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Cultura 23 de julio de 2019

Por el poder del Midazolam

por José Santos

En la oficina, Martín observa a un Pogolotti boquiabierto en su sillón de relax. Frente al sillón, el televisor LCD de 50 pulgadas, en Youporn, ofrece pornografía. El ronroneo del casco masajeador perturba el silencio. Hay además multiplicidad de cables de un tonificador muscular, que conducen al abdomen y los muslos de Pogolotti. Deduce que se electrocutó. Martín le quita el casco masajeador. Con el pelo revuelto y barba de dos días, sigue sin reaccionar pero al menos el ambiente se silencia, nota que Pogolotti respira, al menos. Martín piensa sino estará alucinando. Que nada de esto sea verdad. Se acerca a su amigo y percibe un ronquido y como sus cuádriceps sufren contracciones mínimas con los electro estimuladores. Sin embargo, Dany sigue inconsciente. Martín toma el blíster vacío. Midazolam. Deduce una sobredosis, y un tanto desesperado, lo toma entre los brazos y lo agita, pero su amigo solo tiene gestos mínimos, propios de alguien en estado de sopor o coma. En eso está, cuando oye pasos en el pasillo y alguien se detiene en la puerta de la oficina. Piensa en los del Nissan azul. Se reprocha no tomar las precauciones necesarias. Martín duda que hacer. Permanece quieto. Paralizado por la duda, no hace nada. Concentra su atención al sicario que se detuvo frente a la puerta de acceso. Para alucinación es demasiado real. Su corazón da un vuelco. Es tarde, se sabe atrapado. Siempre supo que terminaría asesinado. El picaporte se mueve, gira. Martín apresa una estatuilla metálica con su mano derecha y se oculta detrás del escritorio, esperando que la puerta se abra y los asesinos acaben con él.

Lima. Cuando arriba a su Cabaret, Betty Blue trae pésimo humor. Pagó cuatro millones a la organización y de vuelto se trajo una amenaza. Ofuscada, baja de su BMW X6 y Gonzalito, valet parking y sobrino de Kike Vallosa, corre a su encuentro. Gonzalito extiende la palma para tomar la llave del vehículo. Betty Blue distingue el Tag Heuer del muchacho. Suelta la llave desde unos centímetros. Es el protocolo para que los valet parking no rocen a los clientes. Mientras enciende un cigarrillo, se pregunta cuanto valdrá el Tag Heuer del sobrino de Vallosa. En el salón principal, escucha la Franklin Band tocando Boom Boom de John Lee Hokker. La música llena los espacios y la serena.

Boom, boom, boom, boom

I love to see you strut

Se detiene a escucharlos. La que canta con voz gruesa y afinada desde el escenario, es la nueva intérprete. Betty Blue está convencida de que es gitana, pero ella insiste que nació en Hungría y no tiene nada que ver con los gitanos. Se llama Annalisa M y viene de Mar del Plata, Argentina. Voz grave para decir:

Up and down the floor
And when you talk in go to me
That baby talk

Suena encantadora, piensa. De inmediato aparece Kike Vallosa, su gerente y mano derecha que le pide hablar a solas. En el camino, Betty Blue ordena que habrá tolerancia cero con desórdenes o actos violentos. Y que eche a quien sea, senadores o diputados o a quien fuese que sea, incluido.

Matt Moscard. Orden del Señor Dos. Cuando ingresan a la oficina Kike Vallosa enciende un parlante, lo hace siempre que su paranoia está en grado extremo. Le informa sobre un llamado de Argentina, Mar del Plata. Es Dallys Sotelo. Jamás llama de manera imprevista. Nadie mejor que Dallys Sotelo conoce lo vital de mantenerse distante y ajena a Lima. Betty Blue dice:

– Cancelemos este llamado. Umberto ni nadie, jamás deben saber que Dallys trabaja para mí.

– Ya es tarde señora.

Lo mira detenidamente. Vallosa explica:

– Alguien lo filtró y el señor Augusto Valdivia, ya lo sabe.

– ¡Cómo que lo filtraron!- Sus manos golpean sobre el escritorio. Kike Vallosa sigue estático frente a ella. Betty Blue maldice y luego, tratando de recuperar serenidad, queda mirando sin mirar, hasta que pregunta:

– ¿Te gusta tu vida?

– Sí, aunque hay una mejor, pero es más cara.

– Encárgate de que Augusto no hable, si no estaremos muertos.

Mar del Plata. Cuando la puerta de la oficina se termina de abrir, Martín estatuilla en mano, a punto de abalanzarse, descubre que el sospechoso resultó ser Caty, la novia de Pogolotti.

Caty lo encuentra con la estatuilla en lo alto de su mano, pregunta:

– Martín. ¿Estás bien?

Antes que Martín pueda contestar, escucha la voz ronca de Pogolotti:

– El casco, …ponémelo… tengo estrés capilar.

Martín se alivia, él no alucina y su amigo sigue vivo.

– Pelotudo, me asustaste. Me siguió un Nissan azul–Le cuenta mientras saluda a Caty. Ella observa que aún sostiene la estatuilla y repite:

– Martín… ¿no estás bien no?

Martín acuerda con su cabeza.

– Sí. Se te ve mal. Lucís horrible. Un zombi. Ojeroso, tus manos… tiemblan. ¿tomaste anfetamina?

– No tomé nada.

– Pues entonces deberías tomar.

Martín le hace una mueca para desentenderse y se vuelve a Pogolotti que en ningún momento abrió los ojos.

– ¿Dany, podemos hablar? – Insiste y vuelve a zamarrearlo.

– Pará, pará… no me batas, no soy gancia con limón. Me duele todo.

– ¿Qué te pasa?

– Ella tiene la culpa, -lo dice señalando a Caty- la acompañé a una degustación. Diecisiete varietales de tintos. Los sommeliers escupían, yo tragaba.

Martín arrima una silla junto al sillón masajeador.

– Burt Thomas está lavando con gente pesada de Perú. Hay muchos millones en juego, hay mucho riesgo, y si sale mal, me van a poner a mi como pato de la boda.

Pogolotti en su sillón, permanece inmutable a su relato. Martín continúa:

– Sé que soy paranoico, pero a veces me persiguen, Dany. Esta vez va en serio. Me quieren eliminar. Tengo que desaparecer.

En la oficina el clima es sofocante y húmedo. Eso no mengua la curiosidad de la novia masajista de Dany.

– ¿Y tu esposa, qué dice Sofía? – pregunta Caty desde el escritorio.

Martín gira su cabeza, cruzan sus miradas con Caty un momento, pero no contesta. Se arrepiente de hablar delante de ella, es una buena chica, pero demasiado chismosa. Tiene la sensación de cualquier cosa que ella escuché se propagará por Sudamérica en instantes. Aunque confíe ciegamente en su amigo, tal vez debería tener cuidado con su novia. Eso piensa cuando Caty le propone:

– Escapate a Bangkok.

– Lo haría sino tuviera un problemita de salud…

Martín se señala su cabeza y vuelve a intentar que Pogolotti reaccione. Caty intrigada por la revelación de su problemita de salud, ansiosa, no le quita los ojos de encima. Martín resignado agrega:

– Un tumor cerebral.

Caty queda boquiabierta y muda por primera vez. Sorprendida, es más de lo que pensaba escuchar. Pretendiendo naturalidad, acomoda sus cremas masajeadoras. A su lado, y ajeno a tumores y persecuciones, Pogolotti suelta un ronquido gutural propio de un sueño profundo. Caty recoge del piso el blíster de midazolam, dice:

– Olvídate, … Dany ya está anestesiado.

Tiene razón Caty. Pogolotti está bajo efecto de un benzodiacepina potente, el midazolam. Posee varias virtudes. Induce la somnolencia en minutos. En media hora da sueño profundo de la fase REM y lo más valorado, es que el efecto desaparece en cuatro horas, sin resaca ni letargo. Y de nuevo, listo para volver al ruedo. Todo esto Caty ya lo sabe, pero Martín no. Por eso no se rinde.

– Dany, estoy asustado … ¿podes escucharme al menos?

Con vos disartrica y balbuceante, antes de entrar en sueño profundo, el mismo Pogolotti clarifica:

– Naaa… me clavé un par de midazolam.

– No-pue-de. – Repite Caty.

Martín abatido, se rinde. En la puerta, le pide a Caty que ni bien despierte, se comunique.

– Es algo urgente.

– ¿Porro o anfeta?- pregunta ella a modo de mostrarse divertida.

– Vida o muerte.- contesta Martín.