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Cultura 13 de mayo de 2025

Dos miradas opuestas de historietistas marplatenses sobre la serie “El Eternauta”

Los historietistas Juan Carlos Quattordio y Jorge Luis Gabotto comparten sus críticas y apreciaciones sobre la reciente serie, adaptación del comic homónimo, El Eternauta. Como era de esperar, no hay una opinión unánime entre los fanáticos y seguidores tanto de la historieta original como de la nueva serie que rompió las barreras del país. Bienvenido sea el disenso; bienvenido también, el arte y la ficción.

Adaptar es traicionar

Por Juan Carlos Quattordio*

Vaya cosa complicada la de soportar el vendaval de críticas que debe tolerar quien traslade un relato de un medio al otro. Fans enardecidos de “El señor de los anillos” insultaban a Peter Jackson y sus guionistas por los numerosos cambios que hizo en la historia, los personajes y los tonos. Los seguidores de “X-Men” pedían la cabeza de Bryan Singer.

Para mí, que nunca seguí a “X-Men” ni “El señor de los anillos”, me parecieron películas fantásticas. Cuando se filmaron “Watchmen” y “V de Vendetta”, de mi querido Alan Moore y sus laderos Dave Gibbons y Dave Lloyd –¡cuántos Daves!–, yo sufrí como una madre esperando el resultado cinematográfico. Por suerte, me conformaron bastante. Me pasó otra cosa: todo el mundo odió “Star Wars 8. El ultimo Jedi”. Para fanáticos más ‘hardcore’ que yo, el destino patético y luego redimido de Luke fue una afrenta; la insinuación sobre el negocio de la guerra indignó a los fans americanos –obvio, les tiró la verdad en la cara–. Fue una película jugada, con más logros que pifies.

El argentino Andy Muschietti, que brilló en It y metió algunos destellos de talento en Flash -película arruinada por el estudio- demostró que se puede ser espectacular con toques de calidez argentina.

Y es así como llegamos a la miniserie de “El eternauta”. No fui el único que vivió entre la ansiedad y el pensamiento derrotista. Peco de detallista en las historias, ya que quiero entrar como un caballo a otro mundo.

Entré en estado zen y me dispuse a aceptar lo que me propusiera Bruno Stagnaro, su coguionista, sus actores y los involucrados en la miniserie. Ya vista la serie, y después de varias zozobras emocionales e intelectuales, debo decir que una de las mitades que me interesaba, el sector de efectos especiales, diseño artístico, fotografía, construcción de decorados y segunda unidad de escenas de acción funcionaron superlativamente; emocionando, sorprendiendo, sacudiendo. Los técnicos argentinos están para comerse al mundo.

En la parte narrativa empiezan los problemas. Lo que sigue está lleno de spoilers. Aviso.

Si sigue aquí, bien. He escuchado por todos lados que “El eternauta” debía aggiornarse. Se hizo, se situó en la actualidad. Pero el director y coguionista decidieron que aggiornarse también era cambiar la esencia del grupo primal de “El eternauta”, pasando de la casa de un Juan Salvo felizmente casado y padre de una niñita a desarrollar la acción en la casa de Favalli, un otrora sólido, confiado y confiable Favalli, un tipo muy ducho en cuestiones técnicas y científicas, que trocó en un personaje crispado, territorial, algo egoísta y un poco maltratador. La dinámica del grupo de amigos pasa de la cordialidad a tratarse como los uruguayos te tratan al jugar al fútbol, se bulinean entre sí, y aún más a un no invitado de último momento, al que se lo relega a que no se meta y no moleste en el juego de truco. Imaginen lo que pasa cuando se desencadena la hecatombe: pasamos de un grupo tratando de tranquilizarse y apoyarse -en la historieta- a una tormenta de neurosis e individualismo. Vamos, que si los dejabas un día más caían en el canibalismo.

Yo no veo que aggiornar tenga que ver con cambiar la esencia de los personajes, por más que digan que responden a una Argentina más caída a menos y agresiva. “El eternauta” original fue escrito dos años después del bombardeo de Plaza de Mayo, el golpe militar, los fusilamientos y la dictadura No era un período de paz y amor. Algunos dicen que no importan estos cambios, que Oesterheld lo hubiese bendecido. Pues, no sé qué opinaría hoy el genial guionista. Lo que sé es que su intención era mostrar que todas esas cosas fantásticas que se veían en las películas podían pasar aquí. Y junto a Solano López trajeron el concepto de cambiar el domicilio de la aventura. En esta invasión, los protagonistas no eran el científico y su novia, más los jefes militares que aparecerían después, como se narraba en las películas de ciencia ficción de los 50. Acá los protagonistas son gente común, de distintos estratos.

Esta es la clave de mi desencuentro con esta versión. Para mí, “El eternauta” es un trago perfecto. Como un fernet, la proporción del 70-30: en la historieta era un 70% aventura, ciencia ficción, terror y misterio, con un 30% de drama humano de supervivencia y costumbrismo nacional. En la serie veo la proporción inversa.

Se dice que ahora vemos a un héroe más creíble, con sus traumas, con sus mañas y egoísmos. Yo, cuando busco una de acción, una de aventuras, necesito un héroe sin necesidad de hacerlo impoluto, pero que me muestre una luz de movida. Sigue funcionando el arquetipo del héroe; no debe ser el tipo intachable anterior a James Bond o el ‘western spaghetti’, pero es alguien que uno aspira a ser en un punto: el valiente o el inteligente que resuelve los problemas.

En “El eternauta”, con tal de correrse de estos arquetipos tan bien descriptos por Joseph Campbell y que recordaron la epicidad, trataron de ponerle condimentos a los personajes que no le funcionan. Yo creo que ni Juan Salvo ni ningún héroe dejaría a un montón de pibes asustados y muertos de frío con tan solo un bidón de agua como disculpas, quiero creer que les diría “banquen, voy a ver qué hay acá por la zona que les pueda servir”, y volvería. ¿Es algo increíble? En Bahía Blanca, un repartidor, un tipo común, se jugó la vida por una madre y dos bebitas que estaban siendo llevadas por el barro. No pensó en sí mismo o si tenía familia. No la dudó. Hay héroes. Y sobre ellos se elaboran las historias que nos hacen creer en la humanidad.

Luego tenemos personajes incongruentes e inverosímiles: el personaje injertado por el guionista (que además lo actúa), de entrada se come tantos rapapolvos y paradas de carro sin haber hecho nada que uno se pregunta por qué no reacciona. Luego lo vemos como un necio y traidor, provoca líos, estorba. ¡Pero escrito sin ingenio o función en la historia más que complicar las cosas!

Ya tenemos un personaje incrustado a la fuerza. También cambian dos personajes fundamentales como Franco, el tornero, el arquetipo de un héroe sin miedo a la muerte, el primero que va al frente, trocado en una repartidora de Rappi de origen venezolano o colombiano, que mucho no hace. El otro “hallazgo” es cambiar a Pablito, el pibe mascota del grupo, el pícaro y simpático, por un nerd de origen chino tan expresivo como un fósil.

Y lo principal: ¿por qué sacar el principio de la historia, en la que un escritor es sorprendido por la aparición sobrenatural de Juan Salvo, trajeado con ropa futurista, confundido de tanto salto temporal, que da origen al nombre Eternauta, viajero de la eternidad? El escritor es el alter ego de Oesterheld. Debería haber estado. Por mil razones. Además, porque es esencial para el final de la historia. Falta el narrador inicial.

¿Todo me pareció flojo? A ver, llegar al capítulo cuatro fue bastante tortuoso. El ritmo fue muy lento y la historia me pareció muy derivativa. Fue un acierto largar los seis capítulos de una sola vez. A partir del episodio cuatro, no solo pasan cosas que esperamos, sino otras como la escena de la Iglesia, realmente conmovedora, salvo el trabajo de los no actores. Aquí, la cosa renguea aunque luego emociona. La escena del consorcio es muy buena, la escena del tren, la del monoblock al final, unas joyas.

Mitad me encantó, mitad le tuve que meter onda. ¿Soy muy duro con Stagnaro? Sé que se mandó una patriada e hizo las cosas de corazón y nada indica que se haya adecuado a parámetros hollywoodenses de parte de Netflix. La serie es muy argentina y gusta por eso.

Creo que se puede encontrar una fórmula para manejar la acción, el ritmo y la solidez de argumentos y personajes. El recordado Fabián Bielinski era un maestro en eso. El Héctor Olivera de “No habrá más pena ni olvido” manejaba la acción y la introspección muy bien.

En un momento me sentí como el malo de la película. No es malo discutir, con mi amigo y colega Jorge Luis Gabotto nos trenzamos en la web amistosamente, y ambos nos enriquecimos con el pensar del otro. En este mismo espacio pueden leer su opinión.

¿Qué queda para el futuro? Sé que la segunda temporada será mejor, el equipo está afianzado y feliz, tanto como Netflix, que metió un golazo de media cancha.

Lo que sí emociona es que todo el mundo está hablando de “El eternauta” y no de Wanda Nara, de Oesterheld y Solano López, y no de la China o Lizzy Tagliani; que un pibe en Venado Tuerto se presente a su taller de historietas como “El eternauta” de Netflix, que todo el mundo (literal) está tratando de conseguirse la historieta a través de youtubers extranjeros enloquecidos, que en cuatro días sea la serie más vista en el mundo; que la historieta esté agotada en librerías.

La política no nos está dando respuestas ni alegrías, pero “El eternauta” lo logró, el arte lo logró. Brindemos por eso. Y por lo “grossos” que somos los argentinos, aunque nos quieran hacer creer lo contrario.

*Juan Carlos Quattordio (CABA, 1965). Ilustrador y guionista de historietas, director de dibujos animados, escritor y músico. Ha trabajo tanto en medios argentinos (Fierro, Sex Humor y Telam) como en revistas de EE.UU., España y Suecia.

La ilustración fue hecha por Gabotto y Quattordio en colaboración especial para LA CAPITAL.

La ilustración fue hecha por Gabotto y Quattordio en colaboración especial para LA CAPITAL.

Adaptarse es crecer

Por Jorge Luis Gabotto*

Se estrenó la serie El Eternauta, adaptación de la obra homónima de H. G. Oesterheld, y cautivó al mundo. Su voz, renovada en un mundo agrietado y simplón, donde las cosas son o blancas o negras, mostró al público y demostró la calidad artística de nuestros actores, técnicos y un director nacido y lector ávido de las costumbres marginales de los habitantes de este suelo bendito. La historia, creció, los matices de los protagonistas se ampliaron, dieron voz a los callados y obedientes, a los personajes que solo estaban para ser rescatados, o para meter un bocadillo. Hay mujeres, hay extranjeros, hay una Argentina sobreviviente de crisis económicas, siempre alerta y en guardia. Hay una clase media intranquila, y sobrevivientes. Hay un mundo completamente dependiente de la tecnología. Y hay sobrevivientes. En las calles, en las plazas, en monoblocks. Nuestro karma es ese, sobrevivir.

¿Cuántas nevadas hemos atravesado? Incluso desde antes de que esta historia fuera escrita, lo que habla de cierta magia cuántica quizás, y una desmemoria patológica. Enumerarlas es darnos cuenta de que esa nieve forma parte de nuestro ADN. Bombardeos sobre inocentes, guardapolvos en el aire, frágiles almas blancas de 1955, ¿alguien se acuerda de ellas? Proscripciones, donde no se podía nombrar ese nombre, ni cantar esa canción, esa marcha victoriosa convertida en la canción del Mesías, o demonio que había que aniquilar o esperar. Hombres que entregaban a sus hermanos por defender un oscuro ideal y masas de anónimos resistiendo en las sombras. Máscaras.

Dicen que lo que nos ocurre siempre es lo mejor, es la elección correcta que se da entre miles de posibilidades para construir un futuro, hasta lo más trágico tiene un por qué y una equilibrada razón de ser.

El Eternauta, la versión moderna del clásico del comic argentino, estandarte de la resistencia en forma de prosa heroica y pesadilla de horror cósmico es una caricia poderosa a la desesperanza, un abismo al que nos asomamos, sabiéndonos crueles, pues es mentira; ese juego, aquel fuego. La guerra como un sueño borroso y circular. ¿Acaso el eterno retorno es una realidad aquí? El protagonista, que pensando que con el olvido ha recuperado su brújula interna, en una absurda metáfora marina, la vuelve perder. El barco, las islas, el mar que abandona las costas. Las islas, la isla… una quimera.

Curioso pero logramos que en versiones en inglés sea respetado el nombre de las islas por las que tuvimos la guerra más sangrienta y desigual: las islas Malvinas son argentinas. Un logro que el gobierno actual, un gobierno de “Leones”, ha negado en un grado total de entrega.

Las primeras imágenes juegan con la oscuridad del mar y el cielo y su abrupta fusión con la ciudad en la costa. Oscuridad es muerte. Luego, un antinatural frío y el arma total que cae lenta y frágil. Absoluta.

Las cosas que funcionan en su impertinencia más allá de nuestros deseos y frustraciones son las que nos envuelven en la trampa de los días. La oportunidad de cambiar y abrazar las armas está siempre esperando. Todo límite, todo miedo no es más que un obstáculo, y más cuando nos une una profunda incertidumbre. La velocidad nos marea, una vez más. La niña de la historia original es una adolescente, su amada esposa es una exesposa, sus sueños de gentil burgués son ahora poblados por pesadillas de una guerra. Un hombre de sesenta años es lo que era un hombre de cuarenta hace más de setenta años. ¿Se entiende? Crecimos.

¿Y si esto, digo vivir, es como un absurdo?, un juego como el de Sísifo, una vuelta siempre a lo mismo hasta corregir el curso de las cosas y obedecer a… ¿Quién, qué?

Somos hijos de un tiempo cruel. Atrás quedaron los sueños de la familia, del amor eterno, de los vínculos tiernos y cercanos, tibios.

La historia de El Eternauta fue escrita en un tiempo donde la familia era para siempre, donde el amor era para toda la vida, donde la patria era el noble sentimiento que daba calor a los pechos de los valientes. Hoy pareciera ser solo un escudo deportivo, un símbolo para elevar el ego solo en contadas ocasiones. Los papelitos del Mundial del 78 parecían copos de nieve, ¿o no?

La soledad y la desesperación borran los nombres de nuestras frentes y nos empujan a una sensación de supervivencia amoral y dudosa, ¿eso es heroico? ¿Podemos hacer cualquier cosa por los que queremos, por mantenernos vivos?
El derrotero ideológico de su autor es, fue y será su adaptación, su evolución, su iluminación, su desaparición. Nada en vano.

Ni siquiera nos detenemos a acunar la verdad como el tesoro que es. Otra vez, la brújula perdida, el borroso horizonte. ¿De qué lado estas vos?, ¿de qué lado estoy yo? ¿Quién es el dueño de nuestras voces reales, quién las dicta en lo profundo de nuestra mente?

Entonces, y ante la duda, ¿qué es ser un héroe?, ¿es la entrega total a la ética, más allá de la moral?, ¿es actuar tomando el sentido común como arma?, ¿y el sentido común?, ¿son las ideas que nos abrazan en lo correcto y dan respiro a nuestros prejuicios, lo que está bien, lo que es un bien para todos? Nos vamos tambaleando entre esos dilemas. Dudando, que es la única certeza.

Contra el mundo, mi memoria, mis días, mi pasado. Contra mí mismo, tratarme como un extranjero dentro de mi cuerpo, olvidándome. Contra Dios, asumiéndome como una ficha trágica del destino ya escrito. Y la victoria. Yo… o todos.
Otra vez la pregunta, ¿cuántas nevadas hemos atravesado?

La victoria hace al héroe, entonces. Cómodamente adormecidos por el tedio de los días esperamos al héroe. El que nos va a salvar. El guía, el que derrote a los miedos ¿Y qué tal si todos caemos en la situación límite de la que nace éste, acaso nos convertiríamos en uno irremediablemente?

Sí, sin duda.

Entonces, adaptarse es crecer. La adaptación es evolucionar, atravesar la planicie, evitando los leones, correr hasta los árboles aquellos que nos darán refugio esta noche. Todos juntos. Evitando los leones.
Por supuesto que esta nueva versión me encantó, aunque tal vez no sea nueva…

Desde 1957 hasta 2025 han pasado muchas cosas.

 

*Jorge Luis Gabotto (Mar del Plata, 1972). Ilustrador, dibujante e historietista argentino. Ha colaborado con guionistas de India, Sudáfrica, Inglaterra, España, Estados Unidos y Canadá, entre otros países.