instituto Patria.

Asignaturas pendientes

La sociedad y los mercados observan si el supèrministro puede avanzar en el sentido que él insinúa y que un gran número de jugadores importantes espera, o si, por el contrario es, también él, frenado nuevamente por sus socios de la coalición.

Desde que asumió Massa no consiguió aún nombrar al técnico que lo acompañará como número dos de su ministerio. A fines de la semana anterior sonó el nombre de Gabriel Rubinstein, un prestigioso economista que fue colaborador directo de Roberto Lavagna. Esa designación se frenó. Muchos informadores sostuvieron que el parate fue determinado por la señora de Kirchner y lo asignaban al tono muy crítico en relación con el kirchnerismo en general y con la vice en particular que Rubinstein venía empleando en las redes sociales.

La verdad es que el economista estaba fuera del país y su familia no contempla con simpatía la posibilidad de que retorne a la función pública. No fue la señora de Kirchner quien detuvo su nombramiento, sino, al parecer, la señora de Rubinstein. En cualquier caso, Massa tiene urgencia en designar un viceministro que sea un economista profesional respetado. A fines de esta semana empezaba a hablarse de Martín Rapetti, un técnico ponderado que conduce una consultoría con Diego Bossio, muy cercano a Massa.

La señora de Kirchner hasta ahora actúa en modo colaborativo con el ministro de Economía, aunque mantiene distancia social en relación con el programa que él impulsa, que inevitablemente impondrá ajustes.

La principal reticencia con que debe lidiar Massa es el tiempo: no cuenta con meses para enraizar su gestión; a lo sumo dispone de semanas. Y en algunos temas, apenas de días.

Por ahora, como un estudiante experimentado ante un examen, Massa trata de despejar primero lo que le resulta más fácil, dejando lo más complicado para el final. Pero esa táctica quizás no es la más indicada para resolver una situación política como la actual, donde conviene atacar primero lo estratégico. Como cantó Martín Fierro:”… siempre corta por lo blando/el que busca lo siguro,/mas yo corto por lo duro,/y ansí he de seguir cortando…”

Una alianza con el campo

Un domingo atrás, en este espacio señalábamos que “en sus declaraciones de la tarde en que asumió su cargo, el flamante ministro expuso cuatro ejes y dieciséis prioridades de su hoja de ruta. Tal vez tenga que comprimir esa enumeración y concentrarse en lo esencial”, y destacábamos en esa condición “la necesidad de un acuerdo con el campo (el sector más competitivo de la economía argentina, el mayor proveedor de divisas y un aliado fundamental para una estrategia de crecimiento e inserción protagónica en el mundo)”. Massa destacó en su primera exposición como ministro la relevancia y capacidades del sector, pero no apresuró las reuniones prometidas con él. Conversó con sectores del Consejo Agroindustrial Argentino y con algunos dirigentes individuales, pero solo el viernes último se encontró con la Mesa de Enlace agropecuaria, una entidad de peso simbólico y también organizativo.

Se trató de un encuentro rodeado de una significativa discreción, señal de que, desmintiendo comentarios probablemente prejuiciosos, no se buscaba “hacer marketing” sino de iniciar una conversación seria. En el centro industrial de Escobar se reunieron cuatro representantes del gobierno encabezados por Massa (la presencia entre ellos de Julián Domínguez, que ya no está en el gabinete, es un síntoma de que Massa quiere avanzar a partir del buen diálogo que el ex ministro de Agricultura había alcanzado con el sector), con los directivos de la Sociedad Rural, Coninagro, la Federación Agraria y Confederaciones Rurales Argentinas.

Los dirigentes rurales se mostraron satisfechos por la reunión, que consideraron la primera puntada de un tejido necesariamente complejo (“Fuimos escuchados y hablamos de temas que antes no se habían tratado, como una reforma impositiva profunda. Planteamos los inconvenientes del dólar soja, que no es la solución para que el productor tenga un incentivo para aumentar la comercialización”). Aunque esperan hechos rápidos de parte del gobierno, se han dado diez días para un nuevo encuentro similar, mientras técnicos de las organizaciones y del gobierno analizan en detalle los puntos de la agenda de trabajo en la que ambas partes coincidieron el viernes.

El acuerdo con el campo es una prioridad estratégica y las conversaciones seguramente conducirán a una reducción sensible (quizás a una anulación temporaria) de las retenciones, aunque el secretario de Agricultura, Juan José Bahillo, uno de los acompañantes de Massa, aventuró ayer que las retenciones no se podían tocar “en la actual situación fiscal”. Ese es tal vez el primer paso obligado de la negociación y es un fraseo que coincide con las gastadas ideas de un sector del oficialismo. Pero habrá que ver lo que opina el superministro dentro de 10 días, cuando se vuelva a reunir con las entidades.

El número vivo opositor

Las fuerzas de la realidad, que disgregan lo viejo y anacrónico, afectan no solo al gobierno, sino al conjunto del sistema político empujándolo a reestructurarse y reorganizarse. Señalábamos la ‘última semana: “Esto también atañe a la oposición que, en caso de que Massa avance en el programa que sugiere, deberá dilucidar si respalda ese rumbo, lo combate o -como optó por hacer el martes en Diputados a la hora de votar la nueva presidencia de la Cámara- sólo puede mantener la unidad actual a través de la abstención”.

En los últimos tiempos, así como el oficialismo experimentó el poder de esa lógica desintegradora, la principal coalición opositora dio muestras también de que allí bullían energías contrapuestas.

Esta semana Elisa Carrió se ocupó de activar una erupción. La aguerrida chaqueña se embarcó en una programada secuencia de declaraciones en medios importantes (evacuadas en espacios que no suelen interrumpirla con preguntas) y allí se dedicó a disparar contra líderes de Juntos por el Cambio. Entre ellos, Cristian Ritondo y Gustavo Ferrari, ex ministros de María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires (implícitamente los ataques también la tocaban a ésta), Emilio Monzó, Rogelio Frigerio; contra miembros de los equipos que acompañan a Patricia Bullrich, como Gerardo Milman (a Bullrich no la nombró, quizás para ningunearla). El argumento básico de los ataques que ella explicitó fue que “hay muchas personas claves de Juntos por el Cambio que hacen negocios”, y su objetivo alegado fue sacar de la coalición opositora a “todos los massistas que están en Juntos por el Cambio”.

La administradora de absoluciones

Parece evidente que la blitzkrieg de Carrió está motivada por el temor que despierta (en ella y en otros socios de esa liga política) la influencia y capacidad de seducción que adjudican a Massa, y la interpretación de que los vínculos que conocen o presienten entre sectores de Juntos por el Cambio y Massa u otros líderes peronistas son indicio de una conjura para romper a la oposición.

Carrió ha bautizado a esa presunta conjura “panperonismo” (utilizando un término que introdujo el difunto Antonio Carrizo cuatro décadas atrás) y a ese imaginado peligro opone lo que llama “panrepublicanismo”, que sería, al parecer, una junta de sectores no peronistas, antiperonistas y, eventualmente,también de algunos peronistas redimidos.

La construcción de la líder de la Coalición Cívica parece buscar que la actitud moderada que se atribuye a Horacio Rodríguez Larreta (aspirar a un sostén “del 70 por ciento” para poder gobernar) se inhiba de alianzas con el peronismo y, antes aún, tome mayores distancias en relación con las aperturas que suelen atribuirse a Massa.
Carrió, una reconocida administradora de culpas y absoluciones, no golpea a Larreta (que ha sido su aliado y es una fuerza indispensable por lo que representa en la Capital), pero amenaza con el uso de sus rayos flamígeros.

Mauricio Macri -el más silencioso de los líderes del Pro ante los atraques de Carrió a dirigentes de su partido y ex ministros de su gobierno- había expresado, sin el estilo hiperbólico de la chaqueña, algunos temores emparentados con los de ella. Dos semanas atrás, a raíz de una peña que reunió a dirigentes del Pro porteño (larretistas) con cuadros y militantes peronistas, Macri advirtió sobre la necesidad de mantener “la pureza” partidaria y “evitar que cualquiera se incorpore a Juntos por el Cambio” por el riesgo de “infiltración”.

Las declaraciones de Carrió (y el significativo sigilo de Macri sobre ellas) no solo expuso clamorosamente las disputas, recelos y desconfianzas que atraviesan a la principal oposición. También testimoniaron la erosión que ha sufrido la palabra de Elisa Carrió, hasta hace poco una suerte de arma atómica que no hacía falta detonar para que causara miedo. En esta ocasión Carrió recibió el airado rechazo – todos a una- de la mayoría de los dirigentes del Pro y el radicalismo. María Eugenia Vidal aseguró que Carrió mentía, Patricia Bullrich dijo que Carrió no atendía a su propia ética “ni a la de sus aliados”. Varios deslizaron que la líder cívica utilizaba sus denuncias como arma para disputar posiciones de poder para su partido. El Pro se reunió de urgencia para intentar un control de daños, pactar un alto el fuego interno y preservarse de la contaminación que difunde la chaqueña.

El espectáculo de las fuerzas políticas quizás obligue a muchos analistas precipitados a corregir la presunción de que las elecciones de 2023 exhibirán la polarización entre las dos fuerzas que caracterizaron la grieta. Falta mucho para la elección. Las fracturas que hoy se visualizan sugieren que cuando lleguen las urnas podría haber más de dos fuerzas surgidas de la grieta.

Quizás haya también nuevos actores. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si entre fines de agosto y mediados de septiembre emerge la candidatura presidencial de Juan Schiaretti, como se rumorea en Córdoba? ¿Cómo podría incidir esa novedad en el paisaje general? ¿Es posible que, en convergencia con sectores del radicalismo, se configure una nueva coalición opositora, que iría lógicamente más allá de Juntos por el Cambio?

La escena metropolitana es muy intensa. Las internas son un espectáculo, si se quiere, entretenido. Pero el país es más grande que el AMBA y los problemas que vive la sociedad no se compaginan con el entretenimiento.



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