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Deportes 19 de febrero de 2018

Alegrías y tristezas de una noche clásica

Por Marcelo Solari

Sensaciones encontradas luego del superclásico del sábado. La primera, de alegría. Un lujo, un privilegio y un placer poder disfrutar de semejante partido, de tenerlo en casa, de sentirlo nuestro. La segunda, de tristeza. Luego de haber vivido un cruce tan vibrante, es una verdadera pena que haya sido el último de la temporada, porque dejaron la imagen de que todavía tienen mucho para ofrecer. Sucede que, salvo que se crucen en alguna serie de play-offs (algo bastante improbable, por cierto), no habrá más clásicos entre Peñarol y Quilmes -o viceversa- en la campaña 2017/18 de la Liga Nacional de Básquetbol.

Lejos de aquellos “pisos” de concurrencia de 6.000 personas garantizadas, hoy el “techo” de asistencia para este tradicional enfrentamiento (por distintos motivos que exceden al alcance de esta columna) parecen marcarlo las 5.000 almas. Aún así, y eso está más que claro, no hay partido en la Liga que pueda equiparársele. En cantidad de público, presencia en los medios de comunicación y, especialmente, pasión popular. Esto último, expresado cientos de veces por los propios protagonistas. Jugadores que han actuado en uno u otro equipo de la ciudad (o incluso en los dos), que luego de haber sido partícipes de otros clásicos “picantes” (léase, por caso, el de San Nicolás, el de Santiago del Estero, el de Corrientes, el de General Pico o el que haya sido) aseguran que el de Mar del Plata no tiene contra. No hay motivos para no creer que es cierto.

Que ninguno de los dos esté transitando por una temporada precisamente feliz, ni en cuanto a resultados ni en cuanto a juego, no fue impedimento para que en la noche del sábado, los dos regalaran una noche para el recuerdo. Que tuvo de todo. De todo en serio. Se jugó con dientes apretados. Como debe hacerse en todo clásico que se precie de tal.

Pero más aún. Porque hubo ausencias condicionantes que no condicionaron. Duelos individuales que generaron roces continuos, algún que otro golpe fuerte por caídas espectaculares aunque todo dentro de la legalidad, con un comportamiento ejemplar de los protagonistas, algo que también debe destacarse en un contexto donde cada chispa tenía la potestad de poder iniciar un incendio.

Y un desarrollo no carente de atractivos, con un dominador ajustado pero cabal, que casi se queda con las manos vacías en un minuto fatal de descuido. Lo mejor, entonces, como sólo puede suceder en un deporte como el básquetbol, estuvo en ese final cargado de incertidumbre por el resultado. En un desenlace digno de la mayor imaginación hollywoodense.