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Opinión 22 de noviembre de 2021

Sentimiento y sensatez

La función de las creencias en la distorsión de la razón y el predominio de la emoción.

Por Alberto Farías Gramegna

“Culpó a su propio corazón por esa recóndita tendencia a formarse ilusiones que hacía tanto más dolorosa la noticia” – Jane Austen (Sensatez y Sentimiento).

“En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira” – Ramón de Campoamor y Campoosorio.

En gran medida sentimos, vivimos y argumentamos como pensamos y pensamos a partir de lo que creemos, no de lo que conocemos fácticamente con rigor gnoseológico. Con frecuencia me impresionaba (y me sigue impresionando) observar cómo personas inteligentes se adherían (y se adhieren) a todo tipo de creencias sin mediar evidencia o siquiera pedir alguna razón para creer en ellas. Un ejemplo de esto es la cantidad de relatos insustanciales e incluso disparatados que sectores de la población de las sociedades industrializadas del planeta defienden respecto de los orígenes de la pandemia del Covid-19 y de las vacunas desarrolladas para su prevención, negando absurdamente desde su eficacia hasta en posturas rayanas en el desvarío, la existencia del mismo virus. Otros colectivos argumentando que las campañas vacunatorias obedecerían solo a intereses económicos, confundiendo causa, efecto y contexto. Otros, temiendo efectos deletéreos en la salud de los vacunados, argumentando que las vacunas no están aun totalmente probadas en su seguridad para la salud, por falta de tiempo; etc. Y Otros finalmente, sumándose a los movimientos negacionistas por motivos ideológico-políticos. -Ref: El Confidencial.com (1)-

 

Creo luego siento (y viceversa)

 

En todos los casos mencionados antes campea una actitud básica creencial de índole irracional, en el sentido de no incluir la verificación empírica que valide, aun provisoriamente, una hipótesis sobre un hecho determinado, tal como observa el método de la ciencia. Aquellas actitudes irracionales suelen aparecer rayanas en la necedad ante lo evidente: un virus de efectos potencialmente letales y/o distópicos en sus efectos sanitarios, económicos, y socio culturales, como tantas veces padeció la Humanidad en su larga marcha desde la noche de los tiempos, en que el simio primigenio mudo en el sapiens que hoy somos en camino a quien sabe que homo futuro nos depara nuestra evolución como especie.

Es que insistir en un comportamiento a partir de una creencia errónea y nunca plantearse si aquella pudiera ser errónea o aludir a un inexistente, es propio de lo humano. Años después de haber sobrevivido a una educación académica institucional más centrada en fundamentos ideológico-voluntaristas y filosóficos que científicos, leo con placer a Violaine Guéritault: “La psicología moderna comprendió por fin que el psiquismo no era un parque de diversiones en el cual uno puede permitirse enunciar seudoverdades sin tener pruebas tangibles de lo que se postula”. Sin duda, como enfatiza López Rosetti, “el corazón decide, la razón justifica”, (lo que la Psicología clínica llama mecanismo de “racionalización”) ya que somos seres emocionales, con capacidad de razonar (a veces).
Un ejemplo es la trama psicosocial de la novela de Jane Austen “Sense and Sensibility” (Sensatez y Sentimiento), llevada al cine magistralmente por Emma Thompson.

Pero aquí vale preguntarse: ¿Cómo y a partir de qué decide el corazón? Y la respuesta apunta a las creencias que modelan valores. Si creo, por ejemplo, que la institucionalidad del Estado de Derecho es garantía de convivencia en libertad, el respeto a la Ley será para mí un valor positivo, y su transgresión generará culpa o indignación, que son dos componentes emocionales. El corazón finalmente es sujeto de la razón normativa, es decir parte de un sistema de ideas congruentes asociadas con coherencia interna, lo que no garantiza que siempre sean ciertas o comprobables, (a pesar del relativismo subjetivista y escéptico expresado por Campoamor), deseables y constructivas o indeseables y destructivas para propios y terceros. Ya se sabe que “el hombre ideológico” no habla, es hablado por el texto sagrado. He dedicado un libro de reciente edición a teorizar sobre este tema fundamental: el pensamiento ideológico.

En “El hombre de un solo libro” (Editorial Martín, 2021), retomo el marco referencial del modelo “racional-emotivo” desarrollado por el psicólogo estadounidense Albert Ellis, cuando afirma que “las creencias irracionales se cambian mediante un esfuerzo activo y persistente para reconocerlas, retarlas y modificarlas, lo cual constituye la tarea de la terapia racional emotiva”

 

Pensamiento y acción: dos a quererse

 

El significado de las concepciones se debe buscar en sus repercusiones prácticas. Para W. James y C.S Peirce, padres del “Pragmatismo”, la verdad se debe examinar preeminentemente por medio de las consecuencias prácticas de una creencia. En otras palabras: la función del pensamiento es guiar la acción.

Sabemos que basta con un enlace emocional empático a un sistema ideológico, una causa, discurso, relato, doctrina o mito, para transformar pasión en verdad y verdad en cosmovisión excluyente. Ellis, de manera optimista dice que “las creencias irracionales se cambian mediante un esfuerzo activo y persistente para reconocerlas, retarlas y modificarlas”. No es tarea fácil. Ya lo sabía Albert Einstein cuando sentenció que resulta más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Mi natural desconfianza ante los discursos dogmáticos y totalizantes, sean estos políticos, sociales, religiosos o seudocientíficos, me llevó durante mi etapa inicial de formación profesional, a estudiar muchos modelos teóricos en boga por aquellas lejanas épocas de certezas y fanatismos variopintos. Sin embargo, nunca milité en ninguna escuela teórica en particular que invistiera mi “identidad profesional”, ni me puse la camiseta de algún club identitario tribal, porque creo que la mejor pertenencia intelectual es tributaria de cierto eclecticismo en libertad de consciencia y opinión. Un razonable pragmatismo basado en racionalidad cognitiva suele sentirse incómodo con los “ismos”, esos paradigmas omnicomprensivos de la realidad.

 

Las creencias y las relaciones personales

 

El comportamiento, objeto de estudio de la Psicología científica, implica pensamientos, sentimientos y acciones, aspectos inextricablemente interrelacionados. Así los cambios en uno producirán cambios en el otro. Si las personas modifican el modo en que piensan acerca de sí mismas, de las cosas y del mundo, sentirán, vivenciarán, de modo diferente y se comportarán por tanto de diferente forma con los otros y su entorno. Muchos de los prejuicios sociales responden a la incapacidad y la falta de reflexión sobre las propias presuntas certezas que guían nuestras acciones cotidianas.

Los seis principios del pensamiento vistos desde mencionado enfoque racional-emotivo son: 1) El pensamiento es el determinante principal de las emociones. 2) El pensamiento “disfuncional” es la causa central del malestar emocional. 3) Sentimos en función de lo que pensamos. Para entender un problema emocional hay que plantear el análisis de nuestros pensamientos. 4) Factores multideterminados, y determinantes, sociales, ideológicos, ambientales y a veces genéticos, como cierto tipo de personalidades, están en el origen del pensamiento irracional y la patología psicológica. 5) Sin ignorar la influencia del pasado en la conducta disfuncional, este enfoque acentúa las influencias presentes y 6) Las creencias puedan ser cambiadas, pero ese cambio suele llevar tiempo y esfuerzo.

 

Los sesgos perceptivos: de la
disponibilidad a la confirmación

 

Aquellos seis principios enfatizan la importancia del factor creencial, del sesgo perceptivo-valorativo. Esto es de la información disponible se elige inconscientemente sólo aquellos que presuntamente “confirmen” las creencia previa, logrando así una “confirmación” de la creencia , que en verdad es una “autoconfirmación” , que no debe cuestionar lo que se cree, dado que ello afectaría la misma identidad del sujeto. Esta dinámica es la esencia de lo que se ha dado en llamar “relato” sobre la realidad fáctica. Así, se otorga a una situación dada un valor específico del presente sesgado sobre una actividad pasada. Lo emocional opera como función primordial dependiente de la previa valoración interpretativa del pensamiento.

Por ejemplo, un pensamiento “irracional” o “disfuncional” suele generar emociones poco confortables, desmesuradas y negativas o impulsar a actitudes antisociales y transgresoras de normas y convenciones, validadas por las “certezas” que dan las creencias sobre las que se apoyan esas actitudes. Tengo para mí que la actitud socrática de interrogar con discernimiento lo presuntamente “verdadero” nos ayuda a desandar críticamente las emociones negativas y pesimistas. Aprender a pensar distinto, evitando dogmatismos fundamentalistas e ideologismos que nos condicionen con prejuicios la percepción cotidiana, resulta en un sentir diferente, sin que ello implique necio escepticismo, ni negación de lo malo o lo bueno, lo justo o lo injusto del mundo que nos toca vivir.



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