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Cultura 24 de marzo de 2018

Celebración de la palabra desinteresada

por Rafael Felipe Oteriño

La poesía es anterior a la narrativa, al ensayo, a la ciencia, a la dramática, a la filosofía. Sólo la música le es contemporáneas: son –diríamos- primas hermanas. ¿Qué se conmemora el “Día mundial de la poesía”? Según la Unesco, el valor de este género como símbolo de las capacidades creadoras del hombre. Esto es, la capacidad indagadora y revitalizadora de la palabra en cuanto a tarea y don llamados a exponer la complejidad de la vida: nuestra aventura temporal. Y, sobre todo, se celebra la posibilidad de entronizar un pensamiento alternativo, una mirada crítica, el aporte de una corriente de aire fresco en la vida pública y privada.

Cuando Ezra Pound escribe en sus Cantos que “con usura ningún hombre puede tener casa con buenos cimientos”, “con usura la lana no llega al mercado, la oveja nada vale con usura”, nos está hablando de la tensión entre la moral y el provecho. Cuando René Char nos dice que en su país (habla de su país espiritual: la región de Provence) “no se hacen preguntas a un hombre conmovido”; o esta otra: “Las tiernas pruebas de la primavera son preferidas a los fines lejanos”, nos señala una dimensión ética. Cuando el hombre público pide a sus colaboradores que lean literatura para encontrar nuevos puntos de vista, está apelando a ese plus que aporta el pensamiento desinteresado.

Hoy es un día de celebración pero también es un día para la reflexión. Perdida su incidencia en la historia, abandonada su práctica como ejercicio nemotécnico, alejada de las costumbres mundanas, reemplazada de continuo por otras artes, pero conversada, ágil, irónica, la poesía de nuestro tiempo busca recuperar la esfera de la interioridad en una época entregada a la idolatría del mercado, con el consiguiente aniquilamiento de los lenguajes familiares, plenos de sobreentendidos, acentuados por la emotividad y atravesados por la discreción y el silencio.

Hoy la poesía se ha despojado del énfasis y la elocuencia y hace pie en las preguntas simples (y no tan simples) de una criatura que se sabe solo humana. Así cumple su papel de ser la otra voz, última red, espejo, testimonio y reserva de sonido y sentido. Esto la convierte en una actividad solitaria, ya que al desajuste con el mundo que al poeta lo lleva a escribir, le siguen largas horas de elaboración de lo escrito, y muchas más horas a la espera de un lector que la mayoría de las veces no llega. Pero también es una disciplina solidaria: devuelve con creces lo que le damos. Nos devuelve la experiencia del tiempo condensada en obras, la primera de las cuales es la propia persona.

¿Por qué digo esto? Porque estamos celebrando el Día Mundial de la Poesía, y a su amparo se sabe de aquella soledad y del tamaño de los fantasmas con que luchan los escritores. Los fantasmas de la oscuridad, de la ininteligibilidad, de las influencias, de la impotencia de obrar. Desterramos la palabra “hooby”, rechazamos la vulgar expresión “cable a tierra”, borramos toda connotación de “pasatiempo” para aludir a su quehacer, y entronizamos las palabras labor (trabajo) y verso, versura (en el sentido de cada una de las huellas que deja el arado al girar sobre el surco). A partir de esta variante, asumimos no que somos escritores porque escribimos, sino que escribimos porque somos escritores.

La poesía ha perdido espacio en los periódicos, lugar en los salones, y el protagonismo que supo tener se ha acotado a los recitales convocados por los propios poetas. Pero ha definido su perfil. Ya no tiene que portar noticias como en la antigüedad homérica, no le concierne divertir al público como ocurría con los juglares durante el medioevo, ni idealizar el amor como hicieron los románticos de los siglos XVIII y XIX. Tampoco debe sobreabundar en expresiones herméticas para burlar al censor (el censor no sabe de literatura y de ordinario lee mal). Refugiada casi con exclusividad entre los iniciados, pone en práctica su principal función que es decir lo otro. Ni describir ni pontificar ni sentenciar, sino decir lo otro. Convertirse en exploradora de lo indecible.

Hecha de valores tanto sonoros como semánticos (puesto que teorías, ideas, secretos a confiar, son patrimonio de todo el mundo), la poesía –que es un lenguaje dentro del lenguaje- es de las artes la que está mejor dotada para afrontar este mundo y esta mentalidad cambiantes. Con palabras que fundan imágenes y con imágenes que alimentan lo real, abre los ojos a una nueva trascendencia a espaldas del nihilismo. Hoy lo fragmentario, lo casual, lo mínimo, lo solapado, las dimensiones de la posverdad -tan deshonestas como mentirosas-, cubren por entero el planeta y es la poesía la que tiene curiosidad de entomólogo para vérselas con ello.

Con la admonición de “los hombres huecos” de T.S.Eliot, el físico Stephen Hawking, que acaba de morir, nos alertó sobre los peligros del calentamiento global y los efectos no queridos de la inteligencia artificial, que puede convertirnos en vasallos de poderes incontrolables, y agregó que, si no corregimos estos excesos, en sólo cien años tendremos que abandonar la tierra. Esto produce congoja y no poca incertidumbre, pero es una frontera que la poesía no desconoce. La poesía siempre supo que nuestro planeta es un arca frágil y que nosotros somos huéspedes y pasajeros. De esa percepción nace la mirada hospitalaria que suele darnos.

El poeta norteamericano e.e.cummins escribió hace más de cincuenta años el siguiente poema, desplegado en la página como si la realidad fuera una materia escurridiza y las palabras la criba para contenerla: Oh dulce y espontánea / tierra cuántas veces / los dedos / afilados / de los lascivos filósofos te pincharon / y empujaron // y el pícaro pulgar / de la ciencia vejó / tu belleza // cuántas veces las religiones te han / puesto sobre sus rodillas huesudas / apretándote y / pegándote para que pudieras concebir dioses / (pero/ fiel / a la incomparable / cama de la muerte / tu rítmico / amante/ tú les contestaste / sólo con primavera).

En este escenario móvil vemos que las otras artes beben de la poesía. La fotografía, el cine, la novela, el teatro, la publicidad, el diseño, todas toman de la poesía lo que son sus rasgos esenciales: la intensidad, la concentración, la velocidad. Esto es, el impacto de lo nuevo y de lo originario en la inteligencia del lector/espectador. En un mundo ansioso de lo que llamamos verdad, luz, sentido, llegar al corazón de las ideas-madre que nos mueven es el propósito, y ello no se logra si no es a través de imágenes verbales y figuras de estilo que ponen en evidencia lo existente aun sin explicarlo. Exponiéndolo, a fin de experimentarlo, compartirlo.

La poesía se renueva constantemente: es su principal signo de vitalidad. Para seguir su huella es preciso alejarla de las bellas artes, si por bellas artes se piensa en una sublimación de lo existente. No esperar de ella rasgos convencionales como lo son la ley o la costumbre: la poesía sucede, nos sucede. No dice más de lo mismo, sino lo otro de lo mismo. No es música, pero es musical. Es un arte del conocer que se modela a través del desconocer y del reconocer. No es ciencia, pero está animada por la curiosidad de la ciencia. Es una consagración de la forma. Como tal, crea más realidad. Disciplina de la vida interior, pone en marcha una ecología de la mente. Es anárquica y tiene historicidad propia. Es una escuela de humildad.

Tiempo atrás conversaba con un poeta amigo y coincidimos en señalar que la poesía nos ha dado un círculo de amistades que es casi una familia, nos ha ofrecido un orden para realizar nuestras lecturas, nos ha hecho viajar dentro de una cierta coherencia (¡cuántas veces detrás de los pasos de escritores admirados!), nos ha dado un lenguaje ejercitado en evitar el cliché, la frase hecha, los lugares comunes de la arrolladora cultura de lo audiovisual. Ha operado como salvaguarda de la sociedad del espectáculo, cuyo fin no parece ser otro que el mercado y el pasatiempo. No es poco. Celebrémoslo, porque este es nuestro día.