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Cultura 26 de enero de 2023

El Taller de Narrativa: personajes (primera parte)

En su clase 12, los docentes Mariano Taborda y Emilio Teno examinan las estructuras narrativas que se reiteran en las historias de héroes. Desde la teoría de Campbell, leen a Hawthorne y Borges y, finalmente, proponen un ejercicio de escritura.

CLASE 12
PERSONAJES (PRIMERA PARTE)

Por Emilio Teno y Mariano Taborda (*)

Unos años después de leer el “Finnegans Wake” de James Joyce y de editar, junto a Morton Robinson, un libro crítico (casi un manual de abordaje) sobre esa obra, Joseph Campbell publicó, en 1949, “El héroe de las mil caras”. En ese libro, que originalmente se había llamado “How to Read a Myth”, se desarrolla el concepto del viaje del héroe o monomito que compara el derrotero de los protagonistas de los mitos en diversas culturas y extrae un patrón de similitudes, tanto de arco narrativo como de transformación psicológica de los personajes. La idea principal sostiene que hay una estructura repetitiva en diversas historias de distintas mitologías que pueden resumirse en algunos núcleos narrativos y que suponen una progresión (ya veremos luego que esa progresión puede ser “positiva” o “negativa”) que va, generalmente, en un periplo literal o simbólico, desde lo conocido a lo desconocido. Las historias de los héroes homéricos, nórdicos, Buda, Cristo, pueden leerse en esa clave y, también, las del Che Guevara, Maradona o la mayoría de los superhéroes de los cómics.

La estructura general consta de doce estadios o pasos (mundo ordinario, llamada a la aventura, rechazo de la llamada, encuentro con el maestro, cruce del primer umbral, aliados y enemigos, acercamiento a la caverna más profunda, la prueba más difícil, recompensa, el camino de vuelta, resurrección, regreso con el elixir) pero ese ciclo, que a veces no se cumple en su totalidad, puede resumirse en cuatro esenciales: mundo ordinario-epifanía-transformación-regreso.

Como ejemplo vamos a tomar a Wakefield, uno de los grandes personajes de la literatura norteamericana decimonónica, héroe del célebre cuento publicado en 1835 por Nathaniel Hawthorne. El argumento es sencillo e inmejorable: un hombre le dice a su mujer que se va de viaje una semana pero se muda a la vuelta de su casa. Se da cuenta de que su ausencia no modifica demasiado la cotidianidad de su esposa, va posponiendo su regreso y así pasan veinte años, hasta que una noche vuelve. Si pensamos en los derroteros de Cristo, de Buda o del Dante en la Comedia veremos que puede pensarse en una progresión “positiva”: hay un mundo ordinario (un carpintero judío, un príncipe de Kapilavastu, un enamorado nel mezzo del cammin di nostra vita) y luego de la epifanía, en los tres hay una transformación: Jesús en Cristo, Gautama en Buda y el Dante en el poeta divino que atravesó el infierno y el purgatorio para encontrar a Beatriz junto a Dios. Los tres regresan transformados en otros. El proceso de Wakefield es similar pero ya veremos que el resultado es diferente; Borges lo analiza en un texto titulado “Nathaniel Hawthorne”, que primero fue conferencia y luego publicado en “Otras inquisiones”:

otras inquisiciones

“Descubre, finalmente, que su propósito es averiguar la impresión que una semana de viudez causará en la ejemplar señora de Wakefield. La curiosidad lo impulsa a la calle. Murmura: «Espiaré de lejos mi casa.» Camina, se distrae; de pronto se da cuenta de que el hábito lo ha traído, alevosamente, a su propia puerta y que está por entrar. Entonces retrocede aterrado. ¿No lo habrán visto; no lo perseguirán? En una esquina se da vuelta y mira su casa; ésta le parece distinta, porque él ya es otro, porque una sola noche ha obrado en él, aunque él no lo sabe, una transformación. En su alma se ha operado el cambio moral que lo condenará a veinte años de exilio. Ahí, realmente, empieza la larga aventura. Wakefield adquiere una peluca rojiza. Cambia de hábitos; al cabo de algún tiempo ha establecido una nueva rutina. Lo aqueja la sospecha de que su ausencia no ha trastornado bastante a la señora Wakefield. Decide no volver hasta haberle dado un buen susto. Un día el boticario entra en la casa, otro día el médico. Wakefield se aflige, pero teme que su brusca reaparición pueda agravar el mal. Poseído, deja correr el tiempo; antes pensaba: «Volveré en tantos días», ahora, «en tantas semanas». Y así pasan diez años. Hace ya mucho que no sabe que su conducta es rara. Con todo el tibio afecto de que su corazón es capaz, Wakefield sigue queriendo a su mujer y ella está olvidándolo. Un domingo por la mañana se cruzan los dos en la calle, entre las muchedumbres de Londres. Wakefield ha enflaquecido; camina oblicuamente, como ocultándose, como huyendo; su frente baja está como surcada de arrugas; su rostro que antes era vulgar, ahora es extraordinario, por la empresa extraordinaria que ha ejecutado. En sus ojos chicos la mirada acecha o se pierde. La mujer ha engrosado; lleva en la mano un libro de misa y toda ella parece un emblema de plácida y resignada viudez. Se ha acostumbrado a la tristeza y no la cambiaría, tal vez, por la felicidad. Cara a cara, los dos se miran en los ojos. La muchedumbre los aparta, los pierde. Wakefield huye a su alojamiento, cierra la puerta con dos vueltas de llave y se tira en la cama donde lo trabaja un sollozo. Por un instante ve la miserable singularidad de su vida. «¡Wakefield, Wakefield! ¡Estás loco!», se dice. Quizá lo está. En el centro de Londres se ha desvinculado del mundo. Sin haber muerto ha renunciado a su lugar y a sus privilegios entre los hombres vivos. Mentalmente sigue viviendo junto a su mujer en su hogar. No sabe, o casi nunca sabe, que es otro. Repite «pronto regresaré» y no piensa que hace veinte años que está repitiendo lo mismo. En el recuerdo los veinte años de soledad le parecen un interludio, un mero paréntesis. Una tarde, una tarde igual a otras tardes, a las miles de tardes anteriores, Wakefield mira su casa. Por los cristales ve que en el primer piso han encendido el fuego; en el moldeado cielo raso las llamas lanzan grotescamente la sombra de la señora Wakefield. Rompe a llover; Wakefield siente una racha de frío. Le parece ridículo mojarse cuando ahí tiene su casa, su hogar. Sube pesadamente la escalera y abre la puerta. En su rostro juega, espectral, la taimada sonrisa que conocemos. Wakefield ha vuelto, al fin. Hawthorne no nos refiere su destino ulterior, pero nos deja adivinar que ya estaba, en cierto modo, muerto. Copio las palabras finales: «En el desorden aparente de nuestro misterioso mundo, cada hombre está ajustado a un sistema con tan exquisito rigor -y los sistemas entre sí, y todos a todo- que el individuo que se desvía un solo momento, corre el terrible albur de perder para siempre su lugar. Corre el albur de ser, como Wakefield, el Paria del Universo»”.

En la narrativa breve, el camino de los personajes suele estar ligado a esa secuencia epifanía-transformación en la que se condensan el carácter psicológico en acciones o reacciones. En la novela, en general, veremos la progresión completa y detallada de ese viaje.

Lecturas:
“El héroe de las mil caras” de Joseph Campbell
“Wakefield” de Nathaniel Hawthorne
“Nathaniel Hawthorne” de Jorge Luis Borges

Ejercicio de escritura:
Escribir un texto cuyo personaje principal se transforme a partir del proceso mundo ordinario-epifanía-transformación-regreso (extensión 1000 palabras).

 

(*) Instagram @tallerdenarrativamdp
[email protected]