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Cultura 19 de junio de 2023

Taller de Narrativa: CLASE 33 DIARIOS (PRIMERA PARTE)

En la entrega número 33 del Taller de Narrativa, nos acercamos al diario íntimo y los pormenores que hacen a su género.

Por Emilio Teno y Mariano Taborda

Hay una tradición, al menos la había en el siglo XX, que consistía en regalarle a las niñas un diario: un cuaderno de tapa dura, con un pequeño candado exterior para garantizar su seguridad, su inviolabilidad. El acuerdo era que solo la autora del diario podría volver a esas páginas. La confesión al diario, el diario como interlocutor, como desdoblamiento del que lo escribe; el diario como registro de lo que pasa, lista de anhelos, documento de las desilusiones, del dolor profundo y pasajero de la juventud.
Muchos escritores y escritoras, durante el siglo XX, mantuvieron el gesto infantil de contarle los secretos al diario, durante toda la vida, muchas veces hasta momentos antes de la muerte. La cuestión es si esos textos que fueron escritos al margen de la obra literaria, tiene valor literario o solo valor documental; si aporta a comprender el vínculo entre una vida y una obra, o solo estamos ante la compulsión voyeur de espiar esas vidas que en apariencia son fascinantes, las vidas de los escritores.

Franz Kafka es una de las figuras más atractivas de la literatura del siglo XX, por sus textos extraños y por su figura extraña de escritor. En Kafka, como en pocos, se analizan las cartas que envió del mismo modo en que se analizan los textos de ficción; la búsqueda por entender qué era Kafka. Las obsesiones del escritor aparecen también en sus diarios. La leyenda indica que Kafka le pidió, antes de morir, a su amigo y editor Max Brod que destruya todo registro de escritura, incluido el diario. En caso de ser así, al libro, que conseguimos en cualquier librería, lo leemos en contra de la voluntad de su autor.

“19 de junio de 1910
Dormido, despertado, dormido, despertado, qué asco de vida.

5 de noviembre de 1911
Quiero ponerme a escribir, con un permanente temblor en mi frente. Estoy sentado en mi habitación, en el cuartel general del ruido de toda la casa. Oigo golpear todas las puertas, cuyo estrépito sólo me ahorra los pasos de quienes se mueven entre ellas, oigo incluso el golpe seco de la portezuela del horno en la cocina. Mi padre irrumpe por las puertas de mi habitación y pasa envuelto en una bata que arrastra por 6 el suelo; en la estufa de la habitación contigua alguien rasca las cenizas.

2 de mayo de 1912
La imposibilidad física de escribir y la íntima necesidad de hacerlo.

17 de mayo de 1922
Triste”.

El escritor que siente que nunca puede escribir aunque no para de hacerlo: en los cuentos, en las novelas, en las cartas y en el propio diario; como si el diario no fuera acaso la escritura. La familia que entorpece lo único que le interesa a Franz Kafka, escribir. La imagen recurrente que muestra Kafka de sí mismo en los diarios es el de un hombre atormentado, sensible al extremo, imposibilitado de interactuar con solvencia en la vida cotidiana, en la vida familiar, en la siempre hostil vida amorosa.
Si hubiera que elegir un solo diario -el que condensa lo mejor del género: calidad literaria, vida personal tormentosa, ideas geniales- ese podría ser El oficio de vivir del italiano Césare Pavese. Quince años de registro de sus obsesiones, desde las primeras anotaciones literarias hasta la última, momentos antes del suicidio.

“25 de diciembre 1937
Con amor o con odio, pero siempre con violencia. Ir al confinamiento no es nada; regresar de allá es atroz.

22 de julio 1938
Una vez escrita la primera línea de un relato ya todo está elegido, el estilo, el tono y el cariz de los hechos. Dada la primera línea, es cuestión de paciencia: todo el resto debe y puede salir de ella.

19 de septiembre 1938
Los hombres que tienen una tormentosa vida interior y que no buscan desahogo en sus palabras o en sus escritos, son simplemente hombres que no tienen una tormentosa vida interior.

11 de noviembre 1943
Contar las cosas increíbles como si fueran reales, sistema antiguo; contar las cosas reales como si fueran increíbles, moderno.

16 de agosto 1950
Siempre sucede lo más secretamente temido. Escribo: Oh Tú, ten piedad. ¿Y después? Basta un poco de valor. Cuanto más preciso y determinado es el dolor, más se debate el instinto de vivir, y se debilita la idea del suicidio. Parecía fácil, al pensarlo. Y sin embargo hay mujercitas que lo han hecho. Hace falta humildad, no orgullo. Todo esto da asco. No palabras. Un gesto. No escribiré más”.

La escritura de Pavese se parece a la lucidez extrema; el poeta, casi siempre en soledad, piensa con el diario, anota pequeñas entradas en las que asoman años de lecturas y análisis sobre el oficio. Y el suplicio kafkiano se materializa en la oración final. La despedida de la escritura y la despedida de la vida, que en Pavese es lo mismo.
John Cheever es uno de los mejores escritores norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Y el mejor, sin dudas, en su estilo: narradores de short stories que se publicaban en The New Yorker o Esquire, el entretenimiento de la clase media en una sociedad de confort y progreso. Los personajes de Cheever se parecen a él: son patéticos, beben alcohol en exceso, sufren la perfección del american way of life. Cheever anotó durante toda una vida lo que no podía confesar en público. Dejó claro que los diarios solo podrían publicarse luego de su muerte. El primero en leerlos fue su hijo: “No fue agradable. No mostraba al hombre ingenioso y encantador que me alojaba en la habitación de los huéspedes. El texto era deprimente y en ocasiones mezquino. Se hablaba mucho sobre homosexualidad. No lo comprendí del todo o no quise comprenderlo. Me sorprendió lo poco que yo aparecía en el texto”.

Más allá de la incomodidad familiar y del morbo, los diarios de Cheever tienen una característica que lo distingue de la mayoría del género: no es una escritura espontánea, documental, con la frescura, por un lado, y la falta de sofisticación, por otro, de lo automático; en los diarios de Cheever -no está fechado, son entradas sueltas- hay un prosa elegante y trabajada; existe un mecanismo en esos pequeños relatos en los que se puede vislumbrar la planificación del texto. La forma es tan importante como las confesiones. No sería una exageración afirmar que esas quinientas páginas son lo mejor de su obra.
En una de las primeras entradas registra lo siguiente:

“Cuando la autodestrucción entra en el corazón, al principio parece apenas un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado; pero pierdes el de las 8:20 y llegas tarde para solicitar un aumento del crédito. El viejo amigo con quien vas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significado. Para recuperar cierta intencionalidad y belleza bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, sólo encuentras el grano de arena”.

Lecturas:

“Diarios” de Franz Kafka
“El oficio de vivir” de Césare Pavese
“Diarios” de John Cheever

Ejercicio de escritura:

Registrar las acciones de un día entero y narrarlas brevemente.



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