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Cultura 28 de marzo de 2024

Con tener talento no te alcanza: Defender el arte y la cultura en serio

El Tío Marce y Pukkas continúan sus lecciones de escritura, en esta caso celebrando un reconocimiento al poeta Ángel Morales, quien resultó finalista en el Primer Premio Nacional Sophia-filco de literatura joven 2024.

Ángel Morales. Ilustración de Jorge Estefanía.

Por Marcelo di Marco 

A la hora en que la hija de la mañana, la aurora de rosados dedos, dibujaba fantasmagorías en las grises y acaso premeditadas columnas de humo que partían de cierta zona incendiada de Sierra de los Padres, despertábase Pukkas, el sufrido discípulo de Tío Marce. Pukkas se levantó de la cama, se duchó, se vistió, colgó del hombro la mochila con su notebook dentro, y semejante a un dios salió del cuarto y encaminose a desgastar con las suelas de sus borcegos el umbral de la casa de su personal trainer literario.

¿Se enteró de que un alumno suyo de México acaba de resultar finalista en alto premio, Tío Marce? —sondeolo, una vez instalado en su pupitre—. Se trata de Ángel Morales, ¿se acuerda? El poeta.

—¿Cómo olvidarlo, Pukkas? Es el mismo sobrino que los otros días subió a nuestra comunidad el texto de José Emilio Pacheco.

—Ese mismo, máster, el de la columna anterior. Pero déjeme contarle del concurso de poes…

—… eso, me hablabas de que Ángel ganó un concurso.

—¡Le dije que Ángel salió finalista, no que ganó!

—¡Bueno, Pukkitas no te calientes! Hoy viniste tan acelerado por el entusiasmo que no pude prestarte mucha atención. ¿Qué me decías?

—Le decía que Ángel Morales acaba de resultar finalista en el Primer Premio Nacional Sophia-filco de literatura joven 2024, Tío Indiferente. ¡El poema que él mandó al concurso fue elegido entre más de seiscientos trabajos! ¿Y? ¿Cómo le cae la gran noticia?

—¿Y cómo pensás que puede caerme, pedazo de cloasma? ¡Salto de alegría, otra que indiferente! ¿O vos te creés que yo soy de esos coordinadores de taller que se mueren de envidia al ver triunfar a sus alumnos? Si fuera por eso, con la cantidad de sobrinos míos que hoy protagonizan la cultura, ya me hubieran dado más de mil infartos.

—Y encima mire las palabras que le escribió Ángel a usted en ese mismo post: “Sin tus enseñanzas, este logro no habría sido posible”.

—Bien por él. Son bastantes los alumnos que, una vez en el podio, no quieren reconocer el trabajo de formación que recibieron en nuestros grupos de escritura durante años. A veces pienso en esos ingratos como en simples palomas.

—Tal cual, máster, lo vi en Facebook eso de las palomas. Ya veo para dónde va. En un meme decía que, cuando las palomas están en el suelo comen de tu mano, pero cuando vuelan alto te… Bueno, te hacen encima.

—O en la espalda, Pukkas, lo cual es peor. Pero allá ellos con sus deslealtades. En realidad, son los menos.

—Me hacen acordar de aquella canción de un cantante español llamado Serrat, que escuché por YouTube los otros días.

—¿“Un cantante español llamado Serrat”, decís?

—Tal cual, maestro. ¿De qué se asombra? ¿Usted lo conoce?

—Mirá, Pukkitas: gracias a vos, mi capacidad de asombro se agiganta a cada quincena. Pero te voy a sacar bueno, olvidate. ¿Y qué decía ese tal Serrat?

—Que “a los viejos se les aparta después de habernos servido bien”.

—O sea que me estás llamando viejo. ¡¡¡O sea que me estás llamando viejo!!!

—No, maestro, no se enoje. Me hace sentir culpable.

—¡Y vos a mí me hacés sentir un dinosaurio, chisgarabís!

—¿Ve? ¿Ve? ¡Cloasma! ¡Chisgarabís! ¡Esos insultos que me lanza son más viejos que un vagón de momias!

—En eso tenés razón, Pukkas, y bien por la faraónica hipérbole. Pero viejo sería si no estuviese craneando nuevos proyectos, bajo el pretexto estúpido de que ya estoy jubilado. Viejo sería si me contentara con los frutos cosechados y no siguiera escribiendo y enseñando a todo vapor. Aparte, como dice el Hombre Más Malo del Mundo en aquella desternillante sátira titulada Ha vuelto, tengo mucho trabajo. Porque mirá lo que informa este diario que estaba leyendo antes de que llegaras: “Tres de cada cuatro jóvenes de quince años en los países de América Latina y el Caribe no pueden demostrar habilidades matemáticas fundamentales, y uno de cada dos no logra habilidades mínimas de lectura”.

—De terror, maestro. Si eso es verdad, quiere decir que mi generación es prácticamente analfabeta.

—Técnicamente no, Pukkas, porque lo que es saber leer, saben leer. El problema es que no entienden lo que leen.

—Claro, lo veo a cada rato en gente de mi edad. Y la generación que nos siga ni sabrá leer siquiera.

—Exacto, Pukkas, es muy probable. Y peor todavía, porque por ese camino la región quedará a merced de la peor de todas las dominaciones posibles. Incluso muchos de nuestros países correrán el riesgo cierto de la disolución, si seguimos así.

—Qué quiere decir, maestro. No me asuste.

—Quiero decir que nuestros actuales invasores culturales y los que quieran invadirnos en el futuro no necesitarán disparar un solo tiro, Pukkitas. Agotada la capacidad crítica, que solamente se aprende con buenos padres, maestros y profesores que inculquen una amorosa formación en la lectura y en la comprensión de textos, tales invasores podrán llevarnos de las narices hacia donde les venga en gana. Cualquier cosa lograrán venderte, y podrán inducirte a comportarte dentro del tejido social, por así llamar a este des-tejido, como a ellos más les convenga. Y ahí habrá llanto y rechinar de dientes cuando caigamos en la cuenta de qué necesarísimas eran la cultura y el estímulo de las artes y la promoción inteligente y auténtica de la creación literaria. Conspirar contra una buena formación artística y filosófica es contribuir a la animalización imperante, fuente de toda sinrazón e injusticia. Porque a los pueblos no los han movido nunca más que los poetas, como decía un gran español, y por eso hay que celebrar a la gente sensible y talentosa como tu compañero Ángel Morales. Y darles toda la apoyatura posible a iniciativas como las de esa institución, Sophia, unida a la Feria Internacional del Libro en Coyoacán, filco. El nombre mismo del concurso es toda una promesa de esperanza: “Voces de futuro”, ¿qué tal?

—¡Ah, maestro, me hizo trampa usted!

—¿Por?

—Porque se ve que ya sabía del concurso…

—¡Ja, ja, ja, Sobrino Atolondrado! ¿Vos te creés que se me iba a pasar de largo una noticia semejante? Ya entré en comunicación por privado con Ángel Morales, y me mandó el poema que oportunamente envió al concurso. ¿Querés probar un cachito?

—Dele, máster.

—Acá va la tercera parte de “Arcoíris gangrenado”, sin anestesia:

“En un libro de geografía, aprendí sobre la falla de San Andrés. Error de Dios. Cicatriz. Una noche mi padre llegó con una puñalada en el costado. No dejó que lo lleváramos a urgencias. Quiso morir por su cuenta, y no por la de alguien más. Recostado en el sofá, era un tigre siberiano salpicado de lava, era la falla de San Andrés, suelo glaciar que se iba fracturando, abriendo, apagando hasta desaparecer”.

—Impresionante, maestro. Una piña.

—¿Vos viste el tremendo vigor de esa comparación que Ángel establece entre el padre del yo poético y la falla de San Andrés? Dicho de paso, ese “error de Dios”, la “cicatriz” que estudian los geólogos de la realidad, posiblemente acabe con Los Ángeles en apenas tres décadas. ¿Te das cuenta de que la vastedad de ese terremoto destructor y sus efectos se trasladan poéticamente a la figura del padre?

—Sí, maestro, pero…

—¿Y ahora qué demonios te pasa, que ponés cara de Pukkas-dudador?

—Es que usted me dijo que el fragmento pertenecía a un poema.

—¿Y?

—Y… que no está escrito en versos. Más bien parece prosa.

Es prosa, Pukkas. Pero prosa poética.

—¡Es verdad! Hablamos de ella hace un par de encuentros. Fue cuando usted analizó el capítulo “El hijo pródigo”, de la novela de Ana Luz.

—Corrección: “Hijo pródigo”. Sin el artículo.

—Bueno, Tío Marce, es lo mismo.

—¡No es lo mismo! Sin el artículo, la expresión “Hijo pródigo” gana en ironía. ¿Es lo mismo Viaje al fin de la noche que El viaje al fin de la noche? ¿Notás el toque de poético misterio provocado por la ausencia del artículo?

—Ahora sí.

—Volviendo a Ángel, te comento que el poema seleccionado no fue trabajado en nuestro taller.

—Qué gran carrera le espera, ¿verdad?

—Es probable, Pukkitas. Nadie puede asegurar qué futuro tiene por delante este talento en acción, porque Dios pone su dedo inspirador donde quiere, y el factor suerte y las relaciones que uno establezca en el mundo literario pesan bastante, como asimismo el manejo que cada cual tenga de sus redes sociales. Pero nunca se sabe. Te cuento que en 1996 tuve el placer de conocer en Guadalajara a Antonio Ortuño, quien en ese momento era, como su compatriota Ángel, un lúcido manojo de ilusiones. Hoy, pisando los cincuenta, Antonio es uno de los principales novelistas de Iberoamérica, y vaya para él un gran abrazo y mis felicitaciones desde esta columna. Traducido a varios idiomas y publicado por editoriales como Anagrama y Seix Barral, en 2010 fue elegido por la revista británica Granta como uno los mejores escritores jóvenes en lengua española. ¿Qué me contás?

—Que “Con tener talento…

—… no te alcanza”.