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Cultura 22 de septiembre de 2018

Laberinto de peces

por Rodrigo Silva Pensado

Posible comienzo

Quién sabe cuántas generaciones de peces han pasado por aquí, revolviendo el fondo del mar japonés. Ellos han dejado huellas de una metodología milenaria para compartirla con el mundo, el arte de la seducción, y que además se involucra en la continuidad de la especie.

Tal vez sea plausible utilizar un pensamiento de Jean Baudrillart en esta introducción permitida: “El seductor es aquel que sabe dejar flotar los signos, sabiendo que sólo su suspenso es favorable y que va en el sentido del destino.”

Posible comienzo II

Oishi Osata realizó su última inmersión luego de una semana difícil. Antes, observó cómo su colega subió al bote enojado, dándole golpes a la cubierta por un desperfecto con su cámara.

El mar estaba calmo y cristalino. Se podía ver en el fondo un cardumen de polvo, emergiendo una cantidad de corpúsculos hacia la superficie.

Luego de ponerse el traje, con el que alguna vez soñó, Osata se ajustó las patas de rana y cortó el agua con su figura.

Posible comienzo III

En las profundidades del océano se desarrolla una arquitectura que administra el agua para proteger unos huevos. Esta se realiza con la propia arena del fondo marítimo. Lleva al menos una semana de construcción y se debe trabajar día y noche sin descanso. El artífice es una criatura singular, que al mismo tiempo es arquitecto, maestro mayor de obras y peón.

Posible comienzo IV

El abuelo Héctor sacó esta foto con su antigua cámara dentro de una bolsa hermética. El fue el primero que registró el fenómeno. La revista no es precisa con la información; la fotografía de Héctor es la más antigua.

Incluso, lo han tratado de loco cuando discutía con los que aún creen en la existencia de extraterrestres y afirmaban en ese entonces, que esas marcas en las profundidades del mar, eran rastros de turbinas subacuáticas alienígenas. “Es un pez”, decía el viejo, “… y escribió con su cuerpo, en las recónditas aguas, este hermoso símbolo para comunicarse con nosotros”.

Posible comienzo V

El amor no puede ser otra cosa que un laberinto. La sensación de estar perdido pero sabiendo que existe un centro donde las aguas se calman. Ahí se proyecta la nueva generación. Para esto no alcanza que las paredes sean fuertes, es necesario además, el criterio estético de una dama. Una observadora y refinada compañera que viaja varios días por la hidrósfera, con la pretensión de encontrar un laberinto casi exacto a su “forma”.

Posible comienzo VI

Ella contempla desde el panóptico la pretensiosa imagen realizada por un posible amante. Está bastante bien. Con sus ojos recorre la estructura para descubrir la entrada, aún no puede hallarla, y tiene la leve impresión de estar perdiendo el tiempo:

– ¿Será el indicado? Se pregunta.

Según Anne Carson: “Cada analogía se construye en un espacio tridimensional. Sus imágenes flotan una sobre otra sin converger: hay algo en el medio, algo paradójico: Eros.”

Toneladas de agua modificarían el destino de una ballena si el mar lo quisiera. “¿Estarían a salvo los huevos dentro de este laberinto?, ¿cuánto tiempo podrían resistir a la voluntad avasallante de las profundidades?”, piensa ella; mientras se acerca, apenas rozando el fondo del océano, a inspeccionar la dichosa construcción.

Finalmente, luego de algunas horas encuentra el umbral; que la guiará por los muros trabajados de arena y otras partículas hacia el soñado centro del universo. Allí estará su príncipe invisible, lo reconocerá de inmediato: el lector apropiado de los planos que existen en la mente de ella. Culminarán ese sueño con una autentica garantía.