Romina Tiritilli escribe su biografía en clave poética y con lengua de mar
La autora marplatense conversa con LA CAPITAL sobre "Lengua salada", un poemario con forma de diario en el que cuenta su vida atravesada por el oleaje.
Romina Tiritilli (Mar del Plata, 1976) pasó gran parte de su vida conectada al mar y sobre ello escribe en "Lengua salada".
Por Rocío Ibarlucía
En “Lengua salada”, su primer libro editado por Halley, Romina Tiritilli compone una biografía poética que avanza como la marea. Estructurado en secciones que remiten al movimiento del agua –Bajamar, Creciente, Marea Alta, Reflujo y Marea viva de luna llena–, el mar no es solo un motivo del libro, sino la matriz desde la cual la autora piensa su vida y su escritura.
De familia costera y nacida en Mar del Plata, Tiritilli pasó gran parte de su vida conectada al mar, por lo que –reconoce– “sus memorias suelen tener un sabor salado y espumoso”. Por esta estrecha conexión, acude a una lengua marítima para contar su experiencia, en poemas que fluyen como el oleaje, siguiendo la forma en que la luna moldea la marea.
Entre los poemas sobre su infancia, rememora la escena en que el lenguaje poético la conmovió por primera vez: “Son las dos de la tarde y por los ventanales de la escuela de monjas entra un sol suave y amplio que me acuna mientras descubro la primera poesía que me sacude el alma. ‘Porque es áspera y fea, porque todas tus ramas son grises, yo le tengo piedad a la huiguera’…”. Esos versos de Juana de Ibarbourou produjeron en Romina la magia. “Quedé cautivada por la música de las palabras y la tridimensionalidad que propone la imagen poética”, cuenta en entrevista con este medio. Desde entonces, encuentra en la poesía, como en el mar, un refugio donde estar cuando la brújula se pierde. “Siempre me sentí a salvo en la lectura y también al escribir. Hay algo mágico que, al dejar que las palabras se estampen, permite transmutar las penas en belleza”, confiesa la poeta que escribe con una lengua de sal y espuma.
-Sos psicóloga, actriz, docente de teatro, madre y escritora. Entre todos esos lenguajes y profesiones, ¿qué lugar ocupa la escritura? ¿Y por qué, en particular, elegís la poesía?
-Durante gran parte de mi vida adulta me hice la misma pregunta, hasta que fui comprendiendo que no son sólo ocupaciones, sino que son el tejido de mi identidad. Es imposible ser psicóloga sin habitarme como madre o mujer, de la misma forma que al escribir “Lengua Salada” no pude dejar de pensarlo también como una puesta en escena de mi propia historia.
La escritura, en particular, va ocupando cada vez más espacio. La voy sintiendo como el modo en que puedo expresar mi creatividad y mi mundo interno. La poesía, en particular, porque es el lenguaje que mejor tolera la ambigüedad, lo que no está del todo dicho, lo que bordea. En ella encuentro un ritmo que se parece al de la vida: irregular, asimétrico, a veces calmo, a veces intempestivo.
La poesía, además, tiene una potencia sanadora como ningún otro género para mí, porque en sus imágenes podemos permitirnos dejar espacio para lo incierto, para el vacío y para la libertad. Y para nuestro cerebro implica no solo decodificar palabras, sino también procesar la musicalidad, la imaginería y la carga emocional que se va tejiendo en cada verso.
-El mar es el gran motivo de “Lengua salada”. ¿Qué significa para vos el mar y de qué manera creés que ha atravesado tu vida y tu lengua?
-Nací en Mar del Plata y tengo abuelos nacidos aquí. El mar es un telón de fondo de los momentos más significativos de mi vida, a donde me retiraba a contemplar mi realidad con el pecho expandido al horizonte.
El mar es, para mí, un dispositivo emocional y una pedagogía: me enseñó que todo vuelve y se retira, que hay momentos de pleamar y otros de bajamar en la vida. “Lengua salada” es la forma que encontré de mostrar el vaivén propio de la vida, y de la aceptación que necesitamos aprender para seguir adelante. Escribir con sal es escribir desde una textura: áspera, insistente, movediza y provocadora.
-¿Encontrás afinidades, zonas comunes, entre la escritura poética, la experiencia de vivir y el comportamiento del mar?
-Sí, completamente. El mar y la escritura comparten un comportamiento que es esencial: nunca son iguales a sí mismos. Hay una cadencia que se asemeja a la anterior, como las olas, pero no son idénticas. En la experiencia de vivir pasa algo similar: hay días de claridad y días de espuma, hay intuiciones que avanzan como una ola y luego se desarman. Vivir también es eso: aprender a moverse entre lo que llega y lo que se retira. Mi escritura es una deriva consciente en ese movimiento; una forma de seguir una corriente sin perderme del todo.

-El poemario propone una biografía poética y adopta la forma de un diario. ¿Qué posibilidades expresivas encontraste en este dispositivo para narrar tu vida?
-Tanto en el teatro como en la escritura, mi proceso creativo empieza desde un detalle, un pequeño gesto, y ni yo sé en qué va a transformarse con el devenir del tiempo y el trabajo. El diario se fue armando como género sin buscarlo, porque tiene una intimidad que otros no habilitan. Es un registro sin pretensión de totalidad, donde cada entrada es un fragmento, un pulso, una capa. Me interesaba narrar la historia de mis sensibilidades, más que mi vida; no desde la cronología sino desde las mareas internas, desde cómo ciertos recuerdos flotan y otros se hunden. El diario me permitía esa polifonía del tiempo: escribir desde la niña, la madre, la mujer de ahora, todas en diálogo.
-El libro comienza con tu nacimiento un 23 de marzo de 1976, fecha marcada por la historia argentina, al ser un día antes del inicio del último golpe de Estado. ¿Pensás que, de algún modo, ese punto de partida casi simbólico repercutió en tu vida y en tu escritura?
-Sí, lo pienso como una marca simbólica que, aunque no la viví conscientemente, organizó una sensibilidad. Nacer en un clima histórico de silencios, miedos y palabras restringidas me volvió muy atenta a lo que no se dice, a los gestos mínimos, al lenguaje oculto. Ese texto, en particular, fue de los últimos. Quería escribir sobre mi nacimiento y aposté a mostrar ese clima de incertidumbre y angustia que mi madre vivía en la clínica a punto de parirme. Mi escritura dialoga con esa fecha como quien conversa con un origen del que no puede despegarse del todo.
-El mar es, para la voz poética de “Lengua salada”, un refugio, una contención, un lugar donde volver a encontrarse cuando se pierde el horizonte, como se lee en “Tarjeta de invitación para los días sin brújula”. En algún punto y como psicóloga, ¿creés que la escritura también lo es?
-Para mí, sí. La escritura es un refugio, pero no un refugio pasivo: es un espacio donde una se reencuentra con algo que estaba disperso, fragmentado. Como psicóloga, veo que el lenguaje tiene un poder organizador enorme; cuando logramos poner en palabras una experiencia, algo se reacomoda. No creo que escribir sea terapia en sí misma, pero sí creo que es un modo de procesar, de metabolizar, de escuchar lo que una siente antes de poder decirlo en voz alta y también de drenarlo.
La manera en que escribimos narra no solo una historia, sino nuestro posicionamiento sobre lo que venimos a decir. A veces tan sólo cambiar el narrador nos permite resignificar el guion que nos habíamos estado contando. En lo personal, la escritura me sostiene cuando pierdo la brújula, igual que el mar.
“Escribir con sal es escribir desde una textura áspera, insistente, movediza y provocadora”.
-Ricardo Piglia ha dicho que el psicoanálisis y la literatura tienen mucho que ver con el acto de nadar: “El psicoanálisis es en cierto sentido un arte de mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que está siempre tratando de hundirse. Y un artista es aquel que nunca se sabe si va a poder nadar”. ¿Cómo dialoga esa metáfora de la natación con tu propia práctica como psicóloga y como poeta? ¿Te reconocés en esa idea de que escribir es aprender a nadar cada vez?
-No soy psicoanalista, pero puedo decirte que en la clínica trabajo mucho con la idea de acompañar sin sostener de más, de ayudar a que el otro encuentre su propio ritmo en el agua. En la escritura me pasa lo mismo: cada texto es una nueva inmersión, un volver a aprender cómo mover los brazos, cómo respirar. Nunca doy por sentado que voy a poder “nadar” de nuevo. Y ahí aparece algo vital: el riesgo, la incertidumbre, la posibilidad de flotar o hundirse. Creo que escribir es, justamente, aceptar esa incertidumbre y entrar igual al agua.
-En “Lengua salada”, la experiencia sensorial está muy presente: la sal, el viento, los cuerpos, las texturas del paisaje costero. ¿Qué lugar ocupa esa dimensión sensorial en tu forma de escribir?
-Ocupa el centro. Yo escribo desde el cuerpo, desde lo que percibo antes de entenderlo. Cada texto tiene una historia, una foto que tengo adherida a la piel. Me divierte bucear en el lenguaje hasta encontrar cómo compartir eso que atraviesa todos mis sentidos. Escribo desde ahí porque creo que el cuerpo es lo más honesto que tenemos, y expresa la manera en que nos sentimos en el mundo.
-¿Estás trabajando actualmente en algún proyecto? ¿Hacia dónde sentís que se está moviendo tu escritura?
-Sí. Estoy trabajando en dos proyectos: uno poético, que sigue explorando la relación entre cuerpo, memoria y naturaleza; y otro más narrativo, donde aparecieron voces que dialogan con la maternidad, el duelo y el paso del tiempo. Siento que mi escritura se está moviendo hacia un territorio híbrido, donde la poesía y la narrativa se entretejen. Me interesa cada vez más esa zona: el borde, el intersticio, lo que no es del todo una cosa ni la otra.
