CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Cultura 24 de julio de 2023

El taller de Narrativa: CLASE 38 LITERATURA DE VIAJES

Un género subestimado por la crítica de hoy pero que es el origen de la literatura. En esta entrega, sus particularidades.

Por Emilio Teno y Mariano Taborda

 
Cuando hoy se piensa en literatura de viajes se hace referencia a un género (en general bastante subestimado por la crítica), una porción de textos que se debaten entre la crónica, el diario personal y el naturalismo.

En rigor, el viaje es el origen de la literatura. Desde los nostoi griegos (el relato de los retornos de los héroes después de la destrucción de Troya), las catábasis (el descenso a los infiernos de “La Eneida” o “La Divina Comedia”), el tópico del homo viator (la metáfora de la vida como camino y el hombre como peregrino de casi todos los textos sagrados) hasta el recorrido de 18 horas por las calles de Dublín en el “Ulises” de Joyce, viaje y literatura son dos conceptos inseparables. Podríamos pensar en dos tipos de textos de viajes para discernir algunas diferencias aunque en muchos casos esas fronteras son difusas; por un lado las novelas de ficción en las que el viaje es el motor de la acción y, por ende, de la transformación del personaje y, por otro, los relatos de viajes. Si pensamos en los relatos o crónicas de viajes, hay un elemento fáctico (contractual, diríamos): el autor viajó al lugar y nos cuenta los pormenores de esa travesía, sus vivencias, sus impresiones. Un buen ejemplo es el formidable “Viajes con Charley” de John Steinbeck. Dos años antes de recibir el Premio Nobel, durante 1960, recorrió en una camioneta (junto a su caniche francés Charley) trece estados estadounidenses.

Así comienza:

“Cuando yo era muy joven y sentía dentro ese ansia de estar en otro sitio, las personas mayores me aseguraban que al hacerme mayor se me curaría este prurito. Cuando los años me calificaron de mayor, el remedio prescrito fue la edad madura. En la edad madura estaba ya seguro de que con unos años más se aliviaría mi fiebre y ahora, con cincuenta y ocho, de que tal vez la senilidad lo consiguiese. Nada ha funcionado. Cuatro ásperos pitidos de la sirena de un barco aún me erizan el pelo de la nuca y ponen mis pies en movimiento. El sonido de un reactor, un motor calentándose, hasta el toc-toc en el pavimento de unos cascos herrados producen el viejo estremecimiento, la boca seca y la mirada perdida, las palmas ardientes y una agitación del estómago bajo la caja torácica. En otras palabras, no mejoro; en otras palabras más, el que ha sido vagabundo alguna vez, lo será siempre. Me temo que la enfermedad es incurable. Expongo esto no para instruir a otros, sino para informarme yo.

Cuando el virus del desasosiego empieza a tomar posesión de un hombre rebelde, y el camino que lleva lejos de aquí parece ancho y recto y grato, la víctima debe hallar primero en sí misma una razón buena y suficiente para ponerse en marcha. Esto no le es difícil al vagabundo experto. Tiene incorporado un huerto de razones donde elegir. Luego debe planear su viaje en el tiempo y en el espacio, elegir una dirección y un destino. Y debe por último abordar los detalles prácticos. Cómo ir, qué llevar, cuánto tiempo estar. Esta parte del proceso es invariable e indefectible. La expongo sólo para que los recién llegados al vagabundeo no se crean, como adolescentes con un pecado recién urdido, que lo inventaron ellos.

Después de trazar el plan, disponer el equipo e iniciar un viaje, interviene y se hace cargo un nuevo factor. Cada viaje, safari o exploración es una entidad, diferente de todos los demás viajes. Tiene personalidad, temperamento, individualidad, carácter único. Un viaje es una persona en sí; no hay dos iguales. Y los planes, las salvaguardas, el control y la coerción son todos infructuosos. Descubrimos tras años de lucha que no hacemos un viaje: nos hace él a nosotros. Guías, programas, reservas, cosas obligadas e inevitables, se hunden y naufragan en la personalidad del viaje. Sólo cuando el vagabundo de pura cepa reconoce esto puede relajarse y asumirlo. Sólo entonces se disipan las frustraciones. En esto un viaje es como el matrimonio. La forma segura de equivocarse es pensar que lo controlas. Me siento mejor ahora, después de decir esto, aunque sólo los que lo han experimentado lo entenderán”.

El viajero busca y en esa búsqueda también se transforma. Pensemos en los “Diarios” de Colón o en el extraordinario “Naufragios” de Álvar Núñez Cabeza de Vaca como dos de los ejemplos más claros del viaje fáctico. En ambos (en Colón sobre todo el viaje inaugural, el primero) la narración del periplo, a medida que avanza, se vuelve más “literaria”, se aleja cada vez más de la crónica para acercarse al relato. Álvar Núñez, después de escapar del naufragio y del canibalismo de sus pares, emprende a pie un viaje de diez años en el que va a unir lo que hoy son Florida y California. Entre algunas de esas penurias, así cuenta su viaje:

“Y así embarcados, a dos tiros de ballesta dentro en la mar, nos dio tal golpe de agua que nos mojó a todos; y como íbamos desnudos y el frío que hacía era muy grande, soltamos los remos de las manos, y a otro golpe que la mar nos dio, trastornó la barca; el veedor y otros dos se asieron de ella para escaparse; mas sucedió muy al revés, que la barca los tomó debajo y se ahogaron. Como la costa es muy brava, el mar de un tumbo echó a todos los otros, envueltos en las olas y medio ahogados, en la costa de la misma isla, sin que faltasen más de los tres que la barca había tomado debajo. Los que quedamos escapados, desnudos como nacimos y perdido todo lo que traíamos, y aunque todo valía poco, para entonces valía mucho. Y como entonces era por noviembre, y el frío muy grande, y nosotros tales que con poca dificultad nos podían contar los huesos, estábamos hechos propia figura de la muerte”.

No siempre el viaje es por territorios remotos, a veces la cerrazón de un cuarto es suficiente como en “Voyage autour de ma chambre” de Xavier de Maistre o las peregrinaciones de “Adán Buenosayres” y su barra por Villa Crespo en la imprescindible novela de Marechal. Quizá el ejemplo más famoso que borra la frontera entre la crónica y la ficción de viaje sea “El Libro de las Maravillas” de Marco Polo, donde se describe con igual solvencia la China y los unicornios.

Lecturas:
“Viajes con Charley” de John Steinbeck
“Naufragios” de Álvar Núñez Cabeza de Vaca

Ejercicio de escritura:
Escribir un relato a partir de la experiencia personal de un viaje.
Escribir un relato de viaje a partir una pequeña travesía en transporte público.