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Deportes 15 de julio de 2018

Los mensajes poderosos de un campeón

Por Vito Amalfitano

Desde Moscú, Rusia

El título de Francia deja dos mensajes poderosos. Para el fútbol. Y para la humanidad.
En este juego, que en el avance siglo XXI, a este nivel, se disputa a máxima velocidad, solo cabe trabajar en proyectos que perfeccionen la técnica al más alto grado posible de excelencia.

Y después de este Francia campeón del mundo, con 15 jugadores de descendencia africana de 23 integrantes, Europa deberá leer la enseñanza del fútbol y dejarse de embromar con las posturas segregacionistas, discriminatorias, de persecución a los refugiados y/o inmigrantes. Los pueblos deberían recibir este llamado del deporte que aman y dejar de votar gobiernos de derecha, o por lo menos no abrirle la puerta, como ahora, y peligrosamente, a la ultraderecha.

En el Centro Nacional de Formación de Entrenamiento de Clairefontaine, que se fundó en 1988, se gestó está verdadera Revolución Francesa del fútbol. Un complejo, un proyecto, una idea, y continuidades, con la supervisión directa del Estado. Todo para elevar el nivel técnico de los futbolistas franceses a la más alta potencia.

El orden en la cancha de este campeón del mundo se lo da Didier Deschamps, capitán de aquel campeón del 98,-más continuidades-, pero esta consagración no sería posible sin la pegada excelsa de Griezmann, sin la forma en que Mbappé baja la pelota y como la lleva atada en velocidad, sin los gestos técnicos y la precisión en la larga o la corta de Pogba, y sin el “timming” de Kanté,-menos en la final-, para llegar primero, recuperar justo y entregársela al compañero. Pura técnica.

Todo lo que no se hizo en Argentina desde Menotti para acá se hizo en Francia, como también en Alemania o España, por caso. Alguna vez “el Flaco” dijo que si después de ser campeones del mundo no se iniciaba un proyecto en serio, el título no servía para nada. Descansamos en Maradona y no solo no hubo plan sino que se renegó de perfeccionar la técnica desde abajo porque se insistió en excentricidades tácticas, a partir del 86, y porque “tenemos al mejor del mundo”. Esa idea, que instalaron varios comunicadores, se extendió en Messi, que ni por asomo fue Diego. Y el engaño fue mayor al hacerle creer que podía ser líder, capitán, conductor. Y que, como Maradona, podía reemplazar al proyecto.

Francia tuvo a Zidane. Monarca del fútbol mundial del 98 al 2006 con algún intervalo. Pero de ninguna manera el proyecto de Clairefontaine se detuvo, ni los galos descansaron en Zidane.
El proyecto y la técnica, las claves futbolísticas de Francia.

Y el otro gran mensaje de este Mundial y sus campeones es el de la integración. Así como en la cancha Francia parece un bloque compacto, en el que cada pieza encaja en su justo lugar,-aunque esta vez Croacia sacó de eje un poco a Kanté y a todo el equipo-, la inclusión del otro es un valor que se rescata de esta selección multirracial que se quedó con el título mayor del fútbol.

Ya fue escrito aquí, en tiempos de oscurantismo en Francia y Europa, cuando más afloran las expresiones discriminatorias y en algunos casos la persecución a refugiados, además del recrudecimiento de las políticas económicas de exclusión para los que menos tienen, otra vez se para de manos el fútbol para poner en el primer plano a una selección que representa todo lo contrario.

Si persistieran y se extremaran esas políticas de persecución y exclusión, no podrían salir los Pogba, los Mbappé, los Kanté, los Matuidi, de los banlieues, los suburbios de la isla de París, en la periferia de la capital de Francia. El fútbol, una vez más, vuelve a ser una formidable herramienta de inclusión.

Samuel Umtiti, el autor del gol a Bélgica nada menos que en la semifinal, es directamente de Camerún.

Paul Pogba es de origen guineano pero se crió futbolísticamente en los suburbios de Lagni-sur-marne, en los banlieues de París.

N’Golo Kanté, es de origen malí y se forjó futbolistamente en el barrio Géraniums, también en la periferia parisina.

Kylian Mbappé, el atrevido de 19 años, la figura jóven de este Mundial, es de Bondy, una comuna de la isla de Francia, a unos kilómetros, apenas, del centro de París, pero a un mundo de distancia.

Bondy es la parte norteña de los banlieues, aquellos lugares de clase trabajadora y comunidades de varias razas y etnias, cuyos habitantes son estigmatizados porque son vistos como “semillero” de la delincuencia y el supuesto terrorismo. También, por lo visto, es “semillero” de estrellas que hacen disfrutar a todos los franceses, que, como en aquel 1998, vuelven a cantar la Marsellesa con mucha fuerza y reforzar su nacionalismo gracias a la destreza de estos hijos de la pobreza, de los banlieues.

Francia es el fútbol de la inclusión. Vale repetirlo bien fuerte: a la pelota siempre se juega con el otro.

@vitomundial



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