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Cultura 3 de julio de 2023

El Taller de Narrativa: CLASE 35 POLICIAL (PRIMERA PARTE)

La primera entrega dedicada al policial trae los conceptos fundamentales para arribar a uno de los géneros más atrapantes de la literatura universal.

Por Emilio Teno y Mariano Taborda

Rara vez en la literatura tenemos una fecha tan precisa del nacimiento de un género, de un modo de entender la estructura literaria y el nacimiento de un tipo de héroe. El género policial clásico nace en 1841, en el célebre cuento Los crímenes de la calle Morgue de Edgar Allan Poe. La escena inicial ocurre en París, en una librería de la calle Montmartre, y, en esa escena, se describe el encuentro del narrador de la historia con Auguste Dupin.

Ambos están buscando el mismo libro, un libro notable y raro. Dupin se nos revela inmediatamente como un gran lector, como un caballero caído en desgracia que malvive de una renta. Los libros constituyen su solo lujo y en París es fácil procurárselos, dice el narrador. Dupin es ante todo un gran lector y es a través de esa capacidad lectora que va a resolver ese famoso enigma inaugural. En un cuarto cerrado por dentro y sin posibilidad de acceso aparecen dos cadáveres, una madre y su hija muertas a golpes:

“Poco tiempo después de este episodio, leíamos una edición nocturna de la Gazette des Tribunaux cuando los siguientes párrafos atrajeron nuestra atención:
«EXTRAÑOS ASESINATOS.-Esta mañana, hacia las tres, los habitantes del quartier Saint-Roch fueron arrancados de su sueño por los espantosos alaridos procedentes del cuarto piso de una casa situada en la rue Morgue, ocupada por madame L’Espanaye y su hija, mademoiselle Camille L’Espanaye. Como fuera imposible lograr el acceso a la casa, después de perder algún tiempo, se forzó finalmente la puerta con una ganzúa y ocho o diez vecinos penetraron en compañía de dos gendarmes.

Por ese entonces los gritos habían cesado, pero cuando el grupo remontaba el primer tramo de la escalera se oyeron dos o más voces que discutían violentamente y que parecían proceder de la parte superior de la casa. Al llegar al segundo piso, las voces callaron a su vez, reinando una profunda calma. Los vecinos se separaron y empezaron a recorrer las habitaciones una por una. Al llegar a una gran cámara situada en la parte posterior del cuarto piso (cuya puerta, cerrada por dentro con llave, debió ser forzada), se vieron en presencia de un espectáculo que les produjo tanto horror como estupefacción.

»EL aposento se hallaba en el mayor desorden: los muebles, rotos, habían sido lanzados en todas direcciones. El colchón del único lecho aparecía tirado en mitad del piso. Sobre una silla había una navaja manchada de sangre. Sobre la chimenea aparecían dos o tres largos y espesos mechones de cabello humano igualmente empapados en sangre y que daban la impresión de haber sido arrancados de raíz. Se encontraron en el piso cuatro napoleones, un aro de topacio, tres cucharas grandes de plata, tres más pequeñas de métal d’Alger, y dos sacos que contenían casi cuatro mil francos en oro. Los cajones de una cómoda situada en un ángulo habían sido abiertos y aparentemente saqueados, aunque quedaban en ellos numerosas prendas. Descubrióse una pequeña caja fuerte de hierro debajo de la cama (y no del colchón). Estaba abierta y con la llave en la cerradura. No contenía nada, aparte de unas viejas cartas y papeles igualmente sin importancia.

»No se veía huella alguna de madame L’Espanaye, pero al notarse la presencia de una insólita cantidad de hollín al pie de la chimenea se procedió a registrarla, encontrándose (¡cosa horrible de describir!) el cadáver de su hija, cabeza abajo, el cual había sido metido a la fuerza en la estrecha abertura y considerablemente empujado hacia arriba. El cuerpo estaba aún caliente. Al examinarlo se advirtieron en él numerosas excoriaciones, producidas, sin duda, por la violencia con que fuera introducido y por la que requirió arrancarlo de allí. Veíanse profundos arañazos en el rostro, y en la garganta aparecían contusiones negruzcas y profundas huellas de uñas, como si la víctima hubiera sido estrangulada.

»Luego de una cuidadosa búsqueda en cada porción de la casa, sin que apareciera nada nuevo, los vecinos se introdujeron en un pequeño patio pavimentado de la parte posterior del edificio y encontraron el cadáver de la anciana señora, la cual había sido degollada tan salvajemente que, al tratar de levantar el cuerpo, la cabeza se desprendió del tronco. Horribles mutilaciones aparecían en la cabeza y en el cuerpo, y este último apenas presentaba forma humana.
»Hasta el momento no se ha encontrado la menor clave que permita solucionar tan horrible misterio.»”

Con el enigma planteado y a partir de la lectura de los periódicos en los que se reproducen los testimonios de los vecinos, Dupin va a descubrir que el crimen fue cometido por un orangután que se había escapado de su jaula. Está leyendo algo que los demás no leen. En esta estirpe de detectives lectores inaugurada por Dupin van a inscribirse entre otros Sherlock Holmes de Conan Doyle, el Padre Brown de Chesterton y Daniel Hernández de Rodolfo Walsh. En Variaciones en rojo, su primer libro, publicado en 1953, hay una suerte de prólogo titulado Noticia en la que se da cuenta de la aparición del detective y sus circunstancias: “Daniel Hernández, corrector de pruebas de la editorial Corsario, secuaz y homónimo de aquel otro Daniel que escrituras antiguas- parcialmente apócrifas- registran como el primer detective de la historia”.

Dos de los tres cuentos que inicialmente compusieron Variaciones en rojo tienen un epígrafe de la Biblia, del libro del profeta Daniel. El episodio que revela al profeta como un gran lector y protodetective es el del Banquete de Belsasar. El soberano de Babilonia celebra un festín y en él se usan unos vasos robados del Templo de Jerusalén. Inmediatamente, una mano fantasma escribe en la pared un texto en arameo. Ninguno de los sabios de la corte puede descifrar ese mensaje. Entonces llaman a Daniel que logra leer el mensaje, resolver el enigma de esa escritura que profetizaba la caída de Babilonia en manos de los persas.

Entonces ya tenemos el mito de origen y la inscripción de Daniel Hernández en la serie de detectives lectores. Dice Walsh: “Seguramente todas la facultades que han servido en la investigación de casos criminales eran facultades desarrolladas al máximo en el ejercicio diario de su trabajo: La observación, la minuciosidad, la fantasía (tan necesaria, v.gr., para interpretar ciertas traducciones u obras originales) y, sobre todo, esa rara capacidad para situarse en planos distintos que ejerce el lector avezado, cuando va a atendiendo en la lectura a la limpieza tipográfica, al sentido a la bondad de la sintaxis y a la fidelidad de la versión”.

El género policial clásico nace con un detective lector y el crimen es una excusa para poner a prueba su inteligencia. La resolución del enigma es siempre un ejercicio de la lectura.

Lecturas:
“Los crímenes de la calle Morgue” de Edgar Allan Poe
“Variaciones en rojo” de Rodolfo Walsh

Ejercicio de escritura:
Escribir un cuento policial con un detective que descubra el crimen a partir de la inteligencia. Inventar un detective para cuento policial clásico cuyo rasgo principal sea la lectura.



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