Para saberlo todo sobre Lovecraft: la biografía definitiva del creador del horror cósmico -Nota 1 de 4-
La obra escrita por S. T. Joshi, Yo soy Providence, no solo realiza un exhaustivo repaso por la vida del autor de lo extraño, sino que invita a comprender su legado literario, destacando su fascinación por la cultura hispana y su influencia en la narrativa de lo sobrenatural.

Howard Phillips Lovecraft.
Por José Andrés Bonetti
Vida: secreto y jeroglífico
“La vida es más horrible que la muerte”
(H. P. Lovecraft, “Vida y muerte”, 1920, relato perdido)
Aurora Dorada ha tenido la feliz iniciativa de publicar en lengua castellana la biografía de Lovecraft de S. T. Joshi, titulada Yo soy Providence. Todo un desafío superado con éxito en un género tan complejo. El autor evitó la cómoda salida de esculpir un monumento, con todos sus inconvenientes: la solemnidad, la exterioridad (esa historia anecdótica de la que abjuraba Benedetto Croce). Y asume la verdadera misión de la biografía, esto es: el relato de un yo en el marco cotidiano. Es lo que Ortega llamaba, justamente, vida, que no es más que la ejecución de un proyecto de existencia. O, como diría San Agustín, la actualización de nuestras potencialidades, lo que lo llevaba a identificar a la vida con el bien, es decir la acción, y al mal con la inercia y la muerte.
Pero este proyecto vital está lejos de ser una idea o un mero plan. Es anterior a todas las ideas de la inteligencia, anterior a todas las decisiones de nuestra voluntad: el pesimismo de la razón, tanto como el optimismo de la voluntad, le son ajenas. Porque se trata de nuestro auténtico ser, de nuestro destino. Cada uno, claro, es libre de ejecutar o no ese destino, ese impulso vital. Por ello Ortega no se cansaba de reiterar, con paciencia pedagógica, que la vida es esencialmente drama: una lucha contra el mundo y sobre todo contra nuestro carácter (la gran Yihad de la cual habla el Islam) para conseguir elevarnos al plano del ser. La gran metáfora para esta idea es la del naufragio, piénsese en la obra de Géricault, La balsa de la Medusa (1819): naufragar no significa necesariamente ahogarse, sino de mantenerse a flote, agitando los brazos. Así definía Ortega a la cultura: la agitación de brazos con la que el hombre reacciona frente a su propia perdición. Solo entonces la cultura cumple con su sentido, y el hombre asciende desde su profundo abismo.
Y como la vida de un hombre no pasa dentro de él, es, por consecuencia, todo lo contrario a un hecho subjetivo. La vida es siempre realidad objetiva. Vivir es vivir fuera de sí, unidad del yo con el mundo; no es la simple lucha contra el mundo exterior sino la lucha contra la propia vocación. La pregunta clave aquí, después de la kantiana ¿Qué debo hacer?, es la siguiente: ¿Seré fiel a mi vocación? La tragedia de la vida radica en este punto: podemos falsificar nuestro yo, podemos ser infieles a nuestro proyecto vital. Mefistófeles le dice a Fausto: “Llega a ser lo que eres”. En suma, podemos ser fieles a nuestro destino o prófugos del mismo. La verdadera biografía alejada de las tentaciones de la monumentalidad y de la exterioridad, pero también de la interioridad y de la psicología configura un sistema que unifica las contradicciones de una existencia. Toda vida es, pues, secreto y jeroglífico. De allí que en la biografía juegue un papel clave la intuición, como también la liberación del chaleco de fuerza de las prescriptivas metodológicas.
Joshi, biógrafo de Lovecraft
Lo que antecede alcanza para enmarcar teóricamente esta reseña del tomo primero de Yo soy Providence. Sunand Tryambak Joshi (1958), lector devoto de Lovecraft desde sus trece años, nos ofrece una obra que, después de las clásicas de L. Sprague de Camp, Lovecraft: Una biografía (1975), Frank Belknap Long, Howard Phillips Lovecraft: Dreamer in the Nightside (1975) y Willis Conover, Lovecraft at Last (1975), completa el edificio de su vida. Carlos Plá tiene el mérito de haberla traducido, no sin errores y rispideces que iremos señalando.
El presente volumen se abre con un Prólogo, fechado en 2021, que Joshi escribió especialmente para la edición en lengua castellana. Es una ocasión propicia para que el autor reflexione sobre las relaciones establecidas entre Lovecraft y la cultura hispana, sobre todo teniendo en cuenta un hecho: han aparecido más ediciones de su obra en castellano que en cualquier otro idioma; exceptuando, claro, el inglés. Pero Joshi comete un error que queremos salvar aquí: afirma que la primera edición de relatos de Lovecraft en español corresponde a la edición de Minotauro de 1957 (Prólogo, página 9).
Si bien es cierto que la iniciativa de dar a conocer al maestro le corresponde a la Argentina, Joshi parece ignorar versiones que antecedieron a esta gema publicada a fines de los cincuenta. Y esas versiones merecen ser destacadas porque precedieron a las traducciones francesas, alemanas e italianas. Vale decir, por aquellos años la Argentina se hallaba a la vanguardia cultural. El mérito correspondió a una persona que merece su propio homenaje: José Mallorquí (1913-1972), un inquieto y atento español, al cual le llamó la atención el surgimiento de las revistas llamadas pulps, como Weird Tales (1923), Terror Tales (1934) y Horror Stories (1935) y se propuso ofrecer su propia versión. El medio fue la maravillosa Editorial Molino, y el resultado fue Narraciones Terroríficas, el Weird Tales en español. Allí Mallorquí tradujo y publicó las primeras obras de Lovecraft: “El diario de Alonso Typer” (escrito en colaboración con William Lumley y publicado en el número 1, correspondiente a junio de 1939).
Se trata de un trabajo de revisión que pertenece más a Lovecraft que a Lumley, y lo mismo cabe decir de “La maldición de Yig” de Zealia Bishop (en el número 8 de noviembre de 1939). A los que siguieron tres relatos ciento por ciento redactados por Lovecraft: “Ratas en las paredes” (número 9, diciembre de 1939); “Aire frío” (número 10, enero de 1940) y “La declaración de Carter” (número 34, septiembre de 1942). Y, claro, la venerable edición de El que acecha en el umbral en el año 1946, obra que, como sabemos, fue desarrollada por August Derleth en una colaboración póstuma. La traducción no fue de Mallorquí, sino de Delia Piquérez. Y el arte de tapa correspondió a un marplatense, Joaquín Albistur. Carlos Abraham ha estudiado todos estos hechos en una obra pionera, Lovecraft en Argentina (2015).
A todo lo anterior hay que agregar un detalle erudito, que Joshi no menciona en el Prólogo ni tampoco a lo largo de toda la obra, y que marca también la presencia de Lovecraft en la Argentina. En efecto, en “El horror de Dunwich” (1928) afirma que las únicas ediciones del Necronomicón se encuentran en las bibliotecas de las universidades de Harvard, París, Miskatonic (una invención del genio) y… ¡la de Buenos Aires! Tal vez ,habría que hacer alguna auditoría al respecto. Lo que sí remarca Joshi es una cierta fascinación que Lovecraft tenía por la cultura hispana: recordemos su emoción al visitar San Agustín (la ciudad más antigua de EUA, fundada por conquistadores españoles en 1565); la admiración por la fusión hispano-francesa en Nueva Orleáns. Todo esto se refleja en cuentos como “La transición de Juan Romero”, ambientada en el México de 1894 y en “Aire frío”, con el inolvidable y trágico Doctor Muñoz.
El género biográfico bordea entre la historia y la literatura: es una síntesis que, cuando está bien ejecutada, logra sintetizar e imbricar los tiempos de una vida biológica con los de una época. La biografía es, así, primer plano de la historia, y la historia misma no es más que un conjunto de biografías. Y si la historia supone la vida de sus protagonistas, la vida de un hombre implica la de las generaciones que lo precedieron en el gran libro de la vida (los colonos anglosajones conservaban las líneas de sangre en los ejemplares de las biblias familiares). El lente de Joshi es agudo, y ya en el primer capítulo despliega todo el resultado de su heurística, situándolo a Lovecraft en un linaje sajón y puritano, típico del proceso colonial de Nueva Inglaterra.
Los primeros diecisiete años de vida se condensan en el siguiente capítulo: la declinación del padre y el refugio encontrado tanto en la figura señorial de su abuelo materno como en sus primeras lecturas: Las mil y una noches y Grimm, Coleridge, Hawthorne, y una obra a destacar: la de Thomas Bulfinch, La edad del mito. Lovecraft será, claro, un creador de mitos (en el volumen dos Joshi presenta la tesis de una antimitología). Y podemos encontrar en esta lectura el germen temprano de una idea fecunda: la de la renovación de los mitos en la era de la industria. Su primera obra será, justamente, una Mitología para jóvenes, en la cual se confiesa como un auténtico pagano.
El capítulo tercero aborda una cuestión central en toda biografía de Lovecraft: la génesis de la ficción extraña, la cual sólo puede ser el producto de una época que ha descartado lo sobrenatural. Y no es casual entonces que la primera obra de ficción sobrenatural haya salido de la pluma de un arquetipo de la Ilustración: Horace Walpole quien, con El Castillo de Otranto (1764), inaugura la línea de la tradición gótica: Clara Reeve, Radcliffe, Lewis, Maturin, Beckford, la cual encontrará su agotamiento en Jean Austin y Mary Shelley. Joshi acierta en conectar Ilustración-gótico, pero olvida el importante aporte del Marqués de Sade: la conexión entre el Terror jacobino y la literatura gótica (Prefacio a Los crímenes del amor).
Ante el callejón sin salida del fin del ciclo gótico, vendrá la revolución de Poe: el desplazamiento del foco del terror de la topografía a la mente (y al respecto recordemos aquí la obra de David Caspar Friedrich, Paisaje de Bohemia, 1810,). Los misterios vienen del alma, no de Alemania. Poe señaló la senda por la que seguirán F. Marryat, E. Bulwer-Lytton, W. Collins, Sheridan Le Fanu, A. Bierce, R. Chambers, A. Machen, M. R. James. Pero Lovecraft es poliédrico: ama a lo extraño y sobrenatural, pero también quiere ciencia y verdad. De naturaleza tripartida, ama a lo antiguo y permanente. Apuntes para la génesis de un prodigio: estudia latín y los clásicos a los ocho años.
Pero, recordémoslo, la vida es tragedia. Así, en 1898 muere su padre, y él sufre un primer colapso nervioso, justo en el año de afirmación del nacimiento imperio americano sobre la debilitada España.
Joshi resalta un punto importante: en la última mitad del XIX no se considera a lo extraño como un género. No existen publicaciones dedicadas a la ficción extraña, y no las habrá hasta la creación de Weird Tales en 1923. Este hecho es fundamental para comprender el lugar de Lovecraft en el campo: fue uno de los primeros en tener consciencia de ser un escritor de lo extraño (la autoconsciencia de un género la volveremos a encontrar, con respecto al cine, en la insuperable Vértigo de Alfred Hitchcock). De este período provienen los primeros relatos: “La botella de cristal”, “La cueva secreta”, “El misterio del cementerio”.
Pero el múltiple Lovecraft es infatigable, y en el capítulo cuarto Joshi destaca cómo el descubrimiento de la astronomía, justo cuando estaba por convertirse en astrofísica, afectó radicalmente su visión del mundo. Este período coincide con la irregularidad de sus estudios escolares (1898-1905) y la educación privada, a cargo de tutores. Lovecraft comienza a meditar una teoría del tiempo (que será una constante en su obra de madurez): la supremacía del pasado sobre el presente. Probablemente no lo sabrá nunca, pero en este punto coincidió con el Karl Marx historiador (El 18 de Brumario de Luis Bonaparte).
La vida no se detiene, y se le presenta la tragedia de tener que enfrentar al propio destino: 1904 señala la muerte del abuelo y sostén Whipple van Buren Phillips, hecho que marca el fin de la inocencia. Pierde el hogar de nacimiento y contempla la posibilidad del suicidio. Frente a la ausencia de ser, agustinianamente, afirmará el ser. Quiere vivir para estudiar: vivir para leer y escribir (este será también el proyecto de Marcel Proust). Sobreviene un nuevo colapso en 1906, y dejará para siempre los estudios regulares. Pero se afirmará en la escritura: de esta época datan sus cuentos, “La bestia de la cueva” (1905) y “El alquimista” (1908), primer relato estrictamente sobrenatural.
¿Cuál fue la índole de este colapso? En el capítulo quinto se presentan conjeturas, pero sólo tenemos una certeza: de 1908 a 1913 encontramos un espacio en blanco en su vida. Se recluyó y se refugió en la lectura de revistas pulps: All-Story, Black Cat, Argosy. Se trata de una nueva respuesta positiva: serán su tabla de salvación del naufragio; Lovecraft da manotazos, y vuelve a salir a flote de la única manera posible: encontrándose con el otro. Estas lecturas, en efecto, lo llevarán al mundo del periodismo amateur, es decir a relacionarse y a unirse a una asociación de prensa en 1914. Y asumirá, así, su destino: ser un escritor, y también ser un hombre, como sostendría Kypling en If (1895). Comienza a redactar una correspondencia prodigiosa que llegará a las cien mil cartas.
En los capítulos siguientes, seis y siete, Joshi se concentra en esta rica experiencia en la prensa amateur, que le permitió a Lovecraft lograr dos grandes objetivos: la autoexpresión, sin pensar en la remuneración, y la educación profesional. En el capítulo siete se estudia la mecánica métrica de Lovecraft y se destaca el rasgo conservador de su prosa y de su poesía (influencia de Butler, del Doctor Johnson, Dryden, Milton y Mac Pherson). Quizá por aquello de la salvación por las obras, Lovecraft se escapa del abismo a través de la creación. Y en el capítulo ocho se subraya la importancia de la redacción del cuento titulado “Dagón” (1917), en el que encontramos dos tesis fuertes: el conocimiento de uno mismo puede provocar desórdenes mentales y la verdad puede provocar daños irreparables.
La verdad, recordemos, para un ateo como Lovecraft radicaba en esta terrible proposición: no hay Dios bueno que gobierne el mundo. Hay, también, una teoría de lo extraño en “Dagón”, que destaca el concepto de la verdad lógica. Estamos, y volveremos sobre este punto en la conclusión, ante un tipo de realismo que será central en su obra y que lo llevará a unir al relato sobrenatural con el naciente campo de la ciencia ficción. En este período, Lovecraft oscila entre el realismo sobrenatural (“La Tumba”, “Dagón” y “La transición de Juan Romero”) y la fantasía (“Polaris”, influenciado por Lord Dunsany y “El prado verde”), y la proto ciencia ficción: “Más allá del muro del sueño” (1919), primer relato auténticamente cósmico, en el que se registra una doble influencia: Bierce-London. Un punto singular de este período es la redacción de un poema en prosa titulado “Psicopompo”, única obra en la que Lovecraft apela a un mito convencional: el del licántropo.
Pero los desafíos que la vida le tenía previstos no cesan, y en el capítulo noveno se relata un episodio tremendo: el colapso mental de la madre. Lovecraft va acumulando tragedias. ¿Qué hacer? El capítulo décimo se concentra en la respuesta ante estos embates: convertirse en un cínico materialista (un mecanicista). Junto con esta teoría del conocimiento combina una praxis (Diógenes), Lovecraft encontrará nuevos amigos: Frank Belknap Long, a quien conoció en 1920 y Winifried Virginia Jackson (con quien redactará dos cuentos, “El prado verde”, de 1919, y “El caos reptante”, de 1921). Pero fundamentalmente conocerá a Sonia Greene, su futura esposa. Muere su madre en 1921, y esta biografía contribuye a poner en orden el mito de la relación madre-hijo: nuevamente la mente de Lovecraft está frente al caos del destino y lo vence. Lo hará mediante la asunción plena del programa del mecanicismo (Haeckel y Elliot) y renovando, claro, a Leucipo, Demócrito, Epicuro y Diógenes. De este período debemos destacar un notable ensayo titulado En defensa de Dagón (1921).
Lovecraft asume la idea de la insignificancia cósmica de la especie humana. Refuerza su ateísmo y encuentra un arma de lucha contra la religión: la antropología (recordemos, aquí, la tesis de Ludwig Feuerbach, al cual parece no haber leído –al menos Joshi no menciona en todo el volumen al autor de La esencia del cristianismo–). Además, redacta Idealismo y materialismo (1919), ensayo en el que desarrolla una historia natural de la religión. Si Feuerbach y Comte no son mencionados como probables influencias, Joshi cita otras: E. B. Tylor, J. G. Frazer.
Lovecraft se muestra optimista acerca del fin de la religión, y escribe las Confesiones de un incrédulo. Se trata de una combinación entre materialismo y cosmicismo, de Epicuro con Schopenhauer. Y sufrirá una experiencia que lo emparenta con Aleister Crowley: la del descubrimiento de la futilidad de la vida, aun cuando se erija en éxito. Esta revelación llevará a Crowley a la lectura de la obra de C. K. von Eckartshausen titulada La nube sobre el santuario y a la búsqueda de una orden secreta; Lovecraft leerá a Nietzsche y se concentrará en la experiencia interior, a pesar de las conjeturas planteadas por Peter Levenda en The Dark Lord: H. P. Lovecraft, Kenneth Grant, and the Thyponian Tradition in Magic (2013).
Pero, nuevamente, Lovecraft es un cristal con múltiples caras, y en el capítulo once se destaca la influencia de Lord Dunsany, su prosa rítmica y su temática cósmica, algo totalmente novedoso por entonces en la literatura. Si el artista es el creador de cosas bellas (como estableció Oscar Wilde en el Prefacio de El retrato de Dorian Gray), Lord Dunsany era la encarnación de ese principio estético. Y Lovecraft celebrará su exaltación de la naturaleza, su hostilidad hacia el industrialismo, su fe en el poder del sueño para transformar al mundo y su creencia en el poder fatal del tiempo sobre los hombres. Además, escribe Joshi, Lord Dunsany fue el creador de toda una mitología “falsa” y podríamos impugnarle a nuestro autor el uso de tan temerario adjetivo.

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