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Cultura 9 de abril de 2023

Entretextos: “Ruta 88” de Carolina Favini

La autora marplatense del libro “Correr el telón” comparte un cuento con los lectores de LA CAPITAL.

Por Carolina Favini

“¿Por qué es tan estable el sistema neoliberal de dominación? ¿Por qué hay tan poca resistencia? ¿Por qué la resistencia que ocurre tan rápidamente queda en nada? ¿Por qué, a pesar de la división cada vez mayor entre ricos y pobres, la revolución ya no es posible?” (Byung-Chul Han).

Ignoró cada uno de los llamados de Nora hasta que ella se acercó, mate y pava en mano, hasta la habitación.

—Dale gordito, que vas a perder el presentismo —dijo acercándole un mate humeante.

Atilio se incorporó con esfuerzo. El sobrepeso y las molestias en la columna habían comenzado a hacerse presentes desde hacía tiempo. Bajó las piernas de la cama y masajeó sus pantorrillas antes de sorber el mate.

El cielo comenzaba en el horizonte con un color violeta, con más rojo que azul índigo. A lo lejos, el sol anticipaba su aparición. El canto de las aves, al unísono, anuncia que el nuevo día ha comenzado y de repente, el amanecer se esfuma para dar inicio a una nueva jornada. Las nubes, como pequeños trozos de algodón, mutan, cambian de forma y el cielo comienza a verse más celeste que nunca.

Poniendo primera salió a la calle con destino a su primera parada.

—¿Cómo anda, don Atilio? —preguntó Ezequiel estrechándole la mano con dificultad e invitándolo a descender del camión.

—Acá andamos, pibe. Cada día más viejo y ¿vos? —respondió mientras lo seguía.

El joven sonrió derramando una pequeña gota de café fuera de la taza. Sirvió una más y caminó hasta el escritorio atestado de papeles.

—Disculpe el desorden, don Atilio, pero ya sabe cómo son estas fechas, todos apurados por hacer los últimos envíos —se excusó haciendo lugar con su antebrazo y apoyando las tazas. —Hoy se va para Tres Arroyos —y extendió una hoja de ruta con cada uno de los domicilios que debería visitar.

—Hermosa ruta —dijo terminando de beber el café y luego de pasar por el baño, se dirigió nuevamente hacia el camión. Encendió la radio e inició el viaje.

Recién cuando sintió el aroma al café tostándose cayó en la cuenta del kilómetro en el que se encontraba. Observó el predio, repleto de autos y pensó en que parecía una ciudad aparte. En la radio decían algo acerca de una joven desaparecida que no llegó a oír completo por lo que levantó levemente el volumen para escuchar el tema que seguía a continuación, Síndrome de burnout y cómo afecta a los trabajadores. Dejó escapar una carcajada mientras cambiaba de dial. Qué podían decir que él no supiera o, mejor dicho, que no sintiera en varias partes de su cuerpo. Palabras difíciles y consejos imposibles de llevar a la práctica para quienes, como él, no tenían más opción que seguir trabajando. Volvió a concentrarse en el paisaje pensando en que quizás esa podía ser la última vez que recorriera esa ruta por cuestiones laborales. Si todo salía como él esperaba, en menos de una semana, diez días a más tardar, debería estar sentado junto a Ezequiel firmando su jubilación y era lo que más ansiaba. Demasiado tiempo había manejado por las distintas rutas del país, demasiado tiempo lejos de los suyos.

La emisora de radio comenzó a perder señal. Recorre dos veces el dial intentando conectar con alguna, pero encuentra que todas emiten el mismo pitido ensordecedor. Niega con la cabeza cuando de repente observa que un enorme perro negro se le viene encima. Atilio aprieta el volante con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos, advierte la tensión y da un volantazo hacia la izquierda. A pesar de sus intentos ve cómo el animal se estrella contra el vidrio, cayendo luego sobre el capot del camión. A medida que comenzaba a pasar la presión del acelerador al freno sintió cómo se aplastaba primero bajo las ruedas delanteras y luego bajo las traseras. Apagó el motor y bajó. Buscó con su mirada el lugar del que podría haber salido aquel animal. Nada, solo el viento produciendo un susurro extraño, parecido al de una respiración. Con cautela, comenzó a acercarse al animal que intentaba reincorporarse en el charco de su propia sangre. No pasaba un solo vehículo al que pedirle ayuda. Tanto la emisora de radio como su celular estaban sin señal. Aturdido, corrió hasta subir y trabar ambas puertas del camión. Limpió el sudor de su frente al tiempo que ponía en funcionamiento el parabrisas. Puso nuevamente en marcha el camión y volvió a concentrarse en la ruta, aunque continuaba inquieto. Miró por el espejo retrovisor y observó al animal intentando tomar las últimas bocanadas de aire.

 

Carolina Favini (1983) nació en la ciudad de Mar del Plata. Cursó los estudios secundarios en el Instituto Alberto Schweitzer y actualmente se encuentra cursando segundo año de la Tecnicatura Superior en Acompañamiento Terapéutico. Trabaja con niños, niñas y adolescentes en situación de vulnerabilidad. Realizó varios talleres de escritura creativa como los dictados por la profesora Evangelina Aguilera, con quien ya había trabajado durante el año 2020 en un proceso que culminó con la publicación de su primer libro de cuentos, “Correr el telón”, de Gogol Ediciones, en octubre de 2021.



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