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Cultura 27 de junio de 2023

El Taller de Narrativa: CLASE 34 DIARIOS (SEGUNDA PARTE)

En la segunda entrega dedicada a los diarios íntimos, se reflexiona a partir de los textos de Ricardo Piglia, un autor que además teorizó sobre el género.

Por Emilio Teno y Mariano Taborda

Ricardo Piglia siempre estuvo muy interesado por la crítica literaria escrita por escritores; quienes hacen los textos piensan su oficio. También por los diarios personales registrados por escritores, ese terreno incierto de un género que es literatura, documento, anecdotario, confesión. Admiraba los diarios de Kafka y de Pavese. Piglia escribió, durante más de cincuenta años sobre unos cuadernos de tapa negra, con letra casi indescifrable su vida: los amores, las lecturas, la formación como escritor, las convulsiones políticas, los amigos.

Durante toda la vida pensó el género, se pensó a sí mismo escribiendo un diario. “No hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Uno se convierte automáticamente en un clown”. Dijo también que toda su obra literaria fue una justificación para los diarios: el diario de escritor necesita que lo escriba un escritor.

Los diarios se publicaron, en el final de su vida, bajo el problemático título de “Los diarios de Emilio Renzi”. Con su segundo nombre y su segundo apellido nombró a su alter ego que lo acompañó durante toda la vida, como personaje y como pseudónimo. El pequeño truco de adjudicar los diarios a Renzi los ubican -texto que se toma como documento- en el terreno de la ficción; Piglia cuenta lo que le pasó a él y se lo adjudica a un personaje de ficción. Dice, por lo bajo, que la selección de lo que se registra en el diario es siempre una visión parcial, la persona que escribe los diarios se construye como personaje.

El tono simple, fresco de la escritura -unas veces con pasajes narrativos, otras veces solo una cita de lectura- hacen de los diarios que Piglia escribió a la largo de la vida un gran museo de la escritura y de la cultura porteña a partir de los años sesenta. La primera entrada es de 1957:

“Miércoles. Nos vamos pasado mañana. Decidí no despedirme de nadie. Despedirse de la gente me parece ridículo. Se saluda al que llega, no al que se deja de ver. Gané al billar, hice dos tocadas de nueve. Nunca había jugado tan bien. Tenía el corazón helado y el taco golpeaba con absoluta precisión. Pensé que construía las carambolas con el pensamiento. Jugar al billar es simple, hay que estar frío y saber anticipar. Después fuimos a la pileta y nos quedamos hasta tardísimo. Me zambullí desde el trampolín alto. Desde tan arriba las luces de la cancha de paleta flotaban en el agua. Todo lo que hago me parece que lo hago por primera vez”.

La familia de Piglia vive en Adrogué y deben escaparse porque su padre es un médico peronista durante la Revolución Libertadora. El destino es Mar del Plata, allí crecerá el lector que luego estudiará Historia en La Plata, luego se mudará a Buenos Aires y de allí viajará a Europa -premiado en un concurso en el que Borges era uno de los jurados- a China -interesado en el comunismo popular- y a Estados Unidos -donde dictará clases-. Desde el comienzo está la idea de irse. A donde vaya lo acompañarán los cuadernos para registrar la propia vida.

Los últimos años en Argentina, luego de la jubilación de la Universidad de Princeton, los dedicó a trabajar en los diarios. El extraordinario documental de Andrés di Tella, 327 cuadernos, muestra a Piglia releyendo esos textos viejos, dictando para pasarlos en limpio, en el contexto del avance de una enfermedad degenerativa. Piglia corrigió, intervino, las entradas del diario, no sabemos cuánto hay de la frescura del joven que casi todos los días anotaba las aventuras de un mundo que aún era nuevo y cuánto hay de construcción del personaje. Sin dudas que la adjudicación de los diarios a Renzi es un gesto de honestidad.
Muchas veces hizo declaraciones sobre ese diario oculto:

“En 1957 me puse a escribir un Diario, que todavía sigo escribiendo y que ha crecido de un modo un poco monstruoso. Ese Diario es la literatura para mí, quiero decir, que ahí está, antes que nada, la historia de mi relación con el lenguaje. Yo escribía para tratar de saber qué era escribir: en eso (sólo en eso) ya era un escritor. Esos cuadernos se convirtieron en el laboratorio de la escritura: escribía continuamente y sobre cualquier cosa y de ese modo aprendía a escribir o al menos aprendía a reconocer lo arduo que puede ser escribir”.

El primer tomo, “Años de formación”, va de la primera anotación en 1957 hasta 1967. El joven Piglia se forma como lector, como escritor -es el año de la publicación de “La invasión”, su primer libro- y se transforma en un adulto con problemas económicos, de pareja. Lo más importante, siempre, es la reflexión sobre la literatura. Los años felices es el segundo tomo y comprende el ciclo entre 1968 y 1975. La Buenos Aires literaria de los cafés, David Viñas, Rodolfo Walsh, Germán García, las revistas literarias, las disputas estéticas y políticas. Hay un diario dentro del diario: las citas de lectura. Podemos condensar todo la obra de Piglia a partir de esos fragmentos que anota en el cuaderno. En eso era muy borgeano: una escritura que nace siempre de lectura. El último tomo, “Un día en la vida”, es el más duro y pesimista. El formato de entradas fechadas comienza a desvanecerse, la dictadura asesina a sus amigos:

“Jueves. Cena con Anita Barrenechea, E. Pezzoni, Tamara y Libertella. Trato de transmitir mi experiencia en California, un posible exilio dorado que rechazamos porque el así llamado marido de Iris no le da la patria potestad para viajar con el hijo. No hay canalla mayor que el biempensante de izquierda. De todos modos, en secreto celebro no irme de aquí: estoy en la segunda línea, los que estaban al frente murieron todos. Pronto los tiros llegarán a esta trinchera”.

Piglia corrige los viejos cuadernos y continúa escribiendo. El final de la escritura, que coincide con el final de su vida y con el final de los diarios, tiene el cierre que todo gran diario anhela: el dramatismo del final de una vida. Anotaciones sueltas, sin fecha:

“Mi vida depende ahora de la mano derecha, la izquierda empezó a fallar en septiembre después de que terminé el programa de televisión sobre Borges. Me sucedió en ese momento, pero no a causa de eso. Los médicos no saben a qué se debe. El primer síntoma fue que no podía hacer movimientos finos, los dedos ya no me obedecen.
No puedo ya vestirme solo, así que me he hecho confeccionar una capa, o mejor, una túnica que me cubre el cuerpo cómodamente, con dos lazos para atarla. Tengo dos atuendos; mientras uno se lava, uso el otro, son de lino color azul, no necesito nada más.
La silla de ruedas, en andar mecánico, el cuerpo metálico.
Me he refugiado en la mente, en el lenguaje, en el porvenir”.

Hay una entrada del 31 de diciembre de 1976. Año terrible para el país y para Piglia. Allí se desliza el diario no como documento privado, más bien como una obra más del escritor, con la única diferencia de que debería publicarse post mortem. Tal vez por eso Piglia decidió adjudicarle su obra mayor a un personaje de ficción:

“Quizá alguna vez pueda leer publicada esta novela que ahora me da tanto trabajo escribir. También ese cuaderno será leído, alguna vez en el futuro, por alguien que no será este que soy ahora”.

Lecturas:
“Los diarios de Emilio Renzi” de Ricardo Piglia

Ejercicio de escritura:
Escribir entradas en un diario, todos los días, durante una semana.



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