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Deportes 22 de agosto de 2020

En Mar del Plata se jugaba en una sola cancha antes de las burbujas

La Liga lo inventó todo. Muchos certámenes deportivos del mundo hoy, a raíz de la pandemia, se definen en un sólo escenario. En la primera mitad del siglo XX en esta ciudad era igual. Pero porque casi no había otros escenarios.

Desfila el equipo de Atlético Mar del Plata delante del palco oficial. Fue en un partido en el estadio del Velódromo. Año 1937.

por Sebastián Arana

Los medios periodísticos que antes de la pandemia cubrían el torneo de la Liga Marplatense de Fútbol hacen malabares para poder estar en todas las canchas y, más de una vez, se ven obligados a colaborar entre sí para poder cubrir la totalidad de la actividad. De los 32 clubes afiliados, veinte cuentan con escenarios habilitados para poder jugar oficialmente. Las “doble jornadas” están en retirada y una fecha con catorce o quince partidos puede tranquilamente desarrollarse en once o doce sedes distintas.

El panorama contrasta notablemente con gran parte de la historia del fútbol en Mar del Plata. El de los escenarios fue casi siempre un problema y, en los primeros cuarenta años de competencia oficial, muy serio.

En las primeras cuatro décadas de fútbol regido por la Liga Marplatense (Asociación Marplatense hasta 1937) casi nunca se rompió con el molde del “field oficial”, tal la denominación de la época.

Aldosivi vs. Martínez de Hoz, primer cotejo por los puntos posterior a la fundación de la Liga Marplatense, se jugó en la cancha que los primeros tenían en el Puerto. Pero en los primeros años del fútbol la actividad se concentró en el costero Paseo General Paz -contaba con tribunas oficiales y gradas populares- y en menor medida en la cancha de la Plaza España. Ambos escenarios bastaban para contener una competencia todavía embrionaria.

Paseo General Paz, el día de la inauguración en 1914. Gentileza Ignacio Iriarte.

Paseo General Paz, el día de la inauguración en 1914. Gentileza Ignacio Iriarte.

Sin embargo, avanzada la década del ’20, el fútbol marplatense empezó a caminar hacia una especie de cuello de botella. Los últimos partidos oficiales en el Paseo General Paz -transformado luego en exclusivo escenario para el tenis- se jugaron en 1921.

La cancha de la Plaza España mejoró estructuralmente con la inauguración de sus tribunas en 1923, pero la aparición de nuevos equipos provocó la necesidad de más escenarios.

La entonces Asociación Marplatense, sin embargo, fue renuente a habilitar nuevos para cotejos del campeonato de primera división. Hubo, durante la década del ’20, partidos en la cancha de Aldosivi. También en las de Atlético Mar del Plata y General Mitre, ubicadas una enfrente de otra sobre Independencia entre Gascón y Alberti. Pero estas sedes se utilizaron en forma esporádica.

Con un torneo de primera de diez equipos, hacia 1930 se levantaban algunas voces contrarias al esquema de un único “field oficial” controlado por la Asociación. Romualdo Bedogni, activo delegado de Aldosivi, escribió sobre este tema para La Capital días antes del comienzo del certamen oficial. “Se ha cometido el error de concentrar toda la actividad en la Plaza España y he ahí donde está el no progreso del football local. De acuerdo a la ubicación y radio donde se encuentran los clubes deportivos de esta ciudad, debiera ponerse en cada barrio una cancha de modo que todos los teams que disputan el campeonato actuaran todos los fines de semana (…) Los clubes Mitre, Mar del Plata y Aldosivi cuentan con campos aptos reglamentariamente. ¿Por qué no se hace jugar en ellos?”, se preguntaba.

En 1931 se terminó la concesión municipal de la Plaza España, pero la inauguración del Campo Municipal de Deportes en lo que hoy es la Plaza Peralta Ramos -delimitada por las calles XX de Setiembre, Colón, Dorrego y Falucho- mantuvo el “status quo”. La llamada cancha del Velódromo o Estadio Municipal se convirtió en el “field oficial” de la Asociación Marplatense durante toda la década del ’30.

Tribuna de la cancha de la Plaza España estrenada en 1923. Foto Gentileza Jorge M. Peluffo

Tribuna de la cancha de la Plaza España estrenada en 1923. Foto Gentileza Jorge M. Peluffo.

¿No había otras canchas? Sí, y muchas. Nacional (a partir de 1934 General Urquiza) tenía la suya, también Racing, Atlético Mar del Plata, Kimberley, Peñarol, Internacional (Boca promediando la década), Aldosivi, Unión, Barcelona (Talleres desde 1933), General Mitre, San Isidro, Sportivo Belgrano y Quilmes. Pero se utilizaban apenas para encuentros de segunda y tercera división. Habilitarlas para que juegue la primera era otro cantar…

Las cartas de lectores pueden aportar información valiosa. Una publicada por La Capital en 1932 y firmada por A. Brunatti esgrime una teoría interesante sobre las demoras en las habilitaciones de otros escenarios. “Mitre, Atlético Mar del Plata y Quilmes deben jugar 27 partidos por campeonato, de los cuales doce por lo menos serían en sus canchas, y esto no conviene a los intereses asociacionistas, que no percibirían unos buenos pesos”, sostiene.

En parte, Brunatti tenía razón. Una doble jornada en el Velódromo, según los boletines de la Asociación que La Capital publicaba completos, generaba una venta de entre quinientas y ochocientas entradas. Deducidos los gastos, la Asociación se quedaba con la mitad de los beneficios y repartía el resto entre los cuatro equipos que actuaban. A todas luces le convenía mantener el esquema del “field oficial”.

Sin embargo, las esporádicas habilitaciones de otros escenarios no siempre resultaban convenientes para los clubes dueños de casa. Si únicamente actuaban en su cancha como local, debían asumir todos los gastos y, además, ceder un 10% de la recaudación bruta a la Asociación. Si el equipo no era muy convocante, el límite entre un beneficio insignificante o jugar a pérdida era muy “finito”. Y uno o dos domingos en rojo empujaban al club a optar rápido por regresar a la comodidad del “field único”.

De ahí que, entre otras razones, entre las que habría que considerar el precio de la tierra y la resistencia cultural a salir del ejido urbano de la ciudad, casi no hubo intentos de los clubes por construir el estadio que necesitaba una ciudad como Mar del Plata.

El molde lo rompió Quilmes, que se tomó muy en serio al fútbol. Fue el único club que vio las ventajas de contar con un escenario cómodo. Las mejoras que hizo en su cancha de la ex Plaza París (entre Libertad, XX de Setiembre, 14 de Julio y Chacabuco), inaugurada el 9 y 10 de julio de 1932 con una doble visita de Sportivo Palermo, fueron tantas (tribunas, vestuarios, baños para el público, sala de calderas y túnel de acceso para los jugadores, entre otras) que la Asociación tuvo que concederle la organización de “doble jornadas” a partir de 1934.

Esta casilla funcionó como zona de vestuarios y vivienda del canchero en las dos canchas de Quilmes: la de la ex Plaza París y la de Colón y Marconi. Foto Gentileza Club Quilmes.

Esta casilla funcionó como zona de vestuarios y vivienda del canchero en las dos canchas de Quilmes: la de la ex Plaza París y la de Colón y Marconi. Foto gentileza Club Quilmes.

La programación del fútbol marplatense contó con una relativa comodidad durante algunos años. Sin embargo, hacia fines de la temporada de 1941, finalizada la concesión a la Liga Marplatense, el municipio tomó la decisión de mudar su campo deportivo a los terrenos que ocupa en la actualidad y destinar a una plaza pública los de la cancha del Velódromo. Por otro lado, concluyó la cesión por diez años que la comuna le hizo a Quilmes en la ex Plaza París.

La Liga no reemplazó el lugar perdido. Pero el club “tricolor” redobló la apuesta, consiguió una concesión de tierras fiscales por veinte años y armó una cancha mejor todavía en Colón y Marconi, en lo que hoy es la Plaza Mariano Moreno.

El escenario “tricolor” congregó desde entonces casi toda la actividad de la Liga: allí se jugaron casi exclusivamente –con la rueda de auxilio que representó la cancha que Nación supo tener en “El Bosque” de Dorrego y Matheu- los torneos de primera e intermedia de ascenso, luego llamada segunda de ascenso.

A partir de la reforma de 1945, los dieciocho clubes afiliados a la Liga Marplatense se agruparon en dos categorías principales: con nueve equipos cada una.

A diferencia de la década del ’30, ya en los años ’40 se jugaba con el formato de todos contra todos a dos ruedas. Por lo general, los sábados se disputaban dos partidos de ascenso y los domingos dos de primera. Al fin de semana siguiente actuaban los equipos que no lo habían hecho el anterior y a uno le tocaba esperar. Con suerte, cada club tenía acción dos veces por mes y, con las interrupciones provocadas por las lluvias, los partidos interlocales (siempre los más taquilleros) o las participaciones de la selección marplatense en los Argentinos, el calendario se extendía y los campeonatos terminaban definiéndose muchas veces en enero del año siguiente. Y porque a partir de noviembre se aprovechaba al máximo la luz solar y se fijaban hasta cuatro partidos por jornada para “apurar el trámite”. Un disparate.

La cancha de Quilmes no bastaba para contener toda la actividad. Y, como se evidenciaba cada vez que recibía a un equipo importante -las visitas de los equipos de AFA eran frecuentes y convocaban mucho más público que los partidos locales-, quedaba “chica” en las grandes ocasiones.

Gol en la cancha de Quilmes de Colón y Marconi. Al fondo se ven las torres de iluminación y la cabina de transmisión, primeras en Mar del Plata. Foto Gentileza Club Quilmes.

Gol en la cancha de Quilmes de Colón y Marconi. Al fondo se ven las torres de iluminación y la cabina de transmisión, primeras en Mar del Plata. Foto gentileza Club Quilmes.

“No bien se acumulan unas tres mil personas no cabe dentro del field actual una persona más que pueda presenciar con relativa comodidad el partido de fútbol…”, se escribió sobre esta cuestión en La Capital en julio de 1944.

En la Liga comprendieron la gravedad del problema y se decidieron a comprar las tierras para levantar el gran estadio que Mar del Plata necesitaba. A fines de los años ’40, en consecuencia, comenzó el proceso que culminó en 1952 con la inauguración del Estadio San Martín. Pero esa es otra historia.

La Misión Imposible de “Nucho” Acierno

Los boletines informativos de la entonces Asociación Marplatense de Football informaban detalladamente sobre las recaudaciones, desglosando ingresos y gastos en las canchas de la jornada. En el recuento de estos últimos solía figurar el siguiente ítem: parte de sueldo canchero, 15 pesos.

Sin embargo, esa labor era impagable. Una pelea titánica contra los molinos de viento. Acaso ninguno la tuvo más difícil que “Nucho” Acierno, encargado de la de cancha de Quilmes, el hombre que cuidó el terreno de juego más castigado de Mar del Plata, en el que convergían nada menos que dieciocho equipos en el momento de mayor utilización.

Cualquier seguidor del fútbol marplatense comprenderá fácilmente lo duro de la tarea de “Nucho”. Todavía hoy, pese a los adelantos, a raíz de las peculiaridades del lluvioso invierno de esta ciudad, sigue siendo complicadísimo mantener en buenas condiciones una cancha en la que se juega mucho menos.

En la segunda mitad de la década del 40′, en Colón y Marconi, podían jugarse tranquilamente ocho partidos por fin de semana, ya que a la programación de primera y de ascenso solían agregársele partidos de segunda. Mantener el terreno de juego más o menos parejo era una tarea ciclópea. Y el pobre Acierno hacía lo que podía.

Agustín Adolfo Pedro Mario Juan Antonio Acierno -sí, tenía seis nombres de pila- había nacido en la ciudad italiana de Campobasso en la central provincia de Molise. Como tantos otros compatriotas, llegó a Argentina con quince años en los primeros años del siglo XX acompañado de cuatro hermanos buscando trabajo y mejor suerte.

"Nucho" Acierno, el canchero de Quilmes, la cortadora de césped y el desafío de tener lo mejor posible la cancha en la que jugaban todos.

“Nucho” Acierno, el canchero de Quilmes, la cortadora de césped y el desafío de tener lo mejor posible la cancha en la que jugaban todos.

Su primer empleo en Mar del Plata fue reparando tranvías en los talleres de San Martín y Chile. Sin embargo, ya en la década del ’30, Quilmes le confió el cuidado de su primera cancha, la de la ex Plaza París. Y “Nucho”, así seguiremos llamando a Agustín, construyó su vida en esa cancha y, posteriormente, en la de Colón y Marconi, que cuidó hasta el último día.

“Nucho siempre andaba preocupado por la cancha. No sólo era el canchero. Cuando yo jugaba en la tercera, ingresaba con nosotros al terreno de juego, nos acompañaba mucho. Me acuerdo que, antes de que se desarme la cancha de la ex Plaza París, organizó un picado para que la despidan todos los chicos del barrio”, recuerda Carlos Alberto “Pocho” Palumbo, entonces futbolista y más tarde presidente del club.

“Recuerdo otras dos cosas de Nucho. Tenía una oveja que le ayudaba a mantener corto el pasto. Y siempre había muchos chicos con él. Tenía una familia numerosa”, aporta Palumbo.

Acierno vivía con sus hijos y nietos en la casilla que, entre otras cosas, hacía las veces de vestuario. Raúl Acierno, hijo de Raúl Orlando, el mayor entre los cinco hijos y las cinco hijas de “Nucho”, hoy recuerda con cariño al abuelo y su infancia en la cancha de Colón y Marconi. “Antes las parteras iban a atender los nacimientos a domicilio. Yo nací en la cancha de Quilmes y ahí viví mis primeros años. Recuerdo que, en el colegio, la maestra un día nos pidió que dibujáramos nuestra casa. Y yo dibujé las torres de iluminación con los faroles. Quedó descolocada, no podía entender que viviera en una cancha de fútbol”, apunta Raúl.

Los recuerdos propios se mezclan con los del abuelo. Raúl no olvida todavía que, junto con sus dos hermanas mellizas, una vez finalizados los partidos, salían de recorrida para levantar las monedas que caían debajo de las tribunas. “Hemos encontrado hasta cadenitas y relojes”, agrega.

Raúl no recuerda la oveja de la que habla todo el mundo, pero sí que el abuelo Nucho se compró un “petiso” que “le ayudaba a empujar un pisón con el que emparejaba la cancha“. Y también todas sus cortadoras de césped. “La primera que le compró el club era manual. Después tuvo una a explosión y finalmente una eléctrica”, aporta.

Como cualquiera podría suponer, el esfuerzo de Acierno era enorme. Pero el trajín que soportaba la cancha convertían su tarea en una odisea. “Gatillo Sasiaín -recuerda Palumbo a Edgardo Rubén Sasiaín, aquel mediocampista central que Quilmes vendió en 1948 a Argentinos Juniors- decía que para jugar en Colón y Marconi había que ser ingeniero para calcular los piques de la pelota. Era muy difícil mantener pareja la cancha”.

Acierno, de todos modos, lo intentó hasta que la cancha se desmontó en mayo de 1962, vencida la concesión municipal, para dejarle su lugar a una plaza.

El fútbol, sin embargo, no se fue de la vida de “Nucho”, que cumplió en años posteriores alguna suplencia cuidando el terreno de juego del Estadio San Martín. Pero su vida se apagó a mediados de 1971.

Antes de dar su último suspiro pidió fumarse uno de esos “toscanos” que fueron sus inseparables compañeros en los días en los que peleaba contra los pozos de la cancha más trajinada que tuvo el fútbol marplatense.

En otras Ligas

¿Qué pasaba, hacia la misma época, en las ligas más importantes de la provincia de Buenos Aires? ¿Se replicaba el modelo del “field oficial” o existía una política de canchas más descentralizadora?

La Plata no es una buena medida para comparar porque sus dos principales equipos, Estudiantes y Gimnasia, ya militaban en el profesionalismo.

En Bahía Blanca, la ciudad bonaerense que sigue en tamaño a Mar del Plata, no era así. El periodista de LU2 Eduardo López, un apasionado por la historia del fútbol de su ciudad, aporta un recorte de La Nueva Provincia de 1940 con una programación de fútbol dominguero. Cinco partidos en cinco escenarios diferentes: las canchas de Dublín, de Villa Obrera (donde después se levantó la primera cancha de Villa Mitre), del Parque de Mayo (hacía de local Estudiantes), de Rosario Puerto Belgrano en Punta Alta y de Comercial en Ingeniero White.

Tandil, en cambio, tenía dos escenarios, según aporta Pablo Pasty, otro apasionado por la historia del fútbol. “Se jugaba en la cancha de Ferias Francas, donde hoy está ubicado el Colegio Normal, y el resto en el glorioso Estadio San Martín de Rivadavia 350”, dice.

Olavarría, por último, era un fenómeno aparte. El periodista Daniel Lovano lo explica bien. “En Olavarría cemento era lo que sobraba. A principios de la década del ’40 ya estaban las canchas de Ferro Carril Sud, Estudiantes, Racing y El Fortín en Olavarría, la de Hinojo, la de Sierra Chica, que mantiene el mismo edificio que hacía de vestuario en la década del ’30, la de San Martín, por supuesto la de Loma Negra y la de Calera Avellaneda, hoy desparecida como el pueblo homónimo. Don Alfredo Fortabat, socio honorario de Ferro, donó por ejemplo todo el cemento para construir la tribuna”, aporta.

El modelo del único “field oficial”, en consecuencia, parece ser tan patrimonio marplatense como los Lobos de Mar.

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