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Cultura 9 de agosto de 2023

Entretextos: cinco poemas de Alejandra Da Cruz

La autora nacida en Olavarría y radicada en Mar del Plata desde 2003 comparte una serie de textos inéditos con LA CAPITAL.

Alejandra Da Cruz.

I.
Suena en la cabeza la canción,
las piernas en la superficie tabalean.
No se necesita demasiado, de repente me río,
me doy cuenta: lo archivado, lo sanado, lo recuperado,
el proceso, las manos en el trabajo.
Túneles, caminitos angostitos, empedrados.
Pacto decisiones, digo cosas, bajito,
a los oídos de otros y en lugares ruidosos y espero el resultado.
El resto de las cosas suenan en la canción.
Sola en la casa…
Descalza, nadie limpia,
¿y cuándo se termina este caos?
Yo conmigo y las canciones suenan, encendedor en mano.
Sola en casa…
Clases y libros, leer, escribir y libros y clases…
Sigo descalza,
la canción suena,
tarareo,
me sé la letra… bailamos.

II.
Por lo bajo, el rugido profundo de la noche mece, acuna,
y en medio de esa oscuridad no hay ni cuándo ni desde dónde.
Gotas, mareas, oleaje.
Cruje en su base la barca, avanza y devora esta noche,
y en un aullido, hunde las garras,
en lucha, minutos antes de que el sol asome.

Dice haber entrado en el bosque,
chirría una rama,
un grillo a lo lejos,
hormigas atraviesan el lomo arrugado de un árbol.
Dice haber preparado la huida.
Dice haber aplanado el pasto en la corrida.

Y anuncio yo que verá el margen.
Su vista cubrirá la inmensidad,
dará un profundo suspiro, un día,
y al llevar hacia arriba la cabeza
para tomar aire, engullirá la vía láctea,
y ya con el universo completo dentro,
cuando inicie la creciente,
comenzará el ascenso.

III.
Salto, desde la escollera -un alambre de púa-
la medianera, lugares desde los que alguna vez me asomé,
con ojos felinos, a medir el hueco del abismo.
Gira el cuello aquel búho, mira la señal del grillo,
la de anticipar la tormenta que tragará la tierra.
Reseca ella y me entrego al trote entre esos campos,
hacer del polvo barro metido entre las uñas húmedas.
Me entrego ciega al oficio de escarbar,
y en ese empeño asumo una porción de mí.

IV.
Que no puedo escribir ni uno solo,
ni con la sospecha podría escribir.
Está bajo una piedra gigante, entre lombrices,
arañas, cascarudos, humedad y algunas creencias,
todo eso en bajada con el llanto de un duelo,
que es lo que estoy haciendo…

Que ni una vez sonó frente a otro, no dije
ni al oído, entre canción y canción,
sobre melodías,
o unos lentos, apretando con urgencia,
sonriendo y mirando fijo.
Palabras que no hago sonar porque
clavan raíces en la boca,
y se desgarra la lengua en mentiras,
y larga el olor de la fruta pudriéndose al sol…

Que tengo planeado meterme en la selva,
que es lo que estoy haciendo,
y en soledad imitar el sonido de las aves,
reptar, ir de rama en rama, escarbar,
mantener los oídos en alerta,
al acecho, camuflada esperando
el exacto momento en el que saltar
sobre esa palabra, y llevársela como presa fresca…

“Mabel”

A veces se corta con unos pasitos
un poco mañosos,
con los brazos arriba y
bajando con las piernas
bien abiertas.
A veces la corta un sonido sin rebusque
y el verano de hace 20 años que me revienta en la cara.
Sudor, ropa heredada…
un pantalón alcanzado por una gota,
era de lavandina la mancha.
No te cambies, ya salimos.
Esa noche entraba en vaso de plástico,
y yo la tomaba.
Ahí, con mi pantalón heredado
y al costado de lavandina la mancha.
Las luces en la cara,
las pibas con topcitos,
el vaso era de plástico para empinarme la noche,
y las pibas maquilladas.
¿Qué hacías dando vueltas?
Los perdí a todos, bailaba sola, acá, en el centro.
Levanto los brazos para cumplir la misión y
me mancho toda de lavandina… al costado.
Ya estoy acá, vamos así, vayamos ahora.
Lavandina, una remera, unas zapatillas viejas y
las pibitas me panean cuando entro: pantalón heredado.
Volvimos caminando. Lo hacíamos siempre de día…
conversación cansada, Inclinados como espantando pájaros.
¿Dónde te habías metido?
Destilábamos silencio hasta la puerta.
Estoy amaneciendo 20 años atrás.
Volviste de mañana, ya era de día.
Pero la noche no, ni un poco oscura,
si la iluminó la mancha, la de lavandina,
que le oscureció el target a las pibitas
mientras yo lo único que hacía
era gritarle a Mabel en medio de la pista.

Alejandra Da Cruz es oriunda de la ciudad de Olavarría y vive en Mar del Plata desde 2003. Es profesora en Letras y actualmente se desempeña como docente. Si bien el deseo de escribir la ha acompañado desde adolescente, fue recién a comienzos de este año que decidió finalmente comenzar con la poesía. Estos primeros textos los comparte en su perfil de Instagram llamado “No sobran palabras”.