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Cultura 3 de enero de 2024

Entretextos: “Cazador de sueños” de Oscar Muñoz

Oscar Muñoz es periodista con más de tres décadas de experiencia en medios gráficos y autor de “Los ex. Historias con separaciones, separados & separadores”. En esta ocasión, comparte un nuevo cuento con la sección Entretextos de LA CAPITAL.

Oscar Muñoz.

Por Oscar Muñoz

Volvió a despertarse con esa ingrata sensación de angustia y desazón.

Le ocurría a menudo.

No recordaba casi nada de lo soñado.

Fragmentos que se le deshilachaban fugazmente en la conciencia.

Como esas nubes altas en los días desiertos del verano.

Tan desiertos como desierta quedaba su memoria.

Después del sueño.

Entonces, se colmaba de frustración.

De impotencia.

Sabía, o mejor intuía, que sus sueños estaban llenos de símbolos y presagios, de avatares y fortunas, de desdichas y alegrías.

De vida, en definitiva.

Esa vida que se le estaba yendo en cuentagotas y quería poner por escrito.
Las historias de otras vidas.

Atraparlas, de alguna manera.

Pero se le escurrían en cada despertar, sin dejar rastros casi.
Un rostro de mujer, más adivinado que entrevisto.

Un camino rural o suburbano.

Una música.
¿Una música…?

Desde cuando los sueños tienen banda de sonido, llegó a preguntarse.

Y sin embargo, conservaba esa imprecisa idea, una sombra de recuerdo, que lo incomodaba y lo irritaba.

Le impedía concentrarse en lo que quería.

Aunque tal vez fueran excusas.

Le recriminaba esa voz interior, inclemente y omnipresente.

Su propia voz.

Se respondía que sólo precisaba una pista, una clave, una imagen fuerte y definida que se sirviese de orientación, de salida de ese laberinto oscuro en que se había convertido su vida después del accidente.

Los sueños lo ayudaban a escaparse.

Si pudiese prolongarlos, continuarlos, atraparlos en la vigilia, quien sabe.

En esa disyuntiva andaba, y consumía las mañanas vacías, desmemoriadas y vacilantes de cada día.

Mientras miraba por la ventana el panorama edilicio compartimentado, comprimido y monótono de la ciudad en la que vivía.

Una urbe levantada por olvidados pioneros y extendida por arribos aluvionales que no terminaban de identificarse como integrantes de un todo común, meros pasajeros de un perpetuo devenir.

Cada noche, repetía la ceremonia.

Antes de acostarse.

Con el vaso de whisky que rubricaba la cena, a modo de inspiración.
Escondía amuletos mágicos debajo de la almohada.

Para retener a los duendes -que estaba convencido- lo visitaban en sueños.
Pero no estaban dando resultado.

Pensó que debía cambiar de táctica.

O de amuletos.

Por las dudas, conservaba siempre a mano una libreta de apuntes.
Bien a mano.

Para garabatear lo primero que le venía a la mente cuando asomaba al amanecer de la conciencia.

Pero salvo esas anotaciones vagas, imprecisas, inservibles.

Un rostro de mujer.

Un camino rural… o suburbano.

¿Una música…?

No había tenido más para escribir.

Vacía de recuerdos, igual que las mañanas, permanecia la libreta de tapas azules, hojas rayadas y espiral.

Tampoco le fue de utilidad el grabador de alta sensibilidad que custodiaba sus probables palabras entre sueños, como claves a desentrañar.

Solo había registrado sus ronquidos.

Probó, incluso, hacerse el dormido, para distraer, engañar, al ladrón que -estaba seguro..!- le sustraía ese precioso material, una mañana sí y la siguiente, también.

Tendría que ser más astuto.

No le quedaba mucho tiempo por delante.

Esa noche, como todas, soltaría unas pocas gotas de agua mineral en su vaso de whisky preferido, el procedimiento de los entendidos para apreciar aromas y sabores de ese néctar elaborado en remotas alturas envueltas en niebla.

Sacar el mejor partido de todo siempre había sido su vocación en la vida.
Se metería en la cama, la luz apagada, un rayo de luna colando su resplandor pálido por la ventana que daba a la avenida, el silencio nocturno discontinuado eventualmente por el motor de un vehículo trasnochado, marchando a toda velocidad hacia un destino ignoto.

Todo estaría en orden.

Se dejaría mecer por las olas de sueño, hundiéndose en un mar de historias que no le serían arrebatadas.

Nunca más.

Qué sorpresa se llevaría el ladrón.

Atrapado en la vieja trampa de ratones que había desempolvado del desván de trastos, disimulada debajo de la almohada.

Y es que las técnicas más rústicas suelen ser efectivas cuando de ladrones de sueños se trata.

(*) N. del A.: Se sugiere completar la lectura escuchando “Dreamer” (Hodgson/ Davies) por Supertramp.

Oscar Muñoz es periodista con más de tres décadas de experiencia en medios gráficos nacionales, se desempeñó en todos los rubros posibles, desde la confección del horóscopo hasta la entrevista en profundidad, pasando por las secciones Política, Internacionales, Negocios, Sociedad, Ciencia & Tecnología, etcétera. Escribió los guiones para sendos documentales: Abril/ Norte (Mundial de Cortos de Fútbol 2014) y Calesitas porteñas, una vuelta más (Selección Oficial Festival Internacional de Cortos Tandil 2017) y el corto de ficción “Después de función” (Primera Semana del Cine Marplatense, 2019). Condujo y participó de programas de radio en FM Supernova y Radio Retruco (CABA). Publicó “Los ex. Historias con separaciones, separados & separadores”. Viajado y viajero por los cinco continentes, sus crónicas de color o actualidad aparecieron en los diarios BAE Negocios, La Nación, La Prensa y LA CAPITAL y en las revistas GABO, Maxim, R.S.V.P. y Foto Imagen. Comparte imágenes y vivencias en su cuenta de IG: @elinfinitoviajar.