CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Cultura 13 de agosto de 2018

“Un analista debe preservar su eterna condición de aprendiz”

En "Ser analista hoy", Luis Hornstein apela a renovar la práctica del psicoanálisis. LA CAPITAL publica un fragmento de la introducción del libro.

Luis Hornstein.

“¡Cómo le gustaba a Freud el lenguaje de todos los días, los dichos populares! Escribe su densa y extensa obra con pocos tecnicismos, los imprescindibles. Seguramente le gustaría “renovarse es vivir”, a él, que se renovó siempre. O “inventar la pólvora”, a él, que inventó el psicoanálisis. Los fundamentos son una herramienta para renovar el psicoanálisis sin inventar la pólvora.

Hay que leer, y no sólo la bibliografía principal. Volver a pensar. Volver a leer lo leído, para que lo leído no sea lo ya leído. Re-leer. El prefijo “re” indica un movimiento de retroceso, introduce el tiempo y, mediante la historia, devela la diferencia. No estamos pegoteados. No estamos identificados con lo leído ni con el Gran Hombre.

Enfrentaremos un duelo y un trabajo. No dejaremos que la pulsión de saber sea reemplazada por la idealización. Nos arremangaremos, como Freud, como tantos otros.

Como decía Sartre, estamos obligados a comprometer nuestra libertad, porque, sin compromiso, la libertad es caos. Una lucha ardua pero con recompensas de plenitud y alegría cuando descubrimos algo, por pequeño que sea, y salimos de la rutina. Estamos condenados a investir si no queremos entrar en hibernación, esa en que el oso no puede cazar y debe comerse las grasas acumuladas en la buena temporada. El pensamiento sería imposible si solo fuera la repetición de un ya pensado. Para seguir invistiendo será necesario salir de caza, en procura de piezas nuevas. ¿En qué condiciones? Renunciando a encontrar a alguien que garantice lo verdadero y lo falso. Solo así me autorizo a pensar lo que el otro no piensa y lo que no sabe que pienso.

Una teoría compleja –y con menos no nos conformamos- requiere una recreación intelectual constante. Sus simplificaciones son meramente tecnológicas, operativas, y suelen desembocar en un peligroso recetario técnico. Contra el dogmatismo no hay vacunas, apenas precauciones. Prioritario es cuidar a las nuevas camadas, generando espacios de producción donde desde el comienzo los “aprendices” se arriesguen a ser productores y protagonistas del avance del psicoanálisis. “Balzac decía que los solterones reemplazan los sentimientos por hábitos. Igualmente, los profesores reemplazan los descubrimientos por lecciones […]. Para enseñar a los alumnos a inventar, es bueno darles la sensación de que Ellos hubieran podido descubrir” (Bachelard). Un analista debe preservar su eterna condición de aprendiz, de alguien que descubre cuán difícil es trasladar a la escritura las herramientas de la clínica. Publicar es abrir brechas, crear alternativas. Al desplazarnos de la práctica a la escritura nos exponemos, buscamos salir de la claustrofilia clínica.

Una de las causas del actual malestar del análisis es la grieta entre la praxis de todos los días y una producción escrita redundante. En los intercambios clínicos no se habla de lo que se hace sino de lo que se debe hacer. La clínica actual nos lleva a conjugar rigor metapsicológico y plasticidad técnica en lugar de técnica rígida y ambiguos fundamentos. Los fundamentos no son dogmas sino ideas-fuerza, ideas para producir ideas.
Tengamos una buena relación con la teoría, que no es un objeto inerte y puede atropellarnos. Los atropellos se llaman “teoricismos”. Y una buena relación con la práctica, tan necesitada de un sinceramiento. Hablemos con los psicoanalistas practicantes. Ellos tienen la responsabilidad de poner en acto la virtualidad de las teorías. Son sus palabras y sus silencios los que alivian o “curan” a un sujeto sufriente.

La práctica no es ni espontánea ni sencilla. Es una demanda oscura que se va aclarando. Para que sea cada vez menos oscura, debemos analizarla, ver aspectos, matices. Por supuesto que está en juego la escucha analítica. Sin embargo no es el único factor en juego. ¿Qué hemos incorporado de la tradición, es decir, del sistema conceptual pero también de sus rituales y sus mañas?

Los lirios del campo “ni hilan ni tejen” (Lucas, 12:27) pero nosotros somos humanos. Trabajamos. Modificamos la Naturaleza. Tomamos notas de lo que hacemos. Construir una historia del psicoanálisis no tiene por qué ser penoso, no más que construir otras historias. La del psicoanálisis es una historia crítica y problemática. Es multidisciplinaria. Es retroactiva. Resulta de entender el psicoanálisis como un conjunto teórico-práctico y cuya lógica de difusión y cuyas funciones en relación con el conjunto de prácticas que con él coexisten dentro del mismo campo social hay que dilucidar. Sin abusar del estilo culto o universitario. Sin regodearse en el gueto de colegas. Porque todos estamos en el mismo barco. Todos los que quisimos subirnos. Sin academicismos. El academicismo actúa como si las escuelas fueran eternas, como si la tradición nunca hubiera variado. Daña la libertad, la originalidad, la invención y la audacia (Bourdieu,1979).

¿Por qué uno ha llegado a ser lo que es? Dicho de otro modo, ¿cuáles son las condiciones de producción de subjetividad? La cultura trama prácticas, discursos, sexualidad, ideales, deseos, ideología y prohibiciones. Y a la vez la cultura las destrama. (Lo desarrollaré en los otros capítulos).

Antes las instituciones ahogaban al individuo, lo encorsetaban. Ahora están deterioradas. Ese deterioro lo deja a la intemperie, sin puntos de referencia. El sujeto se halla abandonado a sí mismo, expuesto al hundimiento interior, a una dominación cada vez más anónima e insidiosa, a sistemas de consumo, de comunicación que se apoderan de su ser y lo alienan solapadamente.

Dije “antes”, sin precisar cuándo, y no dije “dónde”. La crisis es distinta en las diferentes culturas, en los diferentes países. El análisis de la influencia de los condicionamientos sociales aporta un esclarecimiento particular sobre los conflictos “personales”. Permite deslindar qué es propio del individuo y qué comparte con todos aquellos que han vivido situaciones similares.

El mundo parece (o es) un cambalache: Angela Merkel opina que el multiculturalismo ha fracasado; avanzó lo más recalcitrante de la derecha norteamericana; Berlusconi se hace el gracioso (“es preferible tener relaciones ‘sexuales’ con una menor a ser gay”). Simultáneamente hay un avance de los derechos humanos y una condena creciente de la violencia de género. (Weber, hace mucho, sin haber vivido este alboroto había hablado de “politeismo de los valores”).

¿A qué atenerse? ¿Cuál es la ética actual? ¿Qué está pasando en la subjetividad? Fugacidad y frivolidad de los valores. ¿En qué o en quiénes podemos creer hoy? La crisis es multidimensional (política, social, económica y ética) e implica un terremoto. Incluso desmoronamientos. El deterioro de valores colectivos incide en los valores en la infancia, instalados en la infancia, pero que siempre se actualizan.

Tener relaciones sin compromisos profundos, desarrollar cierta indiferencia afectiva, vivir solo, ese sería el perfil de Narciso. El miedo a la decepción traduce “la huida ante el sentimiento”. Si los celos y la posesividad están desprestigiados es porque la sexualidad pretende llegar a un estado de indiferencia, de desapego, para protegerse de las decepciones.

Hay recursos variados para evitar compromisos. En nuestra época predomina la ligereza (lo light) que ha impregnado nuestro mundo material y cultural, invadido nuestras prácticas cotidianas y remodelado nuestro imaginario que impregna cada vez más nuestro mundo material y cultural, ha invadido nuestras prácticas cotidianas y remodelado nuestro imaginario. Si antes era admitido únicamente en el dominio del arte, hoy es un valor, un ideal, un imperativo en múltiples esferas: objetos, cuerpo, deporte, alimentación, arquitectura, diseño. En el corazón de nuestro tiempo se afirma el culto polimorfo de la ligereza. Las transformaciones de la vida colectiva e individual ilustran de otro modo el empuje de lo ligero. Rompiendo con la modernidad –rigorista, moralista, convencional-, se afirma otra modalidad de tipo “líquido” y flexible. En la época hipermoderna, la vida de los individuos está caracterizada por la inestabilidad, entregada como está al cambio perpetuo, a lo efímero, al nomadismo. Las pesadas imposiciones colectivas han cedido a la volatilidad de las relaciones y los compromisos.

La ligereza se impone como norma general, ideal universal y permanente, principio fundamental de la vida en sociedad. Por obra y gracia del consumismo, vivimos el tiempo de la legitimación y generalización social de la ligereza, celebrada como valor cotidiano. Por medio de los objetos, la publicidad, los medios y la moda, el capitalismo del consumo exalta los placeres en todas sus parcelas, invita a vivir en el presente, a gustar los goces del hoy: legitima cierta despreocupación por la vida. La ideología, que se escribía con mayúscula, ha cedido el paso a una ética de la satisfacción inmediata, a una cultura lúdica y hedonista centrada en los goces del cuerpo, de la moda, de las vacaciones, de las novedades comerciales.

La fragilidad de los lazos y la facilidad actual para las desvinculaciones traen consigo unas veces las delicias de la renovación, otras la pesadilla de quedar abandonados. Todo se ha vuelto desechable: en este contexto, muchas personas tienen miedo de vivir un nuevo fracaso doloroso y no piensan sino en protegerse de sufrimientos que siempre son posibles en las relaciones afectivas. La soledad como consuelo: más vale estar solo que vivir conflictos agotadores y un nuevo fracaso. La libertad en materia de relaciones se transforma en miedo a las relaciones. Lejos de los sueños de ligereza cool, el individuo actual conoce la angustia de los celos y dista de haber acabado con el deseo de poseer al otro (Lipovetsky).

Estábamos acostumbrados a que los valores fueran desmitificados, relativizados, despreciados, y a saludar la llegada de los nuevos. Hoy parecería que no hay nuevos. Y los “últimos” ¡son acusados! ¿De qué? De contingencia y de versatilidad. Pero las sociedades tienen horror al vacío. La noción de valor se escribe entre líneas, cada vez más, en nuestros discursos.

La noción de “trabajo de filiación” intenta escapar de la lógica binaria y tributa a los filósofos de la complejidad. Una noción a conquistar, un work in progress. Más que futuro y pasado, hay futuro-pasado o pasado-futuro. Abrimos un futuro al pasado. Distinguimos entre olvido pasivo y olvido activo. El pasivo perpetúa lo que tiene un valor de origen y está relacionado con lo que hemos llamado “fundamentos”. El olvido activo “hace lugar a lo nuevo” y evita la parálisis debida al exceso de memoria. (Nietzsche habló de la fuerza del olvido.)
El psicoanálisis no sólo consiente diversas líneas teóricas y diversas prácticas sino que sobrevive gracias a ellas”.



Lo más visto hoy