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Cultura 1 de agosto de 2022

María José Sánchez: “Lo maravilloso se encuentra a la vista”

La escritora publicó el libro de cuentos "Las posibilidades de la luz". Este puñado de historias aparece quebrado por elementos fantásticos que, a veces, se acercan al terror y que suceden en plena familia, la escuela o en unas vacaciones.

Majo Sánchez.

 

 

 

Catorce cuentos cortos alcanzan para plasmar un universo. En su nuevo libro “Las posibilidades de la luz”, la escritora marplatense María José Sánchez construye historias con personajes que deambulan entre la infancia tardía y la preadolescencia. Anexa los juegos del recreo, las familias vulnerables y lideradas por mujeres, el hambre, los mandatos, la orfandad y una evocación dolorosa a las víctimas de la última dictadura cívico militar.

Como novedad en su obra, aparece un elemento disruptivo: lo fantástico, que llega y quiebra la normalidad rutinaria. “Ese registro se fue dando en la misma escritura, como otra manera de decir sin salir de lo cotidiano y avanzando más allá pero sin salir de ahí”, detalló la escritora, cuyo libro anterior es el poemario “Que venga”.


Si querés leer la entrevista sobre el poemario “Que venga” clikea acá

Dueña de historias sencillas que suelen invitar a la lectura varias veces, Sánchez pulsa en lo fantástico “como moneda corriente, transitando el filo entre lo singular y lo común, lo ordinario”, agregó, convencida de que “lo maravilloso se encuentra a la vista”.

“Tenemos que mirar preparados para dejarlo ocurrir. Y sí, puede ocurrir en tu casa, con tu familia, en tu escuela, con tus amigos. Lo fantástico contado desde un lugar que permite jugar con ese ida y vuelta, con esas posibilidades”, dijo en una entrevista con LA CAPITAL.

 


“Encontré sin pensarlo una voz infantil que me pareció que era mejor si la usaba en primera persona”


 

Esos condimentos fantásticos se centran, por ejemplo, en una gallina que corre con el cuello colgando como ocurre en el cuento “La duda” o en un misterioso hombre a caballo que aparece a veces y que solo ve una nena casi abandonada en “¿Alguna vez vieron el tiempo volar?”. En “Bendita” una chica está poseída por el relato religioso.

“Cuando al fin pudo reconocer las formas, vio más de lo que quiso, más de lo que hubiera querido ver nunca. En los dos sofá que rodeaban una mesita ratona que nunca tuvo nada, estaban sentados sus abuelos. (…) Su abuela la miraba fijo y sonreía. Luciana empezó a sollozar, la sonrisa de su abuela María Luz se ensanchó, volviéndose una mueca atroz”, escribió en el estremecedor “¿Hoy te quedás?”.

-Dentro de ese mismo paradigma fantástico, a veces te acercás al terror, ¿puede ser?

-Sí. Hay momentos o circunstancias de la vida en las que los sentimientos de miedo, de angustia, de sobrecogimiento son las que gobiernan. Y me gusta permitirle a mis textos ir por donde les da la gana, y a veces los relatos se precipitan rápido, o lentamente se van inclinando a sensaciones más opresivas, como el terror. Porque también hay que hablar desde ahí, no con la idea de asustar al lector, sino porque esa es la historia, esas son las sensaciones que esa historia carga y arrastra.

-¿Cómo aparecieron estas historias?

-La mayoría de las historias son ficciones, lisas y llanas. Es decir, invento lo ocurrido. Pero muchas de ellas parten, pasan o terminan en un recuerdo. En cosas que me ocurrieron a mí o de las cuales fui testigo, para mi bien o mi mal. Poder ficcionalizar el día que una gallina muerta me corrió por el patio de casa (no estaba tan muerta como parecía), es una forma de darle el rol de “materia prima” a las memorias que tengo. También es una forma de entender algunos momentos o personas del pasado, darles otros protagonismos, darles diferentes finales. Esa elaboración, que se transforma en ficción, o que sucede a partir de ficcionalizar un recuerdo, es también un insumo para narrar. De mi mamá, mi abuela y mis dos tías, solo tengo recuerdos. Pero los he conservado bien, las angustias y las alegrías están casi intactas, solo tengo que sentarme a escribir.

-Hay una orfandad que viven varios de los personajes de tus cuentos, ¿por qué?

-Creo que la orfandad es una ancha avenida a la que se llega por algunas calles principales, como la soledad o el abandono, o por calles secundarias, como el rechazo o ciertas penas. Además de la muerte de los padres, eso que vos llamás orfandad, -que es un desgarro profundo, una tristeza abismal y sin consuelo-, puede sentirse por otras circunstancias, o por la construcción o superposición de determinadas instancias de la vida. La nostalgia por un pasado reciente y que se sabe irrepetible, también puede producir ese sentimiento. Me paro ahí, en la sensación de desarraigo, desde las ausencias, para hacer hablar a muchos personajes.

-¿Por qué decidiste hacer un recorte etario de los personajes? Muchos de ellos se mueven en la preadolescencia, desde los 12 años, ese tiempo de inseguridades, de oscuridades.

-Mientras escribía uno de los textos del libro, “¿Alguna vez vieron el tiempo volar?”, encontré sin pensarlo una voz infantil que me pareció que era mejor si la usaba en primera persona. Me gustó, me animé a poner a una niña en un rol extraño, fantástico, con alguna nota de suspenso. Me gustó más. Seguí ese camino para otros textos, incluso en otro tono para nada fantástico. La voz de niña en primera persona me dejó contar mucho de esas memorias de la infancia, y usar esa voz para narrar otro tipo de historias.

-La pobreza y el hambre en el seno de familias ensambladas y disfuncionales también atraviesan este cuerpo de textos, siempre con una mirada compasiva, también es un tema el hambre en tus poesías. ¿Es un tema imposible de soslayar?

-No lo quiero soslayar. Me rehúso a hacerlo. Todo lo que hago en la vida parte de ahí, de dónde vengo, de mi origen. Me enorgullece haber nacido en una casa humilde y no haberme olvidado nunca de eso. Caminar mi vida así, sin traicionar mi cuna de ninguna manera. Contar historias que pasen por esa realidad, que es la cotidianeidad de tantas y tantas personas. Hablar de los días, de las horas viviendo así. De la ternura y la indiferencia, del dolor, de la pérdida, de la esperanza. Como dicen Los Enanitos Verdes: “en la pobreza se sabe querer”.

-¿En el cuento “Cómo domar a un caracol” ensayás una explicación del avance de la derecha en el mundo, y la necesidad de esperar que el tiempo esté de tu lado para revertir los resultados siempre adversos? 

-Jamás lo había visto desde esa perspectiva, me resulta nueva. En el cuento ganan los malos siempre, aunque a los malos ni les importe ganar y hasta no hagan nada por ganar. Como un absurdo que se parece bastante a la vida: veo a los buenos jugársela hasta la muerte, muchas veces, por buenas causas. Y perder una y otra vez. Y he visto a los malos ganar caminando, sin esfuerzos. Y a los buenos volver a intentarlo una y otra vez, porque quién te dice…. Este es uno de los textos que parte de un recuerdo, algo que hicimos alguna vez en los recreos de la secundaria, carrera de caracoles. Me quedé pensando en lo que decís… el avance de la derecha, de esos “malos” de siempre, puedo leerlo también así, porque en el cuento los buenos perdían siempre y eran ellos los que proponían la nueva batalla, intentando ganar. Los malos ganaban con presentarse, prácticamente. Pero los buenos no aflojaban. Quiero verlo así, mientras esperamos que los tiempos sean otros, que los buenos no aflojen y sigan intentando.

-¿Este libro también puede leerse como una historia de mujeres, de diferentes mujeres, considerás que hay una mirada de género?

-No sé si el libro como tal tiene una mirada de género, aunque yo sí la tengo. Creo que escribimos sobre lo que sabemos. Y hay cosas que me interesa decir y otras no, claro. Y desde donde lo hago no es ingenuo. Mi casa fue un matriarcado, las mujeres de mi vida han dejado marcas profundas que llevo a todos lados. Ahí están todas las presencias, todas las ausencias, todas las enseñanzas, todas las posibilidades alucinantes y fantásticas.

-La lectura de los cuentos deja con ganas de más, de profundizar en las historias. ¿Cuándo un texto es cuento y cuándo tiene chances de convertirse en novela?

-La historia termina cuando ya no tengo nada que decir sobre esos personajes, ese lugar, o de lo que sea que esté escribiendo. Pude decirlo en ciento cincuenta páginas o en tres, depende… No me gusta inflar las historias, de hecho creo que suelen ser bastante escasas las descripciones en mis textos. Los diálogos, si hay, son breves. Tengo una tendencia a la brevedad, creo, por eso la poesía sigue siendo para mí un sitio seguro al que siempre vuelvo. Hay historias que para poder contarlas me han llevado muchas páginas, son novelas, pero es porque necesité de esa extensión para empezar y terminar de decir lo que buscaba.