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Cultura 23 de marzo de 2024

Ana Luz Arrieta presenta “Los restos”, una novela que nace del dolor para encontrar refugio en la literatura

La escritora y docente nacida en Los Toldos conversa con LA CAPITAL acerca de su ópera prima, un texto sobre su historia familiar escrito desde las entrañas, en el que experimenta con diversos registros para hablar sobre la muerte, el abandono, el desamor pero también, y sobre todo, de literatura.

Ana Luz Arrieta nació en Los Toldos y se mudó a Mar del Plata en 2019 para ejercer como docente de literatura en escuelas secundarias.

Por Rocío Ibarlucía

Los restos es un texto escrito desde las entrañas. Su autora, Ana Luz Arrieta, se anima a meter las manos en el barro, a hurgar en los recuerdos más íntimos de una vida atravesada por la violencia de género, la muerte de la madre, el abandono del padre, el desarraigo de la casa, de la familia, del pueblo natal. Pero no se hunde en el dolor, porque frente a estas experiencias traumáticas, encuentra en la literatura un refugio. Virginia Woolf, Clarice Lispector, Susan Sontag, Raymond Carver, María Negroni son algunos de los escritores en los que descubre un universo que la contiene y en los que busca entender para qué o por qué escribir.

De hecho, el libro, editado por Vinciguerra y con prólogo de Evangelina Aguilera, propone dos epígrafes iniciales, entre ellos, una declaración de la poeta argentina Susana Thénon: “Quien no tenga madre tendrá libros”. Esta cita dialoga con una idea que “Los restos” despliega a lo largo de sus capítulos: la escritura es una forma de reparación de las heridas familiares, de la ausencia materna, dado que la muerte de la madre marca el inicio de la literatura para la hija.

Tal vez por eso la nouvelle empiece con una carta a la madre que ya no está, a quien le escribe para llenar la carencia. Escribirle, escribirla implica darle voz, revivirla, aunque sea por un rato. Esa magia la permite la literatura, a la que describe como “la extraña sensación de abrigo pero sin piel”. Porque abriga, pero también desampara cuando la ficción termina y te devuelve a la dura realidad. “Escribir era saber de antemano el sufrimiento en la espera del punto final”, sentencia la narradora de “Los restos”.

Y así como empieza con una carta a la madre, termina con otra destinada al padre, que se va intercalando con citas de la carta de Kafka a su padre, a quien intenta explicarle por qué le tiene miedo y aberración. Esta estrategia de retroalimentar su escritura con textos de la tradición literaria condensa una de las operaciones de “Los restos”, en tanto se trata de una obra que parte de la literatura para hablar y escribir sobre ella, sobre ese lugar de la utopía donde resguardarse, al menos por un momento.

Si bien la autora reconoce en entrevista con LA CAPITAL que su libro tiene zonas autobiográficas, al mismo tiempo aclara que ante todo es ficción. Y la ficción se muestra al lector en un primer plano, al mostrar los hilos del texto y experimentar de diversas formas con el lenguaje. Lejos de una estructura lineal, cada capítulo va y viene en el tiempo y da lugar también a otros puntos de vistas de la historia familiar, dejando hablar a la madre, al padre, a los hermanos.

Es, además, una novela fragmentaria, como la memoria, al apelar a diversos registros, que van desde el poético hasta el narrativo, del diálogo teatral al aviso fúnebre, de las cartas al diario, para poder poner en palabras la tragedia pero también la pulsión por la escritura.

Arrieta, entonces, recoge los restos de las lecturas que quedan en uno y, a su vez, los restos de los que murieron, de los fantasmas que persisten en la memoria, para reconstruir con todos esos retazos algo nuevo, que en su caso es un texto sensible, reflexivo y conmovedor sobre la resistencia de la palabra frente a tanto dolor.

Los restos

-“Los restos” incluye una nota que dice “algunos detalles pueden estar inspirados en la vida real, pero han sido modificados con propósitos narrativos. No se debe interpretar como una representación exacta de hechos reales”. ¿Por qué decidiste incluir esta aclaración y cuánto de autoficcional hay en tu novela?

-Decidí agregar la nota aclaratoria porque escribí apellido y nombre de personas que existen, mi mamá Gladys, mi papá Alberto, pero lo ficcional entra en el momento que necesito imaginar lo real por falta de información.
Pienso en la historia de Delphine de Vigan “Nada se opone a la noche”, en donde lo autobiográfico se aclara de entrada porque pudo entrevistar a sus tías, accedió a fotos y videos, tenía un círculo cercano vivo. Me gustó mucho y me guió esa lectura y hasta cierto punto la envidié porque tenía algo que yo no: acceso a las voces de los involucrados. Diría entonces que la autoficción fue una necesidad.

“Pienso que la literatura es una forma de la utopía”

-¿Cuál fue el primer disparador? ¿Un tema, una imagen, una lectura?

-Me sucedió una especie de “bloqueo de lectura”, si acaso existe, en donde tomaba un libro y lo abandonaba, no podía avanzar de la segunda hoja por aburrimiento o distracción. No era la primera vez que me sucedía e imagino que debe pasarle a muchas personas, pero nunca me duró tanto. Fueron meses de hastío. Tengo un autor al que siempre vuelvo en esa sequía literaria, o varios autores, releo a Bolaño, sus cuentos, a veces releer algún párrafo de “Los detectives salvajes” me formatea y la literatura vuelve a mi vida. Pero en este caso ni él pudo salvarme. Entonces, entendí que tenía dos caminos: buscar otro espacio o escribir. Y en ese contexto de desencanto surgió “Los restos”.

-Hablando de comienzos, la narradora cuenta cómo empezó su vínculo con la lectura y luego con la escritura, durante su infancia, leyendo para escapar del aburrimiento, la soledad, la angustia. ¿En tu caso fue así también o cómo describirías tus inicios?

-En el peor momento de mi vida, encontré un poemario que me dio refugio. A partir de entonces comenzó un viaje literario que eventualmente me llevó a escribir. No recuerdo título, autor o editorial. Estaba arriba de un placard y desconozco cómo llegó ahí. Era añejo, tenía hojas amarillas y estaba subrayado. Al tiempo lo presté y no lo volví a ver. Pienso que ese inicio tiene correlación con “Los restos” porque varias personas han llamado “poética” a mi narrativa, por cadencia o estructura. Entonces quizás algo de ese encuentro con la poesía persiste hasta el día de hoy, una contaminación que agradezco mucho.

-“Los restos” es una obra fragmentaria, los capítulos van alternando voces y registros: hay cartas, diálogos teatrales, inventarios, obituarios, una especie de diario dividido en meses… ¿Cómo surgió esta estructura? ¿Qué te interesaba explorar mediante estas decisiones?

-Debo admitirlo: no soy buena cuentista. Al menos, así me juzgo. Ya lo dijo Cortázar, el cuento es una esfera en donde existe un ciclo perfecto e implacable, y agregaría que para ese fin cada palabra está colocada con algún propósito. Esto me genera una presión que no me permite sentirme a gusto. Sin embargo, me encantan y disfruto los relatos. Ahí no siento que haya tanta regla. Puedo describir un hecho, puedo analizarlo y dejarlo ahí. El lector recoge lo que quiere y sigue. Me divierte eso.

Cuando escribí el primer texto de “Los restos”, “La hija menor”, en forma de carta, me encontré desorientada sobre cómo continuar, pero quise hablar sobre la figura del padre y pensé por qué no un perfil desde la crónica, y quise escribir sobre un vínculo amoroso pero no quería un cuento, entonces pensé en un diario. Básicamente, escapé del cuento por flaqueza propia y encontré registros. Y en esos registros, hubo desafíos mayores porque nunca había escrito obituarios o diálogos, tuve que investigar y releer mucho, por ejemplo, a Manuel Puig.

No quiero dejar de mencionar a Evangelina Aguilera, quien supo leer lo que el texto pedía. Juntas fuimos construyendo los diferentes registros y cada vez que estaba extraviada porque sabía que la forma me iba a determinar el contenido, entonces ahí estaba Eva, siempre atenta y ágil. Esta nouvelle no sería lo mismo sin ella.

-A lo largo de la nouvelle, se van desplegando varias reflexiones en torno de la escritura: la narradora expresa que escribe para extirpar la culpa, para no sentir el ahogo constante, para escapar del mundo inhóspito, para remover escombros, para responder preguntas que haría a la madre o al padre. Hoy vos, ¿para qué escribís?

-Escribo porque siento que hay algo que insiste, algo que se precipita. Es como un huésped que al principio tolero y después se vuelve indeseable. Entonces la única forma que encuentro de deshacerme de él es escribiendo. Casi que espero esa inquietud para escribir, ya sea porque escuché a unas personas, porque me sucedió un hecho, porque apareció una idea mirando algo anodino, y dejo que pasen los días, las voy pensando, analizando y cuando la inquietud ya se vuelve necesidad, ahí escribo. Diría entonces: escribo por necesidad.

-También acudís a otros autores para definir la escritura, con los cuales vas trazando un hermoso itinerario de lecturas que deja entrever una concepción de literatura. ¿Tenés alguna definición de literatura que consideres significativa, que te interpele en este momento?

-Pienso en Ricardo Piglia y en su libro “Teoría de la prosa”, donde define a la literatura como forma privada de la utopía. Cuando lo que hay alrededor es triste, aburrido, monótono, la literatura está ahí. Ahí te espera Mario Novoa, el personaje de “Bahía Blanca” de Kohan, que quiere cruzarse casualmente con su exmujer, pero recrea todo un itinerario y describe lo que sucede alrededor de manera maravillosa; o “El gaucho insufrible” en Bolaño, un abogado devenido estanciero que quiere volver en caballo a la Buenos Aires del 2001. Entonces pienso que la literatura es una forma de la utopía, es otro universo ajeno al mío y accedo a ella para sumergirme un rato, el tiempo que quiera, en ese espacio privado.

Ana Luz Arrieta 01

-Por otro lado, describís de diversas maneras el duelo, traumas de la infancia, el desamor y sus formas de manifestarse en el silencio, la rabia, las palabras-puñal, el egoísmo, hasta la inmovilidad del cuerpo. ¿Cómo fue el proceso de escritura para abordar estos temas tan duros?

-Los vivencié casi de la misma manera en que ocurrieron. No existió escritura cómoda, hubo mucho movimiento interno, existieron pesadillas inclusive. Fue un cúmulo de sensaciones por meses. Sabía de antemano que aquellos temas que quería desarrollar eran trágicos y para escribirlos necesitaba conectarme con esa emoción que me proponía el texto.

Siempre recuerdo el día que escribí los obituarios. Era un sábado, cerca de las tres de la tarde, estaba sin desayunar, con el pijama puesto. Afuera había un día soleado, la semana había transcurrido con lluvia y yo no había podido salir a caminar. Ese sábado, amaneció hermoso pero para mí era el momento de escribir, era el momento en que estaba en sintonía con la inspiración y la emoción, no podía dejarlo así. Después terminé de escribir y el resto del día estuve ausente, sin energía, pero satisfecha de lo escrito.

Releo el libro hoy, algo más ajena, y para mí es un recorrido de emociones. Carta al padre: rabia. La hija menor: angustia. La otra mujer: calma. Dos abriles: repugnancia y así podría seguir enumerando.

“A Mar del Plata la quiero mucho, la elegí y la sigo eligiendo, pero eso no implica que no pueda juzgarla, sacar el lente, analizar y seguir eligiéndola”.

-“Los restos” incluye un capítulo sobre la mudanza de Los Toldos a Mar del Plata, ciudad que elegís por su cultura, naturaleza y trabajo, pero al mismo tiempo exponés la cruda realidad de los alquileres exorbitantes, la lógica del derecho de piso que rige en varios ámbitos -desde lo social hasta el tránsito- y, además y sobre todo, muestra la pobreza en primer plano. Esta doble cara de la ciudad -“La Feliz” y la marginal- también es algo que desarrollaste en las crónicas publicadas en LA CAPITAL. ¿Cómo describirías tu mirada sobre Mar del Plata?

-Es una mirada crítica, sin duda, y que puede incomodar o no gustar, sobre todo al local. A esa mirada crítica se le suma el condimento de que no soy de acá, entonces me encuentro con situaciones y por reflejo sale mi mirada de pueblo. Siento que el asombro ante la pobreza, el tráfico, el clima, etc., me sirvieron para escribir. Con la extrañeza de pueblo escribí las crónicas. Y ha generado debate, por ejemplo, la crónica “Frialdad” acerca de la amistad y cómo una persona del interior no termina de sentirse “parte” porque hay una línea divisoria entre los que son de acá y aquellos que no.

Me apasiona mirar, tengo ese lente crítico y es innato, aunque muchas veces lo reniegue porque suele ser agotador, ver eso que no está claro, que si me acerco con el lente sé que voy a encontrar algo distinto, al menos para mí, y eso no quiere decir que sea la verdad, por supuesto, solo es otra mirada de los hechos, personas, espacios. A Mar del Plata la quiero mucho, la elegí y la sigo eligiendo, pero eso no implica que no pueda juzgarla, sacar el lente, analizar y seguir eligiéndola.

-“Los restos” también pone sobre la mesa un problema muy actual que son las aplicaciones de citas, descritas como “una oferta y demanda de cuerpos” regida por una lógica binaria del me gusta-no me gusta y del descarte. ¿Por qué te interesó escribir sobre este tema?

-Porque siento que la literatura contemporánea no escribe sobre lo actual, siendo esto paradójico. ¿Qué cuento hay sobre TikTok? ¿Qué texto existe en donde aparezca Instagram? ¿WhatsApp? Hace poco leía un cuento de Mariana Enríquez que trataba de una doctora que intentaba entender Snapchat y el uso de filtros con una mirada sardónica. Entonces pienso, en general siempre ha sido así, la tecnología como lo negativo. Es un lugar común criticar las redes y sin embargo, caemos en ellas, las usamos constantemente, pero quedan relegadas del ámbito literario. En esas aplicaciones, y en las de citas aún más, sucede la vida también. Desde ya que después podemos elegir qué contar en la escritura pero al menos se merece la mención. Eva Aguilera me dijo que “Los restos” es una nouvelle de esta época y eso me pareció un halago hermoso.

-¿Por qué el título “Los restos”?

-Me gustaría darte una respuesta más intelectual, pero la verdad es que estaba lavando los platos, escuchando a Mon Laferte y, de repente, apareció el título: “Los restos”. Reflexionando al respecto, vi que tenía mucho sentido. La nouvelle, ¿no es el pasado de la hija menor? ¿Un pasado lleno de fantasmas? ¿De lo que quedó? Es la memoria de esa joven, de un pasado que la conformó en su identidad pero que ya no quiere en su presente. En ese sentido, “Los restos” es una despedida. Una vez definido el título, vino la búsqueda de epígrafes y ahí apareció Virginia Woolf quien da inicio a la lectura de esta nouvelle: “¿No son el pasado de una, esos hombres, esas mujeres, esos fantasmas, descanso debajo de los árboles?”.

-¿Estás escribiendo algo nuevo?

-Estoy con dos proyectos. El primero consiste en la escritura de cuentos. Creo que es momento de enfrentar ese género al que le tengo tanto respeto (sino miedo). El segundo es un taller de lectura que está armándose con mucho trabajo y sobre el que no tengo mucho para agregar ahora porque estoy en la etapa de pensamiento, estudio y ojalá que pronto llegue la parte de ponerlo en acción.