El taller de narrativa: novela (primera parte)
Los docentes Emilio Teno y Mariano Taborda comienzan una serie de clases dedicadas a la novela. En esta oportunidad, realizan un itinerario de lecturas por obras en las que se ve el germen de este género narrativo hasta llegar a "Don Quijote de la Mancha".
Emilio Teno y Mariano Taborda.
Por Emilio Teno y Mariano Taborda
La problemática de los géneros y sus especificidades encuentran en la palabra novela el paroxismo. Casi cualquier texto narrativo de una cierta extensión encuentra una ventana por donde colarse en esa taxonomía generosa y elástica como pocas. Por lo tanto, ensayaremos otros derroteros que nos permitan rastrear ciertas estructuras compartidas, ciertos elementos que establezcan filiaciones. Si pensamos en los orígenes, uno de los primeros ejemplos que aparece es el de las epopeyas griegas y latinas. En “Mímesis”, un extenso ensayo sobre la representación de la realidad en la ficción a través de la literatura comparada, Eric Auerbach escribe:
“Los lectores de la Odisea recordarán la emocionante y bien preparada escena del canto xix, en la cual la anciana ama de llaves Euriclea reconoce a Ulises, de quien había sido nodriza, por la cicatriz en el muslo. El forastero se ha granjeado la benevolencia de Penélope, quien ordena al ama lavarle los pies, primer deber de hospitalidad hacia los fatigados caminantes en las historias antiguas; Euriclea se dispone a traer el agua y mezclar la caliente con la fría, mientras habla con tristeza del señor ausente, que muy bien pudiera tener la misma edad que el huésped, y que quizá se encuentre ahora, como éste, vagando quién sabe dónde como un pobre expatriado, y entonces se da cuenta del asombroso parecido entre ambos, al mismo tiempo que Ulises se acuerda de su cicatriz y se retira aparte en la oscuridad, a fin de no ser reconocido, al menos por Penélope. Apenas la anciana toca la cicatriz, deja caer con alegre sobresalto el pie en la jofaina; el agua se derrama, y ella quiere prorrumpir en exclamaciones de júbilo; pero con zalamerías y amenazas Ulises la retiene, la sujeta e inmoviliza. Penélope, oportunamente distraída por Atenea, no ha notado nada.
Todo esto es relatado ordenada y espaciosamente. En parlamentos fluidos, circunstanciados, las dos mujeres dan a conocer sus sentimientos, y aunque éstos se hallan entremezclados con consideraciones generales sobre el destino de los hombres, la conexión sintáctica entre sus partes es perfectamente clara, sin perfiles esfumados. Para la descripción de los útiles, de los ademanes y de los gestos, una descripción bien ordenada, uniformemente ilustrada, con eslabones bien definidos, dispone de tiempo y espacio abundantes: incluso en el dramático instante del reconocimiento, Homero no olvida decir al lector que es con la mano derecha con la que Ulises coge a la anciana por el cuello, a fin de impedirle hablar, mientras con la otra la atrae hacia sí. Las descripciones de hombres y cosas, quietos o en movimiento dentro de un espacio perceptible, uniformemente destacados, son claras, lúcidas, y no menos claros y perfectamente expresados, aun en los momentos de emoción, aparecen sentimientos e ideas.
Al reproducir la acción he omitido a propósito una serie completa de versos que la interrumpen a la mitad. Son más de setenta, mientras que la acción propiamente dicha consta de unos cuarenta antes y otros cuarenta después de la interrupción. Durante ésta, que ocurre en el preciso momento en que el ama reconoce la cicatriz, o sea en el instante justo de la crisis, se nos describe el origen de la herida, un accidente de los tiempos juveniles de Ulises, durante una cacería de jabalíes celebrada con motivo de la visita a su abuelo Autólico. Esto da ocasión de instruir al lector sobre Autólico, su morada, parentesco, carácter, y, de una manera tan deliciosa como puntual, sobre lo que hizo al nacer su nieto; después, la visita del adolescente Ulises, la salutación, el banquete, el sueño y el despertar, la partida matinal a la caza, el rastreo, el combate, Ulises herido por un jabalí, el vendar la herida, la curación, el regreso a Itaca, la solícita inquisitoria de los padres; todo vuelve a relatarse con un perfecto modelado de las cosas y una conexión en las frases que no deja nada oscuro o inadvertido. Después de lo cual el narrador nos retrotrae al aposento de Penélope, y relata cómo Euriclea, que antes de la interrupción ya había reconocido la herida, deja ahora caer espantada el pie levantado de Ulises en la jofaina”.
Si bien tanto la “Ilíada” como la “Odisea” son poemas épicos podemos definir su estructura como novelística en cuanto a su forma de desarrollo argumental. Siempre se cuenta una historia principal (la cólera de Aquiles, el regreso de Ulises) y luego historias solidarias que abrevan y enriquecen la primera. Podemos pensar que esa forma orgánica, sistémica, es la estructura de la mayoría de textos a los que llamamos novela. En esa forma de protonovela también podemos pensar a la “Divina Comedia” de Dante. Por eso el ejemplo de la cicatriz de Ulises nos habla del proceso que delimita quizá de forma más evidente la frontera difusa entre el cuento y la novela. Lo que en el cuento es contracción, en la novela es expansión.
En esa búsqueda de los orígenes también se encuentra la frame story (historia enmarcada) o la “novela de cuentos” en la que una historia marco contiene diferentes historias. Dos de los ejemplos más conocidos son los “Cuentos de Canterbury” de Chaucer y el “Decamerón” de Bocaccio.
Durante algunos siglos, la novela fue buscando formas diversas de representación: bucólica, pastoril, de caballería, satírica o picaresca como la maravillosa “Gargantúa y Pantagruel” de Rabelais o el “Lazarillo de Tormes” pero es al comenzar el siglo XVII que una obra va a sentar las bases de la novela moderna. En 1605 se publica “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” y la novela (y la literatura) jamás será igual.
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad”.
Lecturas:
“Mímesis” de Eric Auberbach
“El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha” de Miguel de Cervantes
Ejercicio de escritura:
Pensar el argumento de una novela teniendo en cuenta la estructura de historia central e historias solidarias.
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